Haneke vs. Tarantino, mímesis y catarsis de la violencia en los Oscar
- El director austríaco y el americano son favoritos en guion original
- La violencia es el eje de buena parte de ambas filmografías
Las nominaciones a mejor película de los Oscar 2013 emparejan a, tal vez, los dos directores más influyentes de los últimos veinte años. Quentin Tarantino (Django desencadenado) y Michael Haneke (Amor) son polos opuestos en muchos sentidos. Tarantino es desmedido y un narrador nato; Haneke, ascético y conceptual. Pero es en su tratamiento de la violencia, al fin y al cabo la piedra angular de sus filmografías, la que abre un abismo entre los dos creadores. Un debate que se remonta a Aristóteles: catarsis vs. mímesis. ¿La violencia ficcionada engendra violencia? ¿Se puede mostrar de manera lúdica porque un reflejo distorsionado es inofensivo?
Hace un mes, Quentin Tarantino enfurecía cuando en Londres un periodista se mostraba incisivo con repetidas preguntas sobre su proverbial violencia cinematográfica. "Es fantasía, no la vida real. Ves una película de kung-fu en la que un tío derrota a 100 personas en un restaurante. Eso es divertido”.
En el otro extremo, Haneke, rey de la violencia fuera de campo, autor de algunas de las películas más desagradables de contemplar jamás filmadas y enemigo del tratamiento frívolo de la violencia en la ficción. Amor es su cinta más convencional hasta la fecha aunque contenga una de las secuencias más poderosas y duras de su filmografía (quien lo vio, lo sabe). Funny Games (1997) es su tratado sobre la violencia, medios y espectadores. En la película, dos jóvenes asesinan sin motivo alguno a los vecinos de una localidad vacacional. Uno de los asesinos gratuitos habla en diversos momentos directamente a la cámara, anunciando al espectador que si espera una típica ficción de violencia con sentido, no lo va a tener. En su lugar, advierte, va a mostrar lo que realmente implica la violencia: dolor y sufrimiento. Al romper la pantalla, o cuarta pared, Haneke desdramatiza a lo Bertold Brecht y pone sobre la mesa el debate: ¿está el espectador insensibilizado y ávido de imágenes violentas? Una polémica que retomó 10 años después con un remake americano calcado plano a plano. con Naomi Watts y Tim Roth.
“No voy a hablar de eso. Cualquiera puede ‘googlearme’. Llevo veinte años diciendo lo mismo sobre la violencia", espetaba Tarantino al aturdido periodista. Y, en efecto, cruzando declaraciones de los dos directores resulta este diálogo ficticio.
HANEKE: El drama vive en el conflicto. Si tratas de hechos sociales de manera seria no hay modo de evitar la violencia que está tan presente en la sociedad. Deberías preguntar a Tarantino porque él está tan obsesionado con la violencia (Newsweek, 2009).
TARANTINO: La violencia es solo una de las muchas cosas que puedes hacer en las películas. Si me preguntas como me siento acerca de la violencia en la vida real, bueno, tengo un montón de sentimientos. Es uno de los peores aspectos de América. En las películas, la violencia mola. Me gusta” (Newsday, 1994).
HANEKE: No puedo soportar la violencia. En cualquier película comercial americana hay veinte veces más violencia que en cualquiera de mis películas, así que no sé por qué esos directores no son preguntados por qué son tan especialistas en violencia (Newsweek, 2009).
TARANTINO: No soy responsable de lo que una persona hace después de ver la película. Mi responsabilidad es crear los personajes y ser tan honesto con ellos como pueda (Chicago Tribune, 1993).
HANEKE: No soy un moralista pero, por otra parte, creo que respetar al público, tratar al público como adulto es un problema de moral. No me gusta tratar al espectador como si fueran más estúpidos que yo. Y eso es una postura moral. Al menos no es una postura cínica.
