'Los Cenci' de Antonin Artaud, por primera vez en España con una poderosa puesta en escena
- Con Celia Freijeiro, Luis Zahera, Celso Bugallo y Maru Valdivielso
- Música original e iluminación dan personalidad actual al montaje
- El montaje dirigido por Sonia Sebastián en el Teatro Español hasta el 3 de marzo
En 1932, Antonin Artaud escribió Teatro de la crueldad ,donde afirmó las bases de lo que posteriormente será El teatro y su doble (1938), su principal obra crítica, y que junto a Ubu rey, de Jarry, representa la síntesis del drama vanguardista del siglo XX.
En su teoría, le asigna al teatro la función de destruir los valores culturales artificiales, impuestos por siglos de dogmatismo racionalista, y propone volver al ritual primitivo para reflejar la verdadera realidad del alma humana y las condiciones en que vi ve: "el drama de crueldad".
Entretanto había publicado una colección de ensayos, una novela (Le Moine, 1931) y Heliogábalo o El anarquista coronado (1934).
El estreno de su tragedia Los Cenci , inspirada en Stendhal y en Shelley, constituyó un rotundo fracaso (1935) y determinó en el autor el abandono definitivo del teatro.
En 1936 Viajó a México para convivir con la tribu de los tarahumaras con quienes experimentó con drogas como el peyote. Tras un año de vaivenes con la droga y donde escribió sobre el Tarot, Astrología y numerología, volvió en el año 1937 donde comenzó su triste andadura por sanatorios mentales y tratamientos de terapia de electroshocks de los que finalmente le sacaron sus amigos en el año 1946.
(Pasaje la biografía proporcionada por el Teatro Español y basada en varias fuentesy www.biografiasyvidas.com
Aunque Antonin Artaud es como dice Sonia Sebastián (versión y dirección de Los Cenci) es "padre del teatro moderno", su obra permanece casi inéditas en los escenarios de España. Por eso, de entrada, es una buena noticia que el Teatro Español se haya decido a poner en escena la propuesta de Sebastián, Premio Revelación en los Premios Cultura viva 2012, en su sala principal.
La segunda buena noticia sería que el montaje que podemos ver (y deberíamos hacerlo) en el Español (hasta el 3 de marzo) es una versión y una puesta en escena que tampoco son habituales en la amplia cartelera teatral madrileña. Una propuesta muy acorde con lo que el propio Artaud propugnaba que debía ser el teatro:"el teatro de la crueldad", afirmaba "ha sido creado para devolver al teatro una concepción de la vida apasionada y convulsiva".
Un texto lleno de vida y drama (con personajes que dicen o gritan grandes verdades universales, "abstracto, anacrónico y potente", para la directora) envuelto en un ropaje contemporáneo (¿o intemporal?) que pone -especialmente a través de la música y la iluminación-en evidencia lo salvaje, lo cruel y lo telúrico de las pasiones básicas en cualquier época. La época en que ocurre la historia es el siglo XVI, pero podría ser antes de ayer o mañana.
La historia está basada en un hecho real, que antes que Artaud relataron Shelley y Stendhal. Hoy lo llamaríamos un caso de violencia doméstica, en otros tiempos lo hubieran llamado crimen pasional.
Un noble, Francisco Cenci, abusa de todas las formas posibles -también sexualmente- de su mujer e hija. Ellas, desesperadas recurren junto al hijo de Francisco, al crimen, como única posibilidad de una vida mejor. El Papa, lejos de comprender las causas de esa legítima defensa, condena a una muerte cruel a los tres miembros de la familia.
Sebastián y sus actores aprovechan al máximo el espacio de la sala principal del Español, con las dificultades de hacerlo en un teatro a la italiana. Por el patio de butaca, irrumpe en varias ocasiones el tiránico Cenci (Celso Bugallo) seguido a cuatro patas por su joven sirvente Draco (Aarón Lobato).
Este segundo personaje, que dibuja magistralmente con su cuerpo y sus gestos la lujuria, la lascivia, "no aparecía en el texto original", cuenta Sonia Sebastián a RTVE.es. "Es un alter ego del protagonista Francisco y una representación del mal", añade.
Música y luces potencian la crudeza
Otro ejemplo de aprovechamiento imaginativo del espacio teatral lo encontramos en el diálogo que el Papa (también Celso Bugallo) mantiene con su representante Camilo (Luis Zahera), de palco a palco del segundo piso del teatro.
En esa conversación, con focos cruzados, que mantienen curiosamente desde lo que fueron tradicionalmente palco del Rey (a la dcha desde el escenario) y el palco del Alcalde (izquierda), atisbamos lo que se suelen llamar las razones del poder. Aquellas que sirven para castigar a un inocente, o indultar a un kamikaze.
La música grabada (composicion de Juan Pedro Acacio), aliñada en directo por una percusionista (desde otro palco) es fundamental a la hora de crear ese ambiente tenebroso que requiere la historia y sus episodios más crudos (violación de la hija, muerte del padre).
Música, iluminación cambiante y esas rupturas de ritmo provocadas por las irrupciones desde cualquier lugar de la sala sorprenden hasta al espectador más entrenado. "Sacar al público de su comodidad, que nos esté quieto y tranquilo en su butaca", sería el propósito de todo ello, según Sebastián.
Llama también la atención cómo se nos aparecen personajes como el de Lucrecia (Maru Valdivielso), que pasa toda la obra contorsionándose en una barra. Es lo que Sebastián llama "sacar al personaje de su realidad cotidiana, ella ha inventado en la barra una realidad paralela". La barra que maneja magistralmente Valdivielso al mismo tiempo que la palabra es una metáfora de un personaje resignado a su suerte, realista y desesperanzado desde el primer momento.
"La justicia me da risa, la única ley que existe es la del más fuerte", afirma en las primeras escenas. Tres personaje a coro la secundarán más tarde "Me asquea un país donde los viejos son la ley". Como pasa en la vida real, la historia (su historia) les dará con crudeza, la razón.