La metamorfosis de Romney le coloca a las puertas de la Casa Blanca
- El candidato republicano gira al centro en la fase decisiva de campaña
- Su campaña entró en punto muerto tras la convención y el comentario del 47%
- Renació en los debates con su imagen de empresario que resuelve problemas
- Su talón de Aquiles: mostrase conservador o moderado según la coyuntura
- Toda la información, minuto a minuto, en TVE, RNE y RTVE.es
Hace poco más de un mes, Mitt Romney era la viva imagen de un cadáver político: muy por debajo en las encuestas, cuestionado por los medios afines a los propios republicanos y con voces dentro del partido que cuestionaban el rumbo de su campaña.
Sin embargo, ahora afronta la cita más importante de su trayectoria política empatado con el presidente, Barack Obama, y solo un puñado de votos en algunos estados clave le separa de su sueño de ser el presidente número 45 de Estados Unidos.
La clave, según todos los analistas, estuvo en su actuación en el primer debate presidencial, celebrado en la Universidad de Denver, donde de repente se transmutó en el político moderado que muchos habían creído que era cuando apoyaron su candidatura.
Como gobernador de Massachusetts, Romney aprobó una legislación sanitaria que luego sería modelo para el Obamacare. Estaba a favor del aborto y en contra de la legislación que prohibía salir del armario a los gays en el ejército. Más aún, quería un mayor control de las armas de fuego y que eran necesarias medidas para combatir el cambio climático.
“Severamente conservador” en las primarias
Sin embargo, durante la larga campaña de las primarias republicanas, el dirigente se transmutó en un político que se denominaba a sí mismo “severamente conservador”, que atacaba a sus rivales por votar a favor de un mayor papel del estado federal o por no haber sido lo suficientemente duros contra el aborto o el matrimonio gay.
Más aún, presionado por sus competidores por las semejanzas de su reforma sanitaria y la de Obama, renegó públicamente de ella diciendo que nunca la había aplicado a nivel nacional.
Su mayor poderío económico, el apoyo activo del ‘establishment’ del partido y la constatación de que era el único candidato viable para derrotar a Obama hizo que Romney venciera tras algún sobresalto provocado por el ultraconservador Rick Santorum, apoyado por el Tea Party.
La estrategia del paro
Consciente de que seguía ‘bajo vigilancia’ por buena parte del ala derecha del partido, que siempre lo había visto como demasiado tibio, el director de campaña de Romney, Stuart Stevens, puso en marcha una estrategia tanto para no alienar a sus bases como para no asustar al votante independiente: concretar lo menos posible su programa y limitarse a atacar el bagaje económico de Obama, especialmente en lo relacionado con el desempleo.
Sobre el papel, los datos estaban de parte de Stevens: ningún presidente de Estados Unidos ha conseguido la relección con unos datos de paro como los de Obama.
Sin embargo, una convención republicana eclipsada por el errático discurso de Clint Eastwood, otra demócrata impulsada por Bill Clinton, los desafortunados comentarios del propio Romney sobre el incidente en el consulado de Estados Unidos de Bengasi y, sobre todo, su comentario sobre el 47% de estadounidenses que son ‘dependientes’ del estado, cambió todo eso.
Saltan las alarmas
La opinión de la columnista conservadora de The Wall Street Journal, Kimberley Strassel, hizo saltar las alarmas a mediados de septiembre.
Strassel cargaba contra la estrategia de Stevens, y lo comparaba con una escena del western “Érase una vez en el Oeste”.
En ella, el personaje interpretado por Henry Fonda disparaba a uno de sus esbirros por llevar a la vez tirantes y un cinturón. “¿Cómo se puede confiar en alguien que no se fía de sus propios calzoncillos?”, se justificaba de forma irónica.
“Mitt Romney está cayendo en las encuestas porque, cuando se trata de sus propias políticas, de nuevo está llevando un cinturón, tirantes e incluso algunas pretinas elásticas”, resumía la periodista.
Luego, un artículo publicado por la página web Politico en el que se desvelaban los entresijos de la convención republicana y la caótica forma en la que se escribió el discurso del candidato –el más importante de su carrera- ponía en evidencia las diferencias internas dentro del equipo de campaña, un paso previo al desmorone total de una candidatura.
“Diseñas una campaña para reforzar al tipo que tienes y la campaña ha fallado completamente a la hora de cambiar desde una mentalidad de primarias a otra de elecciones generales y no elaboró un argumento persuasivo basado en políticas para un cambio creíble”, decía un amigo de Romney a Politico.
El cambio de Denver
Así las cosas, en las horas previas al primer debate electoral, celebrado en la Universidad de Denver el pasado 3 de octubre, los medios estadounidenses se limitaban a especular si Romney había perdido ya las elecciones o si habría que esperar al ‘trámite’ de los debates.
Los datos parecían darles la razón: Romney se encontraba a cuatro puntos de Obama a nivel nacional y con desventajas incluso superiores en algunos estados clave, como Ohio y Wisconsin.