TARANTINO: Me siento como un director de orquesta y los sentimientos del público son mis instrumentos. Es como si dijera: “ríe, ríe; ahora horrorízate”. Cuando alguien hace eso conmigo, paso un buen rato en el cine. (Telegraph, 2010)
Libertad creativa y responsabilidad
Una de las elecciones fundamentales a las que se enfrentó J.A. Bayona al rodar Lo imposible fue el grado de dureza con el que debía mostrar los efectos del tsunami del Índico de 2004. Pese a las noticias de desmayos en las primeras proyecciones, Lo imposible es, sobre todo, un elogio respetuoso a las víctimas de la catástrofe y parece que Bayona evitó, en la medida que un acontecimiento tan crudo permite, la exposición de imágenes sensibles. “Como directores también tenemos que ser responsables de que cualquier decisión que tomemos va asociada a una ética y una moral”, afirma Bayona. ¿Existe entonces un conflicto entre la libertad creativa y esa ética? “Creo que es muy peligroso fijar límites. Esos límites los tiene que marcar cada uno y reflexionar acerca de la violencia”.
El director catalán, ganador del Goya al mejor director, comprende las propuestas antitéticas de Haneke y Tarantino. “La postura de Hanke es diametralmente opuesta a la de Tarantino y las dos son responsables. La de Haneke es irreprochable en cuanto es una reflexión personal, lo que no significa que tenga la razón, si no que es su razón. Exactamente igual para Tarantino, que es una propuesta lúdica donde la exageración inválida la propia crítica que se pueda hacer sobre ella. Que el cine provoque comportamientos en los espectadores es algo discutible. Los espectadores sanos es difícil que se dejen influenciar por una película”, añade.
La violencia justa
José Sanmartín, filósofo y exdirector del desaparecido Centro Reina Sofía para el estudio de la violencia, lleva años analizando el fenómeno de la violencia en los medios. “Lo que hoy en día ningún investigador discute es que la violencia filmada tiene cierta influencia sobre la violencia real”. Desde ese punto de partida, las teorías se bifurcan entre quienes establecen una relación lineal y quienes consideran que la violencia es la confluencia de diversos factores. “La UNESCO ha impulsado estudios que demuestran que el grado de influencia que pueda tener la violencia filmada depende del contexto social (cultural, económico, religioso) del espectador”. Es decir, en los contextos que exista violencia real, es más fácil que funcione la imitación.
En la película de Tarantino, Django (Jamie Foxx) se muestra dubitativo al disparar desde la lejanía a un prófugo de la justicia al que jamás ha visto y que está acompañado por su hijo. “Cuando quería robar diligencias no le importaba matar gente para hacerlo”, le enseña Dr. Schultz, (Christoph Waltz). La secuencia recuerda, en su planificación, a la célebre escena de El tercer hombre, en la que el amoral Harry Line señala desde las alturas de la noria del Prater los puntitos humanos que pasean por la calle. “Si te ofreciera veinte mil libras por cada puntito que se parara, ¿realmente me dirías que me guardase mi dinero, o empezarías a calcular cuántos puntitos podrías permitirte dejar con vida?”, decía el personaje interpretado por Orson Welles.
En la mayoría de las narraciones existe un centro moral, el código interno que distingue entre los personajes “positivos” o “negativos”, al margen de que la obra sea más o menos manierista. Django y Dr. Schultz, por violentos que resulten, son personajes positivos que matan a asesinos y a racistas. En general, ese es el sentido del cine de Tarantino: una venganza justa. Su contenido, por tanto, no se aleja de la tradición narrativa general. Solo es más explicito.
“Hay un debate en los efectos. No solo está la mímesis o la imitación. Hay otros que no pueden ser desatendidos. Uno es que la reiteración de imágenes violentas induce insensibilidad, pero no solo ante la filmada sino lamentablemente hacia la real. Eso saben muy bien los productores de violencia: hay que aumentar las dosis de la violencia filmada para poder captar la atención del espectador”, expone Sanmartín. Otro efecto es que puede inducir sesgos en la percepción del mundo, es decir, estimar la realidad como más violenta de lo que realmente es.
Curiosamente, Tarantino y Haneke encabezan las apuestas al Oscar a mejor guion original. Preguntado por The Guardian el año pasado, Haneke decía: “No creo que nadie vea una película de Tarantino y luego mate a alguien. Eso es estúpido. Pero cada vez que la violencia es divertida y normal hay peligro porque el humor la hace consumible”. ¿De qué hablarán si coinciden en una fiesta posterior a la gala?