Alepo o cómo acostumbrarse a vivir en guerra
- La segunda ciudad de Siria intenta vivir con normalidad la guerra
- En algunos barrios, las tiendas y mercados han reabierto sus puertas
- Los bombardeos no se han detenido por completo, pero hay una relativa calma
Los bancos del parque de Hawas, en la maltratada ciudad de Alepo, son ahora meros esqueletos de metal. Los vecinos han arrancado la madera para poder hacer fuego y calentar las frías noches de invierno en el norte de Siria.
Tras meses de combates que han devastado gran parte de la segunda ciudad y antigua capital comercial del país, los habitantes de Alepo tratan de llevar una vida normal pese al sangriento conflicto, que comenzó hace ya 21 meses.
“Esta madera ayudará a calentar la casa. Sin ella, probablemente moriríamos de frío”, afirma Ali, de 14 años, mientras poda una acacia junto a sus tres hermanos.
“Antes de la guerra veníamos a este parque a pasear. Ahora venimos a por leña“
Con los bancos del parque ahora desnudos, los residentes talan árboles y arrancan arbustos.
El combustible para la calefacción cuesta 300 libras sirias, (3,24 euros) por litro, un precio inasequible para la mayoría de los residentes de la ciudad, donde la violencia que estalló en julio entre los rebeldes y las fuerzas del presidente Bachar al Asad ha destruido barrios enteros.
“Antes de la guerra veníamos a este parque a pasear. Ahora venimos a por leña”, dice Abu Mahmud, de 48 años, padre de ocho hijos.
Comercios y mercados abren sus puertas
En septiembre y octubre el barrio de Tareq al-Bab cayó bajo la mira de los artilleros del régimen. Ahora, la vida ha regresado con sus bulliciosas calles y sus tiendas, mercados y restaurantes reabiertos de nuevo.
“Necesitaba dinero para poder alimentar a mi familia”, explica Omar, que el pasado mes volvió a abrir las puertas de su tienda de telefonía móvil.
“Necesitaba dinero para poder alimentar a mi familia“
En octubre, huyó a Turquía a causa de los bombardeos, pero las condiciones desesperadas de los campos de refugiados hicieron que decidiera volver una vez que una relativa calma había regresado a su ciudad natal.
Un bombardeó destrozó la tienda de Abu Mohammed, de 68 años, en octubre. Ahora, ha montado un puesto de frutas y verduras frente a lo que queda de ella.
Todos los días se dirige a uno de los distritos aún controlados por las fuerzas del régimen para comprar existencias. Dice que gana alrededor de 500 libras sirias (5,3 euros) al día -aproximadamente cinco veces menos que antes.
Vivir de la caridad
Más abajo en la calle, Salwa para un vehículo que transporta a miembros del Ejército Libre Sirio (ELS), que aún controla el área a pedir limosna. Los soldados le dan un poco de pan, que ella acepta con una sonrisa.
"No tenemos electricidad, ni agua corriente y no hay combustible para las estufas. Es casi imposible encontrar trabajo, y tenemos que vivir de la caridad de los rebeldes que nos dan los alimentos", dice. El ELS distribuye alimentos a los residentes en la mayoría de los barrios que controla.
En el barrio occidental de Saif al-Dawla, cientos de niños, que sujetan jarras y latas de estaño, forman un enjambre en torno a un camión de agua potable enviado por los rebeldes.
“Hay menos bombardeos y las personas no tienen tanto miedo“
"Por supuesto que la situación no es ideal, pero hay menos fuego de artillería, ahora la lucha se ha trasladado a las afueras", asegura Mohammed, un profesor en una de las escuelas primarias que los rebeldes han establecido en el sur de Bustan al-Qasr.
Los vendedores ambulantes han regresado, y sobre en la calle Fardoss calle el delicioso olor de los kebabs llena la atmósfera.
A pesar de que la lucha es menos intensa que antes, los bombardeos no se han detenido por completo. El 30 de diciembre, cuatro personas murieron por fuego de artillería en Maysar, al este, un distrito que se había salvado durante un mes.
La vida también ha vuelto a Sukari en el sur de Alepo. "Hay menos bombardeos ahora, y las personas no son tienen tanto miedo", señala Mohammed Kudeymati que tiene una tienda de ropa que importa prendas de Turquía. Las propias plantas manufactureras de la ciudad todavía tienen que reanudar la producción.
Al caer la noche en Aleppo, velas o lámparas alimentadas por generadores iluminan la ciudad. Un suministro regular de electricidad es ahora un recuerdo titilante.
"La guerra se ha llevado todo de nosotros", dice Ahmed, mientras compra comida en el mercado.