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Una campaña diferente en Venezuela

  • La ausencia de Chávez, por primera vez desde 1998, marca la contienda
  • Los insultos entre Maduro y Capriles han primado sobre las propuestas

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Venezuela cierra este jueves su campaña electoral

A varias cuadras de la Avenida Bolívar nada detiene el ritual: miles de pasajeros se bajan y emprenden una larga caminata hacia el estrado. Los autobuses vienen del interior y de la costa. Muchos, con leyendas de PDVSA, la petrolera estatal. Todos, con pintadas y alusiones al presidente Hugo Chávez y al presidenciable Nicolás Maduro. La marea roja transita con pasión. Los temas pegadizos que artistas bolivarianos crearon en la campaña resuenan en los parlantes. Altavoces colocados por las esquinas, aspirantes a políticos que dan charlas en los bancos... y en todos ellos, el mismo deseo: la elección de un presidente que dé continuidad a los 14 años de revolución bolivariana.

Los retos de un chavismo sin Chávez

Hasta aquí nada ha cambiado respecto a otras campañas. La movilización oficialista sigue intacta por los dólares frescos de la renta petrolera que ingresa el Estado. No se repara en gastos. Se contratan miles de autobuses que por un día colapsan Caracas. Y algún chavista que no da el nombre reconoce que tal vez, se contraten voluntades pagando unos bolívares a cada asistente.

Y pese a todo, en abril de 2013 hemos visto una campaña diferente. Sobre todo porque es la primera elección, desde 1998, a la que no se presenta Hugo Chávez. Al menos físicamente, porque el presidente difunto sigue presente en cada acto electoral y la emoción que genera su muerte es el tren al que se sube el chavismo para ganar esta elección. La figura de Chávez modifica la campaña, cambia los discursos. El hombre al que ungió como sucesor, Nicolás Maduro, promete ganar por Chávez. Y tal vez en un exceso de euforia, promete también superar los 10 millones de votos, una cifra que nunca alcanzó el líder de la revolución.

Maduro se arropa en Chávez

Maduro menta a Chávez, y repite tanto su nombre que se ha creado incluso una página web donde se cuenta el número de veces que lo ha entonado desde que falleciera el mandatario. Y por si hubiera alguna duda, en cada mitin Maduro entona también el “dentro video”. Segundos después, un silencio sepulcral de la muchedumbre da paso a la voz del líder en aquella noche triste para el oficialismo del 8 de diciembre de 2012. Chávez, frente a las cámaras, recuerda que si algo le pasara durante su operación en Cuba, el pueblo debería elegir a Nicolás Maduro como presidente cuando se convocaran elecciones.

Yo no soy Chávez, pero soy su hijo

El peor de los escenarios que dibujó Chávez en aquella intervención llegó, probablemente, demasiado pronto para el chavismo. En cada mitin, Maduro se declara “hijo de Chávez”. “Yo no soy Chávez, pero soy su hijo”. Esa frase, repetida también hasta la extenuación, deja claro que Maduro pide el voto por el legado del líder, para completar su tarea inacabada de llegar a un estado plenamente socialista.

Los expertos en ciencia política y los quiosqueros de todo el país llegan, sin demasiado esfuerzo, a la misma conclusión. Maduro no tiene, ni de lejos, el carisma, la telegenia y el don de gentes de Hugo Chávez. Tratar de imitarlo sería cavar su propia tumba, porque las diferencias serían más evidentes. Sólo cada 500 años -incide Maduro- nace un Hugo Chávez. En otras palabras, Maduro trata de crear su propio personaje, amando al líder, pero alejándose cautelosamente de su sombra. El oficialismo sabe que el voto, esta vez, es por Chávez. Pero sabe también que, una vez pasadas las elecciones, se acabará el efecto emotivo por la muerte del líder y será Maduro, y solamente Maduro (si gana) , quien lidie con los retos y problemas que tiene el país.

Más insultos que propuestas

Está siendo una campaña diferente, también, por su corta duración y por la intensidad de los insultos. Con apenas diez días para recorrer el país, los candidatos han hablado un lenguaje directo y claro. Pero eso, lamentablemente, se ha traducido más en insultos al adversario que en propuestas de futuro para el pueblo. Maduro alude a la lucha de clases, a que está en juego un presidente obrero o un presidente burgués. Henrique Capriles, rosario en mano y con un lenguaje casi bíblico, responde que aquí se elige entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira.

Nada tiene que ver este Capriles con el que se enfrentó a Chávez en octubre de 2012. “No voy a tolerar más abusos”, responde cuando le preguntan por su cambio de estilo. Un Capriles sin contemplaciones llama en cada discurso “enchufado” y “vago” a Nicolás Maduro. Y un Maduro envalentonado responde aludiendo a los planes golpistas de Capriles, como si Venezuela no pudiera abandonar las teorías conspirativas, los supuestos planes de magnicidios que han marcado el imaginario colectivo en estos años de revolución.

Y entre insulto e insulto, los temas de campaña. El futuro de las misiones, la presencia de los cubanos en los programas sociales y en el ejército, el petróleo que regala Venezuela a la isla y a otros países del continente, la criminalidad desbordada, la hiperinflación... Problemas de los que se ha hablado casi de pasada en esta campaña, porque lo importante era golpear al adversario con palabras altisonantes y mostrar en público sus vergüenzas. A toro pasado, el 15 de abril habrá que hablar de propuestas, porque uno de los países más violentos del mundo necesita respuestas a la criminalidad, a una inflación desbordada, a un desabastecimiento que crece días tras día.

Maduro, si gana, debe afrontar todo eso. Porque a los grandes logros de la revolución, la reducción de la pobreza en casi 30 puntos o un país libre de analfabetismo, se le cuelan por las grietas otros problemas que no requieren de simples parches, sino de una verdadera solución.