Pero quizá el mayor problema era el que relataba su amigo a Politico: sin haber podido desembarazarse de su giro ideológico a la derecha para convencer a sus bases en las primarias, la campaña de Obama había conseguido con éxito pintarle como un capitalista sin escrúpulo alejado de la gente y con ideas antiguas en lo referente a políticas sociales.
Según esta página web, en este punto clave del camino de Romney a la Casa Blanca intervino su mujer Ann y su hijo mayor Tagg para forzarle a dar un giro que a la postre sería decisivo y que se resume en la muy americana expresión “Deja a Mitt que sea Mitt”.
“No hay más cosas que tener en cuenta. Tus ideas son tuyas. ¡Sé quien eres! Tienes que comunicárselas a la gente y no te avergüences de ello”, le habría dicho Tagg a su padre horas antes de su decisiva victoria en el primer debate.
Luego, lo ya conocido: frente a un Obama más fuera que dentro de la pantalla, Romney moduló su mensaje como nunca lo había hecho, aclarando que no quería bajar los impuestos a los más ricos y mostrándose con un tono moderado y presidencial alejado de la caricatura de él mismo que habían pintado los demócratas y que su comentario del 47% no había hecho más que acrecentar.
¿El momento adecuado?
“Siempre pensaron que podría darle la espalda a todo lo que dijo en las primarias en las elecciones generales. Mucha gente, yo incluido, pensó que iba a llegar más pronto pero no pasó hasta el primer debate”, considera Ted Devine, un antiguo asesor demócrata, en el nuevo artículo de Politico, con un título que bien puede resumir la situación actual: “El viejo Mitt es nuevo otra vez”.
En realidad, el cambio de rumbo en la campaña de Romney se produjo en el momento justo: si se hubiese escorado al centro en la convención habría sido criticado por buena parte de su partido, mientras que al hacerlo cuando daban la batalla por perdida no han tenido más remedio que abrazar este ‘inteligente’ movimiento.
En el otro lado, la propia campaña demócrata quedó a traspiés: después de meses insistiendo en el carácter conservador de Romney, Obama y los suyos pasaron a atacarle por un motivo quizá más profundo y acertado, pero más difícil de demostrar: que cambiaba de criterio según la coyuntura política.
El ‘moderado’ Mitt
Un repaso a las palabras del candidato republicano en las últimas semanas muestran que ha vuelto a cambiar de piel, haciendo el viaje de vuelta desde ser “severamente conservador”, tal y como se definió ante un grupo de acción política de este signo el pasado mes de febrero, a convertirse en el ‘moderado’ Mitt, que casualmente ha dejado de pronunciar esa palabra, conservador.
“Lo que se ve ahora es a alguien que está al mando de los asuntos y que resuelve probemas”, resumía uno de los asesores de Romney en Politico su transformación.
Pero este nuevo Romney tiene sus lagunas. Como recuerda el New York Times en un editorial donde denuncia el “falso mito” del ‘moderado’ Mitt, en esa misma conferencia de febrero se preció de enfrentarse a los demócratas en un estado “profundamente azul” y a no tener miedo a aparecer en los titulares por eso.
Ahora, Romney no para de hablar de lo mucho que trabajó con los demócratas y de la necesidad de acuerdos bipartidistas.
“Me reuniré regularmente con los demócratas en Washington, con sus líderes y los líderes de mi partido para luchar juntos para encontrar formas de ayudar al pueblo americano”, decía hace unos días.
Lo mismo se puede aplicar a su deseo de desregular Wall Street, convertido ahora en un rechazo genérico al exceso de regulación.
“Algunas veces en nuestro partido decimos que queremos desregular pero eso es en cierto modo una exageración. Lo que queremos es librarnos de la excesiva regulación y de la regulación obsoleta”, apuntaba en otro mitin en Florida.
¿Con qué versión quedarse?
Estas y otras contradicciones en temas como el aborto o la inmigración provocan dudas entre los independientes, el bloque decisivo en estos comicios, que no saben con qué versión de Romney quedarse, tal y como resumía el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, que ha anunciado que votará por Obama.
“Si la versión de 1994 o de 2003 de Mitt Romney se presentase a presidente, bien podría haber votado por él, pero, como otros muchos independientes, he encontrado sus últimos cuatro años, por resumirlos en una palabra, decepcionantes”, escribía en un artículo donde justificaba su decisión.
Pero, como señalaba el articulista del New Yorker Hendrik Herzberg tras el debate de Denver, en esta aparente debilidad Romney puede tener su mayor fortaleza.
“Romney no tiene ninguna creencia profunda, más allá de la suposición de que los negocios en Estados Unidos son negocios y una inasequible y totalmente sincera convicción de que él, Mitt Romney, debería ser presidente, merece ser presidente y que por el bien del país, debe ser presidente. Su desarraigo ideológico, que excita la desconfianza de la derecha dura republicana, es lo que le hace el oponente más peligroso que podría tener Obama”