¿Por qué planchar alisa la ropa?
- Con el calor de la plancha las fibras se vuelven moldeables
- La plancha ordena las fibras en una dirección borrando las arrugas
Las fibras naturales se arrugan más que las sintéticas
El origen de la plancha eléctrica
La plancha eléctrica nació en Estados Unidos a finales del siglo XIX. Se le ocurrió al neoyorkino Henry Seely. Por aquellas la electricidad no llegaba a todas las casas y cuando empezó a haber un suministro regular las centrales solo suministraban a partir del atardecer, puesto que era considerada solo como un medio de iluminación. Hasta que no se solventó este escollo las planchas eléctricas no se popularizaron.
Sitúas la prenda estirada sobre la tabla, presionas y deslizas sobre ella la plancha caliente y emitiendo vapor y en un santiamén las arrugas desaparecen. ¿Qué ha pasado exactamente en la tela para que se produzca este cambio?
Las fibras textiles naturales y sintéticas están compuestas por polímeros, macromoléculas con forma de filamento compuestas por una pequeña molécula repetida como un eslabón de una cadena. “Las fibras se comportan como un sólido hasta una determinada temperatura. Cuando rebasan esa temperatura las fibras se reblandecen y son moldeables”, explica a RTVE.es Juan José Iruin, catedrático de la Universidad del País Vasco especializado en polímeros.
Gracias a esta propiedad podemos alisar la ropa con las planchas calientes. “Presionando y deslizando la plancha recolocamos las fibras en una determinada dirección, la adecuada para que la prenda tenga un aspecto óptimo”, asegura el experto.
Cómo nacen las arrugas
“Los hilos (compuestos de fibras) que construyen los tejidos están retorcidos unos sobre otros. Cuanto más estirados y tensos, más rectos están y menos se arruga la tela. Los tejidos de alta calidad, como un mantón de Manila no se arrugan por esta razón. Los tejidos de baja calidad se arrugan mucho porque los hilos están desvaídos, muy abiertos”, explica Lucina Llorente, especialista en tejidos del Museo del Traje.
Cuanto más desvaído también es más fácil que se incorpore vapor de agua en las prendas metiéndose entre las cadenas de polímero favoreciendo la formación de arrugas. “Desplazan el aire que hay entre las fibras y lo ocupan”, explica Guillermo Roa, doctor en química de la Fundación Elhuyar.
El agua es como un imán. Tiene un polo positivo y otro negativo. “Las moléculas embebidas en los huecos de las cadenas de polímeros reordenan la fibra mediante sutiles atracciones y repulsiones entre los átomos de las moléculas que la forman”, ilustra. Si con ayuda de la plancha hemos colocado las fibras en una dirección la ropa quedará lisa. Si no la planchamos, las fibras se colocarán retorcidas y la prenda quedará arrugada.
Los tejidos hechos con fibras naturales, basados en celulosa, como el algodón, el lino y el rayón son los que más se arrugan porque tienen más capacidad para alojar agua entre sus fibras que las fibras sintéticas, como el poliéster o la poliamida.
En los tejidos de buena calidad, con un buen acabado, no entra más agua que la que forma parte de su composición natural y le proporciona la flexibilidad que lo caracteriza. “Los tejidos que están bien tensos, ni se arrugan ni se modifican con el planchado”, comenta Lucina.
Por un motivo relacionado encoge las prendas. “Las fibras de los tejidos se tensionan, se estiran, para fabricar la ropa y que esta adquiera la forma que se desea. Cuando lavamos el tejido y le aplicamos calor se producen una serie de cambios que relajan las fibras, se destensan, recuperan su longitud natural, que es más corta, es decir, encoge”, explica Pablo Monllor, ingeniero textil del campus de Alcoy de la Universidad Politécnica de Valencia.
Los romanos planchaban a martillazos
Ya en la Antigua Grecia vestir con ropa sin arrugas era signo de refinamiento. Para lograrlo usaban rudimentarias planchas que alisaban la ropa por presión acompañadas en ocasiones de rodillos calientes que deslizaban por encima de las telas antes de pasar la plancha. Los romanos planchaban a martillazos, tarea encomendada a los esclavos. Los chinos del siglo IV alisaban la seda con recipientes de latón en cuyo interior ardían madera aromática que se impregnaba en las prendas.
En la Europa del siglo XV se usaban cajas calientes con un ladrillo caliente o brasas en su interior. Los plisados en los vestidos denotaban alta posición social porque daba a entender que quien los llevaba tenía sirvientes.