Un reelegido Obama se asoma al abismo fiscal
- Sin pacto con los republicanos, en enero subirán impuestos y se recortará gasto
- El coste del ajuste automático, un 4% del PIB, causaría una nueva recesión
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Barack Obama acaba de pasar una reválida pero, sin tiempo para respirar, se enfrenta ahora a un abismo: el llamado precipicio fiscal, una bomba de relojería compuesta por subidas de impuestos y recortes automáticos de gasto público que se aplicará a partir del 1 de enero si demócratas y republicanos no se ponen de acuerdo para desactivarla.
La combinación de ambos ajustes podría reducir la actividad en unos 600.000 millones de dólares, el equivalente al 4% del PIB estadounidense, lo que bastaría para empujar a una nueva recesión a la primera potencia mundial y complicar así la débil recuperación de la economía global.
Según un modelo elaborado en el centro de investigación Lombard Street Research de Londres, ese retroceso estadounidense provocaría una contracción del 2,2% en la economía de la eurozona y limitaría el crecimiento de China a un 4,4% anual.
Ese precipicio fiscal es el resultado del acuerdo alcanzado in extremis por demócratas y republicanos en el verano de 2011 para conseguir elevar el tope de deuda permitido al país y, así, evitar la suspensión de pagos del Gobierno federal, que acumula un déficit público superior al billón de dólares y una deuda del 105% del PIB.
Aquella Ley de Control Presupuestario (Budget Control Act) fue una “tregua” en la perenne batalla entre ambos partidos por el déficit público y que, según un informe elaborado por la Administración Obama, nunca se pensó que pudiera llegar a entrar en vigor porque no interesa a ninguna de las dos partes.
Pero durante más de año y medio -paralizado por el ambiente preelectoral-, el Congreso no ha avanzado: los demócratas -con una mínima ventaja en el Senado- se han resistido a prorrogar las desgravaciones de impuestos aprobadas por Bush en beneficio de los más ricos, mientras que los republicanos -dominantes en la Cámara de Representantes- insistían en recortar el gasto de un Gobierno federal que consideran sobredimensionado.
Un Congreso atascado aplazará la decisión
El resultado de las urnas de este martes ha perpetuado ese equilibrio de fuerzas en ambas cámaras del Congreso, con lo que se complica el primer reto de Obama.
Aunque el renovado presidente se comprometió durante la campaña a buscar tras su victoria un consenso de inmediato, su margen de negociación es muy limitado: no puede conceder recortes que dañen el recién diseñado sistema sanitario y otros programas sociales –le restaría apoyos dentro de su partido- y tampoco puede ceder ante los republicanos en el mantenimiento de las rebajas de impuestos, porque ambas cosas juntas aumentarían aún más el ya enorme desequilibrio en las cuentas públicas.
Por su parte, los republicanos no cejarán en su objetivo de reducir el gasto público, decididos a hacer valer el reducto de poder que conservan en la Cámara de Representantes.
Por eso, muchos analistas apuestan porque el Congreso saliente se limitará a pactar un retraso en la aplicación del precipicio fiscal, con lo que pasarán la patata caliente a las cámaras ahora elegidas, prolongando una incertidumbre muy temida por el sector empresarial y financiero.
Un reciente informe de la división neoyorquina del Deutsche Bank estima que, igual que la incertidumbre derivada de la falta de consenso sobre la reducción del déficit ha deprimido la economía estadounidense algo más de un 1%, ahora un buen acuerdo podría aportar hasta un 2% a la expansión.
Aunque la economía crece, no basta para reducir el paro
La mayoría de economistas coinciden en que los estímulos fiscales de la Administración Obama –una inyección de 787.000 millones de dólares desde 2009- han contribuido a frenar la recesión e iniciar la senda de la recuperación. En el tercer trimestre, EE.UU. creció un 2%, siete décimas más que en el trimestre precedente.
Sin embargo, ese ritmo es insuficiente –debería ser del doble- para crear los empleos que el país necesita y alejar su tasa de paro del 8%, nivel en el que se ha mantenido durante 43 meses consecutivos hasta conseguir bajar el pasado mes de septiembre. De hecho, Obama se ha convertido en el primer presidente reelegido en EE.UU. con el paro en un nivel tan elevado, y eso que la clase media -el principal granero histórico de los demócratas- ha sido la más castigada por ese incremento del desempleo y la creciente desigualdad.
En ese contexto, Obama parece inclinarse a seguir de forma moderada con su política expansiva para permitir que empresas y hogares terminen de sanear sus cuentas y rematar la recuperación que empieza a apuntar a través del aumento del consumo privado y del flujo del crédito, y la reducción de la deuda de los hogares.
Más complicado será resolver otro de los problemas que limitan la capacidad de reacción de la economía estadounidense: la ralentización de su hasta ahora productividad.
Más competencia mundial y una Europa en crisis
El éxito del modelo norteamericano se ha basado durante décadas en el avance del conocimiento y su aplicación a una producción con un alto valor añadido. Sin embargo, como explica el director de Fedea, Michele Boldrin, en los últimos 20 años, esa ventaja se ha reducido debido a la expansión de los conocimientos: ahora otros países saben producir lo mismo que EE.UU., y lo hacen a precios más bajos gracias a una mano de obra especializada y barata.
Europa y su crisis de deuda es otra de las preocupaciones que se mantendrán en la agenda Obama. Las elecciones y el riesgo fiscal la dejaron en un segundo plano, después de que la promesa del presidente del BCE de hacer “todo lo necesario” para salvar el euro apaciguase temporalmente a los mercados y aliviase la presión sobre España e Italia.
Sin embargo, el presidente reelegido es consciente de que la suerte de su país depende en gran medida de lo que suceda en Europa. Durante la campaña llegó a advertir que EE.UU. “no puede permitir que España se derrumbe”, por lo que es previsible que mantenga una estrecha vigilancia sobre los pasos que den sus socios europeos.