Ahmed Haou: "Esperar cada día la muerte es casi peor que ser ejecutado"
- Estuvo 10 años condenado a muerte y cinco a cadena perpetua
- Le acusaron de atentar contra el Estado por repartir pasquines críticos
- Desde 1998 lucha por la abolición y los derechos humanos en Marruecos
Durante 10 años, la vida para Ahmed Haou consistió en esperar la muerte en una celda de 1,5 x 1,5 metros. Un agujero sin baño, con ratas y en el que las luces no se apagaban ni de noche ni de día. La desnutrición o las condiciones insalubres no eran lo peor. Las torturas cotidianas y el terror a ser ejecutado le han dejado secuelas para toda la vida. Pero la muerte nunca llegó.
Ahmed es uno de los muchos presos políticos que fueron condenados a la pena capital durante el reinado de Hassan II. Pese a que los únicos delitos que podían ser castigados con la guillotina eran la incitación a la guerra civil o el armamento de grupos violentos, en 1984 repartir unos pasquines críticos con el régimen marroquí durante una manifestación pacifista eran más que suficientes para llevarte al corredor de la muerte.
“Fueron a mi casa, maltrataron a mis padres para que me entregara. Y eso hice”, recuerda con nitidez. Le acusaron de “atentar contra la seguridad del Estado”. Él no aceptó los cargos ni pidió perdón, y al final el comité de la verdad que se encargó de esclarecer los abusos de derechos humanos durante los años de plomo le dio la razón.
Secuelas imborrables
Pero el daño es irreparable. Una gastritis crónica y una hernia discal, entre otras lesiones, le recuerdan esos años en la prisión marroquí de Kenitra, donde los condenados a muerte no tenían derecho a nada. Ni a recibir visitas, ni a comer todos los días, ni a hablar, ni a dormir. Solo se podía esperar. Allí el tiempo estaba detenido. Solo las puertas que se abrían para conducir a los presos al patíbulo, o los azotes de los guardianes rompían el silencio. “Tuve mucho miedo. Cada vez que oía una puerta pensaba que me había llegado al hora. Era un horror absoluto”, afirma a RTVE.es en un francés sosegado.
En 1994 le conmutaron la pena a cadena perpetua. Y el miedo a morir desapareció, aunque no las torturas. “Lo primero que pensé fue: 'ya sea libre o en prisión, voy a seguir viviendo'”, señala
La presión internacional contra el régimen de Hassan II, las huelgas de hambre de los presos y la labor de las organizaciones de derechos humanos lograron que en 1998 Ahmed volviera a ser un hombre libre. “Fue un 13 de octubre, tres días antes de mi cumpleaños y tres días después del día internacional contra la pena de muerte. Octubre es un buen mes”, afirma con una de las pocas sonrisas que se le escapan en toda la tarde.
Lucha por el abolicionismo
Marruecos es un país calificado como abolicionista en la práctica por Amnistía Internacional. Desde que Ahmed salió de prisión no se ha ejecutado a ningún preso, aunque se sigue condenando a muerte: al menos 34 personas en los últimos seis años. “Dejar a una persona viva en esas condiciones es peor que ejecutarlo”, apunta. “Pero ahora tienen más apoyo. Somos mucha gente luchando contra la pena de muerte”, asegura.
Desde ese octubre de 1998, Ahmed lucha por la abolición de la pena de muerte. Trabaja en el Consejo Nacional de Derechos Humanos de Marruecos y, aunque es crítico con el Gobierno de Mohamed VI, subraya algunos avances, como la Constitución aprobada en 2011.
“El derecho a la vida se ha convertido en un derecho constitucional. Se ha prohibido la tortura y el secuestro en lugares secretos. Queda mucho por hacer pero estamos en el camino”, asegura con optimismo Ahmed, que compartirá su experiencia y su lucha en el V Congreso Mundial contra la Pena de Muerte, que ha comenzado este jueves en Madrid.
¿Y qué hay al final de ese camino?. “Un lugar en el que nadie tendrá que vivir sabiendo que cualquier día puedan ejecutarle”.