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Las protestas en Brasil ponen a prueba la popularidad de Dilma Rousseff

  • Casi una semana después, el movimiento social ha mostrado su mayor fuerza
  • Son las mayores protestas desde las de 1992
  • Antes de las protestas, Rousseff había perdido ocho puntos de popularidad

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Un manifestante pide a Dilma Rousseff que se una a las protestas

La marea brasileña no se detiene. Más de un millón de personas paralizaron este jueves las calles de las principales ciudades de Brasil aún después de conseguir algunas de sus demandas. Ni las palabras de la presidenta, Dilma Roussef, pidiendo atención a la voz de la calle, ni la marcha atrás de 14 capitales a la polémica subida del precio del transporte público que originó la crisis han conseguido calmar las manifestaciones. Las comparativas con las protestas de Turquía son recurrentes. Pero a diferencia de Erdogan, Roussef parece salvarse de las iras populares. No así su partido ni su Gobierno.

"La tarifa de ómnibus no es el único motivo de la manifestación: el país está cansado de la corrupción, de los privilegios de los políticos, del desorden en la educación y la salud", comentaba a la Cadena BBC Diogo Cunha, un técnico electrónico que participó en las manifestaciones de este jueves. "Básicamente tenemos que cambiar un país entero, no sólo el boleto de ómnibus".

Las tarifas han sido la chispa que ha encendido el fuego. La gama de demandas es mucho mayor y variada y, además, un síntoma de una enfermedad social más grave. "Es importante señalar el divorcio que hay entre los partidos políticos y los movimientos sociales", comenta Paulo Henrique Martins, presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociología.

Ante la gravedad de la crisis, la presidenta brasileña ha convocado un gabinete de crisis con sus ministros para analizar la respuesta política oportuna a las manifestaciones y ha aplazado un viaje a Japón de la próxima semana, otro a Ciudad de Salvador.

Manifestaciones históricas

Brasil no vivía algo así desde las manifestaciones de 1992, pero entonces las demandas eran muy concretas: la destitución del entonces presidente Fernándo Collor de Mello. Ahora, los carteles muestran que los brasileños encuentran muchas razones pero la ira se centra en la clase política.

La corrupción es una de las principales denuncias de los manifestantes. Desde junio de 2011, en dos años, ocho ministros del Gobierno de Rousseff han caído. Al menos siete de ellos lo han hecho por ese motivo.

Brasil, una de las grandes económica del mundo, ocupa el puesto 69 en el índice de corrupción de Transparencia Internacional de 2012, con una puntuación de 43 puntos sobre 100. La misma puntuación que Sudáfrica.

Desde que se iniciaron las protestas, las analogías en la prensa con las manifestaciones en Turquía han sido constantes. Sin embargo, en esta ocasión las iras populares no han personalizado en la presidenta, como sí pasó con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.

La popularidad de Dilma

"Nuestra lucha no acabó, júntese a nosotros, compañera", se leía en una pancarta junto a la foto de una joven Rousseff  en sus tiempos de militancia en el grupo de izquierda que luchaba contra la dictadura.

De hecho, la presidenta ha tenido palabras de compresión y cierta cercanía con los manifestantes y su causa. Aunque tardó en responder, en su primera reacción parecía haber entendido el mensaje. “La voz de la calle tiene que ser escuchada”, dijo, es “un mensaje directo a los gobernantes”.

Esta intervención, según medios brasileños, ha sido determinante para que los alcaldes cedieran y revocaran la subida de precios en los transportes. Aún no hay datos sobre cómo han podido influir la gestión de las protestas a su popularidad a 15 meses de las elecciones presidenciales, aunque le queda un consuelo: las iras también se han dirigido contra el opositor PSDB

Según una encuesta oficial realizada antes de las protestas, Dilma Rousseff había perdido ocho puntos de popularidad, pasando del 65% al 57%, fundamentalmente debido a la inflación.

Sin embargo, la condescendencia popular por la personalidad de Roussef no se ha hecho extensible a su formación, el Partido de los Trabajadores (PT). La dirección de la formación instó a su militancia a apoyar a apoyar las protestas, pero la respuesta popular no ha sido la esperada.

Este jueves, el presidente del PT, Rui Falçao, convocó a su militancia a unirse a la fiesta con las banderas de su partido, pero su actitud recibió una dura crítica en las redes sociales y, también, por parte de los líderes del Movimiento Passe Libre. Incluso, algunos llegaron a quemar las banderas rojas del PT.

El futuro del Movimiento

Los analistas no se atreven a pronosticar por cuánto tiempo perdurarán las protestas o cómo se va a desarrollar el Movimiento. Sus características, de liderazgo horizontal, lo hacen casi imprevisible.

"Los principales mentores (de las protestas) son estudiantes universitarios o jóvenes profesores que vienen debatiendo en las aulas (…) el problema del deterioro de la gobernabilidad en Brasil", indicaba a la BBC  Paulo Henrique Martins, presidente de la Asociación Latinoamericana de Sociología.

Sin embargo, la gestión política de las movilizaciones podría complicarse. Según el Ministerio de Interior, aunque la mayoría de este jueves las manifestaciones transcurrieron de manera pacífica, ha habido dos muertos - uno de ellos por inhalar gas lanzado por la policía- y algunas escenas de pillaje.  En Brasilia, algunos manifestantes atacaron el Ministerio de exteriores, y solo en Río, las protestas dejaron 62 heridos.

Confirman la segunda víctima mortal en las protestas en Brasil

Por el momento, el Movimiento Pase Libre ha suspendido temporalmente las movilizaciones, para evaluar la situación. Sin embargo, las protestas tienen mucho de espontáneas y no parece que vayan desinflarse. "Sacar corruptos del poder es muy difícil", comentaba a la BBC Daniela Peixoto Tavares, una abogada de 38 años que ha participado en las protestas. Y "con seguridad va a ser más difícil".