El mismo Capitolio, más polarizado que nunca
- Los demócratas, bien situados para mantener el Senado
- Los republicanos, confiados en seguir teniendo la mayoría en la Cámara
- Los moderados de ambos partidos quedarán esquilmados en ambas cámaras
Más allá las palabras grandilocuentes del candidato ganador y el dramatismo del discurso de aceptación del perdedor en las presidenciales de Estados Unidos, la noche del próximo 6 de noviembre arrojará –si los sondeos no se equivocan- uno de los resultados electorales más paradójicos de la historia reciente.
Pese a que el Congreso tiene una de sus peores valoraciones de todos los tiempos (un 83% de los estadounidenses lo desaprueba, según la última encuesta de Gallup), tanto los demócratas en el Senado como los republicanos en la Cámara de Representantes probablemente mantendrán su dominio, perdiendo unos pocos escaños o incluso conservando su ventaja.
Más aún, mientras la mayoría de los americanos apuntan al aumento del enfrentamiento partidista como una de las razones de su cansancio respecto a Washington, la nueva cámara baja y los 33 senadores que tomarán posesión a partir de 2013 tendrá más republicanos escorados a la derecha por la influencia del Tea Party y, casi como efecto boomerang, unos demócratas más liberales –en el sentido estadounidense de la palabra.
En el camino se quedarán los senadores republicanos moderados y los congresistas demócratas centristas (los llamados Blue Dogs) que han modelado buena parte de la historia moderna del Capitolio, fraguando los acuerdos bipartidistas que ahora están más lejos que nunca en asuntos de importancia capital para el país como la reforma migratoria, la lucha contra el cambio climático, la reducción del déficit público o la política sanitaria.
“Es como las películas de Hollywood: la mayoría de la gente dice que hay demasiado sexo y violencia pero a la hora de la verdad son las únicas entradas que se venden”, resumía la situación hace unas semanas el congresista ‘blue dog’ Jim Cooper, de Tennessee, en declaraciones al New York Times.
Recuperar la cámara, misión casi imposible para los demócratas
Cooper se definía a si mismo como una “especie en peligro de extinción” y los datos le dan la razón: han pasado de tener 54 congresistas en su ‘caucus’ a finales de los 90 a quedarse con 24 en el actual 112 Congreso tras el tsunami electoral de 2010 que dejó la Cámara en manos de los republicanos con una diferencia de 50 escaños (242 frente a 193 demócratas).
Ahora los demócratas necesitan una ganancia neta de 25 asientos, lo que supondría en la práctica arrebatarle entre 35 y 40 escaños a los republicanos para compensar las posibles pérdidas respecto a hace dos años.
Según la líder de la minoría demócrata –la congresista liberal de California Nancy Pelosi- el objetivo está al alcance de la mano, pero en privado los propios demócratas conceden que su meta es reducir la distancia entre cinco y quince asientos y preparar el asalto definitivo a la cámara baja en 2014.
Esos cálculos son también optimistas: las últimas encuestas dan a demócratas y republicanos un empate virtual en el voto genérico al congreso –un espejo de lo que dicen de sus candidatos Obama y Romney- y hablan de un calco casi exacto del ‘statu quo’, con los mismos escaños para cada bando o un imperceptible cambio de unos pocos asientos .
Sea una cosa u otra lo que se da por seguro es que el grupo de los ‘blue dogs’ perderá aún más peso, hasta quedarse por debajo de los 20 o incluso de los 15 escaños, en torno a un ínfimo 10% del total que se calcula que consigan los demócratas.
Pero, ¿por qué en unos tiempos donde los estadounidenses piden acuerdos unos políticos demócratas que se declaran pro-vida, a favor de las armas y son conservadores en materia fiscal tienen las de perder ante un electorado que se identifica con sus valores?
Rediseño de los distritos
Uno de los factores clave es el llamado ‘gerrymandering’, el proceso de rediseño de los 435 distritos electorales que realizan los parlamentos estatales para adaptar la cámara a los cambios de población cada dos años.
En la práctica, tanto los demócratas como los republicanos a nivel estatal usan esta herramienta a su favor, de forma que fusionan distritos en manos de sus rivales para que pierdan asientos mientras que varían los que tienen a su favor para que su candidato quede ‘a salvo’ de votantes moderados e independientes que puedan poner en riesgo su escaño.
El resultado práctico de este proceso es que se calcula que solo entre 50 y 60 escaños de los 435 son competitivos.
Los demócratas centristas son los más perjudicados en este reparto, dado que la mayoría está en estados en manos de los republicanos que usan el rediseño de los distritos para perjudicarles en un doble sentido.
Por un lado, si se amplían las fronteras de sus distritos se enfrentan a un electorado claramente hostil y con el que no tienen la misma relación de cercanía que con su votante tradicional, acostumbrado a votar a un congresista demócrata y a un candidato republicano a la Casa Blanca.
Por otro, si se reduce su distrito y se fusiona con otro, éste será probablemente demócrata, donde tendrá que competir con otro congresista más escorado a la izquierda que sintonizará mejor con las bases del partido.
