Egipto: cuando un país se parte en dos
- Se cumplen dos meses del golpe que derrocó a Mohamed Morsi
- En 21 días de estado de emergencia han muerto más de mil personas, según el Gobierno
Catorce de agosto. Primer día en estado de emergencia en Egipto. Al aterrizar en El Cairo da la sensación de haber llegado a una ciudad en guerra. No solo por las tanquetas del Ejército apostadas cada pocas calles. Ni siquiera por las barricadas de vecinos armados que registran a todo el que pasa. Rige el toque de queda y la capital, en cuanto se pone el sol, se vacía.
Recorrerla implica toparse cada pocas manzanas con controles militares o con los que se llaman a sí mismos "grupos de autodefensa" vecinales. En morgues, hospitales y mezquitas se hacinaban ese día cientos de cadáveres, los muertos en el violento desalojo de los campamentos de los Hermanos Musulmanes. Pero tampoco es solo eso, la abrumadora omnipresencia de la muerte, lo que nos recuerda a una guerra. Es, sobre todo, la profunda fractura que divide a los egipcios.
Al hablar con la gente, da la impresión de que casi todos tienen claro cuál es su bando y cuál es el enemigo. "Los Hermanos Musulmanes empezaron a disparar contra los soldados, el campamento estaba lleno de armas", dice una vecina de Nahda, una de las plazas desalojadas. Otra mujer nos enseña a escondidas varias balas y un tirachinas. "Los soldados empezaron a disparar", cuenta, "los manifestantes se defendían con piedras". Si en una guerra la primera víctima es la verdad, en Egipto a la verdad ya la están enterrando.
El desalojo de los campamentos: una herida sin cerrar
Sigue siendo difícil reconstruir, tres semanas después, lo que ocurrió en los campamentos el 14 de agosto. Los Hermanos Musulmanes dicen que el Ejército y la Policía entraron con tanques y helicópteros y empezaron a disparar... Que entraron a punta de pistola en el hospital de campaña, obligaron a los médicos a irse y remataron a los heridos antes de prender fuego a todo.
El Gobierno, en cambio, cuenta que había órdenes explícitas de no disparar, pero que fueron los manifestantes los que abrieron fuego, rodeados de mujeres y niños a los que utilizaban como escudos humanos. Los vecinos, según sean partidarios del depuesto Morsi o del actual gobierno interino, defienden con igual fervor una u otra versión.
El dolor también ha estallado a partes iguales. En la mezquita de Al Iman, abarrotada con cientos de cadáveres de islamistas, los familiares enseñaban a las cámaras cuerpos calcinados. Contaban que los soldados los quemaron vivos. En un hospital de las fuerzas de seguridad, eran los agentes los que mostraban sus heridas. Los médicos decían que muchos han sufrido disparos de francotiradores. Solo algunos periodistas extranjeros, testigos del desalojo, cuentan que han visto ambas cosas: cómo los soldados masacraban el campamento, y cómo algunos de los miles de manifestantes disparaban también.
El Egipto que niega el golpe
Está claro que una parte de Egipto odia profundamente a los Hermanos Musulmanes. A los periodistas extranjeros nos hacen, constantemente, la misma pregunta: "¿Todavía seguís diciendo que aquí ha habido un golpe de estado?"
Los detractores de Mohamed Morsi creen que fue él quien dio un golpe al intentar acaparar todos los poderes y aprobar una constitución en clave islamista. Es lo que dicen muchos de los que salieron, hace dos años, a manifestarse contra la dictadura militar de Mubarak. Como Shadi Harb, fundador de la Coalición de Jóvenes Revolucionarios. Después de un año con Morsi como presidente, lo tiene claro: "Prefiero devolver el poder a los militares antes que a los Hermanos Musulmanes".
Incluso algunos de los que hace meses criticaban ferozmente al Ejército, ahora lo defienden. El escritor Alaa al Aswany desconfió pronto de los militares cuando, una vez derrocado Mubarak, se resistían a abandonar el poder. Los criticó con tanta dureza que llegaron a encausarle por "deformar la imagen del Ejército". Ahora, sin embargo, dice que los militares solo están defendiendo la revolución y apoyando a un pueblo que ya no quería a Morsi en el poder.
En Egipto, el equipo de TVE se mueve con Mohamed, un conductor que conoce cada esquina de El Cairo. Él es de los que odian a los islamistas. Su madre también, pero siempre sale a la calle cubierta de la cabeza a los pies con un niqab. Desde pequeña le enseñaron que ésa es la vestimenta correcta. Ahora no sale de casa porque teme que la confundan con una partidaria de Morsi y la agredan. Pero también ella defiende la ofensiva contra los Hermanos Musulmanes, a pesar de que la obliga a vivir encerrada.
El Egipto que denuncia el golpe
Está igual de claro que otra parte de Egipto adora a los Hermanos Musulmanes. Son los que creen que la religión debe guiar el país, los que durante décadas se beneficiaron de la red de asistencia social de la cofradía, los que hace menos de año y medio votaron a Morsi y ahora ven cómo el primer presidente civil elegido democráticamente en Egipto está arrestado en paradero desconocido.
Jaled Kazzaz, que asesoraba a Morsi en materia de política exterior, también está detenido sin que se sepa dónde. Para su mujer, Katrina, “es un secuestro y no un arresto, porque no sabemos nada de él”. Acorralados por el Ejército, los Hermanos Musulmanes se resisten a abandonar su pulso en las calles. Mohamed Soltan, que recibió un disparo en el brazo en el desalojo de Rabaa, dice que no tienen miedo y que se están reagrupando, pero ni siquiera se atreve a decirnos donde está. Solo acepta una entrevista a través de internet.
Tres semanas después del desalojo de los campamentos, las calles de El Cairo están más calmadas, en buena parte porque el Ejército ha conseguido mermar la capacidad de convocatoria de las marchas islamistas. El Gobierno ha prohibido los grupos de autodefensa vecinales a los que en un primer momento dio alas. El toque de queda ya no empieza a las siete de la tarde, sino a las once de la noche.
El Cairo recupera cada día un poco más de su ritmo ajetreado, pero las posturas siguen igual de enrocadas. El Gobierno dice estar combatiendo el terrorismo. Los Hermanos Musulmanes dicen que les están quitando por la fuerza lo que ganaron en las urnas. En 21 días han muerto más de mil de personas, han estallado decenas de tiroteos, han ardido más de cuarenta iglesias coptas. Los egipcios tienen demasiados muertos a los que llorar. Y si la verdad también muere… no le importa a casi nadie.