¿Cuándo se inventó el tampón?
- En el Antiguo Egipto ya se usaban tampones primitivos
- El tampón moderno con aplicador nació en el siglo XX
- Muchos consideraban el acto de introducirse el tampón un acto sexual
El tampón es uno de los productos imprescindibles para las mujeres en verano cuando tienen la menstruación. Los modelos actuales son muy cómodos y eficaces. Parece un invento moderno, pero nada más lejos de la realidad. El tampón es uno de los inventos más antiguos de la humanidad.
Ya hace 3.500 años en el Antiguo Egipto las mujeres usaban una suerte de tampones primitivos. Las de clases altas utilizaban papiro enrollado para absorber el flujo menstrual y también con otro fin completamente distinto, el anticonceptivo. Por su parte, las mujeres de clases populares se conformaban con tampones de caña acuática suavizada.
Milenios más tarde, entre 500 y 400 a.C. Hipócrates, médico de la Antigua Grecia, describió el uso de un tampón hecho de gasa de hilo enrollado a un trozo de madera ligera. Se tiene constancia del uso de tampones de papel en Japón, fibras vegetales en Indonesia y rollos de hierba en África Ecuatorial.
El tampón moderno llegó en 1929 de la mano del médico osteópata Earle Haas. Lo inventó inspirado por las quejas de su mujer sobre el fastidio de tener que lavar los paños que usaba como compresas. Desarrolló la idea tras charlar con una amiga que le explicó que se introducía en la vagina una esponja.
Haas patentó su invento en 1931. Lo llamó 'aparato catamenial'. Consistía en un cilindro de algodón y rayón comprimido muy absorbente. Lo más novedoso era el hilo cosido a la base del algodón para recuperarlo y el aplicador, que era un tubo recubierto de cera que se deslizaba en parte dentro de la vagina. Una vez colocado se presionaba un segundo cilindro situado dentro que empuja como un émbolo la bala de algodón. Una vez dentro esta se expande con la humedad y puede absorber unos 10 gramos de flujo. La estructura del producto es exactamente el mismo a día de hoy.
Haas intentó vender el invento a varias empresas farmacéuticas sin éxito. Por aquellas la menstruación era aún tabú. De hecho, por aquella época ya se vendían compresas desechables sin demasiado éxito. Los comerciantes las colocaban en estanterías fuera del mostrador con una caja para dejar el dinero de tal manera que las clientas no tenían que pasar por el vergonzoso trance de pedirlas personalmente al dependiente.
Una mujer con la regla hacía que se agriara el vino
En Europa en pleno siglo XX aún estaban arraigadas algunas supersticiones relacionadas con la regla. En el norte de Francia se les prohibía la entrada en las refinerías de azúcar por miedo a que se tornara negra. En algunos pueblos de España, una menstruante no podía tocar a un niño porque le daba mal de ojo o se pensaba que si un perro lamía sangre menstrual se volvía rabioso. Otras supersticiones aseguraban que la visita de una mujer con la regla hacía que se agriara el vino, se cortaran las salsas en la cocina o se le retirara la leche del pecho a las nodrizas.
En 1933, Gertrude Tenderich, una pequeña empresaria conciudadana de Haas en Denver (Colorado), le compró la patente. Fabricaba ella misma los tampones con una máquina de compresión para aplastar el algodón. Le puso Tampax como nombre comercial y lo vendía como una toallita sanitaria “moderna e invisible”.
Muchos consideraban sexual el acto de introducirse el tampón en la vagina, por lo que costó la aceptación del producto en el mercado pero se logró. En 1936 Ellery Mann compró la patente, creó Tampax Inc. más tarde reconvertida en Tambrands Inc. y lanzó una campaña de publicidad por todo Estados Unidos. Dos años después su uso había normalizado. En 1940 los tampones se vendían en más de 100 países. Desde 1997 maneja el producto la empresa Procter & Gamble.