Polarización
Y es que el ‘gerrymandering’ no es más que el reflejo de un problema aún mayor que atenaza a demócratas y republicanos: la polarización de sus propias bases, que empuja a sus candidatos a adoptar posturas más extremas para ‘sobrevivir’ al proceso de primarias.
“Sabía que llegaría un buen día en que organizaciones tanto de la izquierda como de la derecha estarían haciendo piquetes en mi oficina al mismo tiempo (…) Ahora, si quieres mantener tu asiento, tienes que ser extremo a la izquierda o a la derecha para no tener que acudir a primarias”, resumía la situación en declaraciones a Fox News Bud Cramer, uno de los fundadores de los blue dogs en los años 90.
Este es precisamente el principal problema que atenaza a los republicanos en el Senado, una cámara que por su propio funcionamiento –buena parte de los acuerdos se tienen que tomar por mayorías cualificadas- ha tendido a los acuerdos bipartidistas.
La mengua de los moderados
La voz de alarma la lanzaba a principios de este año la veterana senadora por Maine Olympia Snowe, que anunciaba por sorpresa su renuncia a la relección cansada del “continuo partidismo en los últimos años”.
Snowe pertenece a un estado claramente demócrata (Maine) pero ha sido elegida varias veces con comodidad al identificarse en parte con el ideario de sus conciudadanos.
Su secreto ha sido posicionarse en el centro, propiciando acuerdos bipartidistas como el de la llamada “banda de los 14”, un grupo de senadores demócratas y republicanos que llegaron a un pacto para desbloquear el enfrentamiento entre la Administración Bush y la minoría demócrata en el Senado, que frustraba continuamente sus nombramientos judiciales.
De este grupo, creado en 2005, sobrevive menos de la mitad de los senadores, algo que sorprende teniendo en cuenta que los mandatos de éstos es de seis años y que muchos suelen prorrogar su estancia en la cámara alta durante décadas.
De los siete republicanos que estaban en ese grupo, solo seguirán tres en 2013: el más conservador de ellos, el senador sureño Lindsay Graham, la más moderada, la otra senadora por Maine, Susan Collins, y el excandidato a la Casa Blanca John McCain, perfecto ejemplo de político republicano moderado que se ha ido escorando a la derecha para sobrevivir.
Según el cálculo del ‘gurú de las encuestas Nate Silver, de los 27 senadores republicanos moderados que había en 2005, solo seis mantendrán su escaño en 2013. Por el contrario, de los 28 republicanos conservadores, 19 seguirán en la cámara alta.
Ante la polarización creciente, a los moderados trpublicanos les ha quedado la salida de la retirada, como Snowe, o la ‘derechización’, como McCain. Otros, como el senador por Indiana Richard Lugar ha probado los sinsabores de la tercera vía: ser derrotado en primarias por candidatos impulsados por el Tea Party.
El Tea Party frustra la operación republicana en el Senado
El caso de Lugar ilustra hasta qué punto la polarización está evitando que los republicanos se hagan con el Senado, de la misma manera que a los demócratas se lo está poniendo muy difícil en el congreso.
El prestigioso senador fue derrotado en las primarias por el secretario del tesoro estatal, Richard Mourdock, que ha llegado a declarar que su idea de pactar con los demócratas es que éstos le den la razón.
Ahora las encuestas colocan a Mourdock prácticamente empatado con Jim Donnelly, que paradójicamente es un antiguo congresista ‘blue dog’ que sintoniza con buena parte del electorado centrista de Lugar.
Mourdock se ha puesto al borde de la derrota con unas palabras sobre el embarazo por violación, a lo que atribuyó una especie de voluntad divina.
Estas declaraciones no han sido aisladas: a finales de agosto, otro partidario del Tea Party, Todd Akin, enterró cualquier posibilidad de arrebatar el asiento a la demócrata Claire McKaskill en Misuri al decir que las violaciones "reales" no provocan embarazos.
Akin, como Mourdock, se impusieron en procesos de primarias partidistas a candidatos republicanos más viables pero menos cercanos al Tea Party, dejando en la práctica el panorama despejado para que los demócratas repitan su mayoría de 53 a 47 pese a tener muchos más escaños en juego que los republicanos (el Senado renueve solo un tercio de su pleno).
Nueva generación de senadores demócratas
Así, aunque es probable que los demócratas pierdan dos asientos en estados sólidamente republicanos como Nebraska y Dakota del Norte, compensarían esas derrotas con la probable victoria del independiente Angus King en Maine en el escaño de la retirada Snowe y el ascenso de la líder del ala izquierda del partido Elizabeth Warren, que está muy bien situada para arrebatarle el escaño por Massachussetts a un moderado republicano, Scott Brown.
Warren, junto a otros como la candidata demócrata por Wisconsin, Tammy Thompson, o al de Ohio, Sherrod Brown, sustituyen a destacados centristas de este partido como los senadores Bill Nelson, Ken Konrad o Joe Lieberman, que se retiran este año, y no teme enfrentarse a un Tea Party cada vez más poderoso, sobre todo en la Cámara de Representantes.
De cumplirse los pronósticos, el choque entre una y otra cámara (y el aumento del desprestigio del Capitolio entre los estadounidenses) parece inevitable.