Crecimiento, corrupción y reformas políticas: los retos de la "quinta generación" en China
- El nuevo líder, Xi Jinping, promete velar por el bienestar del pueblo
- La política de los nuevos dirigentes será continuista
- Relaciones con EE.UU. y apertura internacional, otros de los retos
"Debemos luchar por el deseo de la gente de vivir mejor". Así se expresaba Xi Jinping, el nuevo líder del Partido Comunista de China y (en marzo), nuevo presidente del país y jefe de las Fuerzas Armadas.
Ciertamente, el desarrollo económico y un mayor reparto de la riqueza en un país con grandes desigualdades pero llamado a ser la primera potencia económica mundial será uno de los mayores retos, pero no el único, de la quinta generacion de dirigentes de la República Popular.
Claves de la elección
La gran paradoja del Congreso del PCCh es que se conoce su resultado de antemano (al menos, los nombres de los futuros presidente y primer ministro), pero sus deliberaciones son a puerta cerrada y rodeadas de secretismo. Las normas de sucesión obligan a un relevo generacional cada década y como estaba previsto, Xi, de 59 años, ha sido elegido para sustituir al aún presidente, Hu Jintao, de casi 70.
Xi será el quinto presidente de la República Popular fundada por Mao Zedong en 1949 (después del propio Mao, Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao). Se le considera partidario del reformismo moderado, tranquilo y de mano firme de Hu y, según los análisis de la prensa extranjera, ni de él ni del que será primer ministro, Li Keqiang, cabe esperar que asuman grandes riesgos. El resto de miembros del Comité Permanente (el máximo órgano colegiado) son conservadores.
El periodo pre-congresual, sin embargo, no ha estado exento de tensiones. La caída en desgracia de Bo Xilai, por la implicación de su mujer en el asesinato de un empresario británico y su abuso de poder para ocultarlo, ha revelado la existencia de facciones de poder.
Bo era considerado como la apuesta segura de los "príncipes" (dirigentes comunistas hijos de revolucionarios maoistas), considerados más conservadores por oposición a políticos que provienen de las Juventudes Comunistas y que se adhieren a la escuela de reformas de Den Xiaoping, como era el caso de Hu y del primer ministro Wen Jiabao. Xi es uno de estos "príncipes", hijo de un alto funcionario.
La falta de información de lo que se cuece en los cenáculos del poder impide saber si detrás de la purga de Bo hay solo una lucha por hacerse con los beneficios de la corrupción o si dentro del aparentemente monolítico PCCh (la mayor organización política del mundo) compiten diferentes visiones de la economía y del Estado.
Crecimiento económico y apertura internacional
En el crecimiento económico Chino comienza a hacer mella la crisis internacional. En el tercer trimestre fue un 7.4%, algo que envidiarían todas las economías de Europa y EE.UU., pero que supone una disminución de 0,2% respecto al trimestre anterior.
Este reto económico engloba en sí mismo varios desafíos. En primer lugar, la apertura al comercio internacional y en especial su relación económica con EE.UU. y la respuestas a las quejas de este país por las violaciones de los derechos de propiedad y el precio del yuan. Una buena relación comercial con Estados Unidos es fundamental para el desarrollo chino.
En segundo lugar, la desigualdad rampante entre los superricos y la pujante clase media y una masa de millones de pobres amenaza con ser una causa constante de inestabilidad. El reparto de la riqueza y la creación de un mercado interno suficiente para absorber una mayor parte de su producción es una tarea pendiente de los dirigentes económicos chinos.
Hay otro aspecto, sin embargo, del que no suele ocuparse el régimen, embarcado en una estrategia de crecimiento rápido: el medio ambiente.
China, primer emisor mundial de CO2, por delante de EE.UU. (según datos de la Oficina Estadística de la ONU en 2009), no está incluido en el Protocolo de Kyoto y no controla la contaminación; al contrario, promociona el consumo desbocado y la construcción como motores de su economía. En los últimos años, sin embago, se han intentado tímidos experimentos "verdes", como la introducción de vehículos eléctricos o los experimentos de ciudades sostenibles.
Reformas políticas y corrupción
El rápido crecimiento económico y el autoritarismo político del régimen chino, donde todo el poder está en manos del Partido y la burocracia, han alimentado la corrupción rampante, que llega hasta las más altas esferas, según los medios de comunicación independientes.
Hu Jintao ya ha advertido que si los dirigentes fallan en su lucha contra este mal social, "podría llegar a acabar con el Estado", por lo que Xi ya se ha comprometido a atajarlo.
Un forma sería avanzar en las reformas políticas "desde arriba" para introducir mayor transparencia y rendicion de cuentas, a la vez que dar cabida a una mayor libertad de expresión y ensanchar los límites para las reivindicaciones político-sociales.
En los últimos tiempos, el Gobierno chino ha tenido que lidiar con protestas colectivas e individuales que perturban su "armonía" interna a la vez que perjudican seriamente su imagen externa. Fue el caso de la protesta popular en Wukan, la detención del artista Ai Wei Wei o el caso del abogado disidente Chen Guangcheng, que acabó marchándose a EE.UU. Pekín continúa en la lista negra de las organizaciones de derechos humanos.
Política internacional y seguridad
Un poderío económico debe ir acompañado de músculo militar. Así lo creen también los dirigentes políticos y militares chinos, que centran sus esfuerzos en crear una Marina potente que proteja sus intereses en el sureste de Asia y el Índico.
El interés del país es mantener la paz que haga posible el comercio sin disrupciones. La buena gestión de sus reivindicaciones territoriales con Rusia y, especialmente, con Japón, con quien mantiene un contencioso por las islas Senkaku/Diaoyu, son fundamentales.
China sigue también considerándose aliado de Corea del Norte y será clave en cualquier negociación sobre el programa nuclear de este país.
Como miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, Pekín, celosa del multilateralismo, se opone además a todas las iniciativas que puedan abrir la puerta a intervenciones militares, como en el caso de Siria.
Por último, la resistencia a la ocupación del Tíbet, que China considera parte integrante de su territorio, ha estado presente durante la celebración del Congreso, con una campaña de inmolaciones a lo bonzo. Como en el caso de los uigures, las reivindicaciones de autonomía de los tibetanos chocan con la voluntad que anima la política china a largo plazo: convertirse en un imperio multinacional pero sólido, y en la potencia económica dominante del siglo XXI.