Turquía despierta del sueño islamista y democrático de Erdogan
- Su deriva autoritaria ha levantado y unido a una sociedad polarizada
- La revuelta puede marcar un antes y un después para el partido gobernante
- Las protestas, más que una amenaza, son una seria advertencia
A la Turquía democrática se le ha caído el disfraz de modelo. El ejemplo de transición para las revueltas árabes ha sido incapaz de prever su propia primavera de descontento. Un estallido social que ha desnudado el traje de sultán de Recep Tayyip Erdogan.
Los "indignados" turcos dicen que no tienen el color de ningún partido. Kemalistas, comunistas, prokurdos e incluso algunos partidarios de Erdogan portan pancartas con la palabra "dimisión". No parecen tener liderazgo ni reivindicaciones claras, algo que amenaza con que las protestas se evaporen igual que han emergido, pero sí tienen un objetivo: fundir el puño de hierro con el que el primer ministro ha gobernado en los últimos años.
“Es una protesta cívica, urbana y apolítica”, observa Francisco Veiga, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona y coordinador de la cooperativa de ideas Eurasian Hub. "Todas las críticas se centran en una sola figura, Erdogan. Creo que las revueltas son más un fallo del gobierno que un logro de los manifestantes", añade.
Erdogan ha tenido un error de cálculo fundamental. Y se ha encontrado con la mayor contestación en la última década. "Se ha empecinado en gobernar de espaldas al pueblo. Se ha convertido en un líder antipático, autoritario. Más preocupado por la política exterior y sus proyectos faraónicos que de los problemas locales", señala a RTVE.es el analista Veiga. "Recuerda a la última legislatura de José María Aznar", añade.
Erdogan, bajo el síndrome de Napoleón
Erdogan ganó hace dos años las elecciones con los mejores resultados de la historia. Y quizás esa mayoría absoluta marcó su propio ocaso. El estadista, el hábil negociador con la Unión Europea, el hombre que ha mantenido a raya a los militares y ha conseguido que la guerrilla kurda se retire a sus cuarteles se ha emborrachado de poder.
La débil y fragmentada oposición ha hecho frente común. Abanderada por un profundo descontento hacia la deriva autoritaria de Erdogan, una parte de la sociedad turca ha dicho "basta" a quién hoy llaman "sultán". Protestan contra el primer ministro más por su estilo de gobierno -poco dialogante- y por su deriva islamizadora, que por su ideología. Y de hecho, el detonante de las protestas, el desalojo de un parque que iba a ser destruido para construir un centro comercial es el símbolo apolítico de esas manifestaciones.
No es solo un parque. Es la facilidad con la que Erdogan destroza el último pulmón verde de Estambul sin mediar consulta con los ciudadanos. Igual que planea abolir el aborto, se declara contrario a los partos por cesárea, persigue las muestras públicas de afecto, restringe la venta y consumo de alcohol e incluso el color de lápiz labial usado por las azafatas.
Igual que trata de modificar la Constitución para llevar al país a un sistema predencialista, esto es otorgar poderes ejecutivos a la jefatura del Estado, la misma a la que podría optar en 2014, si adelanta el fin de su último mandato como primer ministro, previsto para 2015. O igual que ha metido al país en la guerra siria a través del apoyo explícito a los rebeldes.
"El control gubernamental sobre la vida personal de su gente se ha vuelto insoportable en los últimos tiempos", afirma la bloguera e instructora de yoga Kokia Sparis en su blog muy seguido estos días. Según Reporteros Sin Fronteras, Turquía se ha convertido en la "mayor cárcel del mundo" para periodistas con más de 70 reporteros encerrados. Y la caza se extiende a jueces y militares.
Los ciudadanos no quieren una política pilotada desde el sillón de mando. Quieren participar en el proceso de toma de decisiones. "Erdogan tiene un gran ego, tiene el síndrome de Napoleón. Él se ha denominado asimismo como sultán... Necesita dejar de hacer eso. Es solo un primer ministro", afirma a la CNN Yakup Efe Tuncay, un manifestante de 28 años.
La economía como escudo
Erdogan ha advertido de que "esto no es una primavera turca" y que, por lo tanto, no tendrá el mismo final. A él le avalan las urnas.
"La caída del Gobierno en estos momentos es un sueño contracultural. Se tiende a confundir protestas con votos. La gente se está dejando la piel en la calle pero eso no significa que vaya a ver un vuelco político. Yo lo veo más como una fuerte llamada de atención", señala a RTVE.es el profesor Veiga.
La clave para Veiga está en la capacidad que tenga el Gobierno de responder al descontento de los manifestantes y de evitar el contagio que el clima de inestabilidad pueda insuflar a la economía. Y lo debería hacer en un tiempo récord. La Bolsa ha caído este martes un 10%.
"Turquía ha sido un refugio de inversiones, pero el dinero es muy cobarde y si se prolongan los disturbios y la inestabilidad se puede producir una fuga de capitales y un descenso de la actividad turística. Eso dañaría enormemente la economía turca, que es la base de poder sobre la que se sustenta el Gobierno de Erdogan", advierte Veiga. "Si se rompe el espejismo de la gestión económica entonces el Gobierno sí se podría ver seriamente amenazado porque no tendría nada en lo que apoyarse", añade.
Las grandes cifras macroeconómicas apuntalan a Erdogan en el poder. Turquía creció más del 8% en 2010 y 2011 y un 2.2% en 2012, y el paro se mantiene en el 8,5%. Los tipos de interés marcan mínimos históricos y el turismo y las exportaciones están al alza. Solo la inflación (8,9% en 2012, según la OCDE) ahonda en las desigualdades sociales.
La alternativa está dentro del AKP
Erdogan aseguró desde Rabat, donde se encuentra de viaje, que todo estará solucionado a su vuelta. Pero resulta evidente que habrá un antes y un después para su gobierno tras este despertar social.
"La revuelta puede sacudir la estructura de poder del partido gobernante, el islamista Justicia y Desarrollo (AKP), al tiempo de dar más popularidad al presidente, Abdullah Gül", señala el corresponsal de Efe, Ilya U. Topper. Por lo pronto, Gül y el viceprimer ministro, Bülent Arinç, han tratado de conectar con los manifestantes con un discurso moderado, de disculpa y de llamada a la calma.
La oposición podría capitalizar las protestas, pero el Partido Republicano CHP no ha demostrado capacidad ni liderazgo para organizar una alternativa real.
"La alternativa a Erdogan está dentro del AKP, que cuenta con gente muy preparada. Una sustitución en la cabeza del gobierno daría al partido más sustancia y longevidad. Los partidos no pueden pagar el precio de líderes iluminados. El secreto está en que sepan reinventarse y conectar con la sociedad civil", apunta el profesor Veiga, para quien el modelo turco de democracia islamista no está agotado. "Quién está agotado es Erdogan", añade.
Pero ese modelo tiene que pasar necesariamente por reconciliar a las dos Turquías. A la urbana, moderna, europea, republicana, laica, kemalista y heredera de Ataturk, que ha tomado estos días las calles. Y a la provincial, islamista, ancestral, que ha votado a Erdogan durante la última década. La primera se pasea por Estambul, Ankara, Esmirna y las ciudades de la parte occidental. La otra se refugia en la Anatolia Central. Y las dos se miran hoy en un espejo roto.