Suárez: "Un político no puede ser un hombre frío, sus decisiones afectan a seres humanos"
- Suárez, ahora ensalzado, se veía en 1980 "desprestigiado por todos"
- "¿Cómo me iba a tirar al suelo?", dijo de su actitud en el 23F
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Se definía a sí mismo como "un chusquero de la política". Con la misma humildad, declaraba en una entrevista en 1979: "No soy experto en nada, pero creo que soy un buen político". Adolfo Suárez no era precisamente inconsciente de la tarea histórica que le tocaba desempeñar y del lugar que podría ocupar en la Historia de España si llevaba a buen puerto el barco que capitaneaba. Sí era de aquellos que teniendo muy claras sus metas, no dejó que traicionaran a sus principios. Si se nos conoce por nuestros actos y palabras, estas son algunas con las que el primer presidente democrático español definía los suyos.
En su primera gran intervención parlamentaria, como ministro Secretario General del Movimiento, defendió la Ley de Asociaciones Políticas, que debía abrir la puerta a la legalización de los partidos:
No hay que derribar lo construido ni hay que levantar un edificio paralelo. Hay que aprovechar lo que tiene de sólido, pero hay que rectificar lo que el paso del tiempo y el relevo de generaciones haya dejado anticuado.
Este pueblo nuestro pienso que no nos pide ni milagros ni utopías, creo que nos pide sinceramente que acomodemos el derecho a la realidad, que hagamos posible la paz civil por el camino de un diálogo, que sólo se podrá entablar con todo el pluralismo social dentro de las instituciones representativas. A todo eso os invito. A quitarle dramatismo a nuestra política. Vamos a elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal.
Y permitidme para terminar que recuerde los versos de un autor español:«Está el hoy abierto al mañanamañana al infinitoHombres de España:Ni el pasado ha muertoNi está el mañana ni el ayer escritos.»
El 3 de julio de 1976, el rey Juan Carlos nombraba a Suárez presidente del Gobierno. Al volver a su casa, un corresponsal extranjero le aborda y le pregunta:
- ¿Se siente usted un presidente legítimo? - Soy presidente del Gobierno conforme a la legalidad vigente, pero sé que la legitimidad solamente la aportan las urnas".
Tras jurar su cargo a los pocos días, se presentó a la nación con un discurso en el que decía lo siguiente:
La Corona tiene una voluntad expresa de alcanzar una democracia moderna para España, una democracia en la que la libertad, la justicia, la participación, la cultura y la paz sean fruto del esfuerzo de todos y el resultado del que todos se beneficien. El servicio a estos propósitos constituye mi más firme decisión.
El Gobierno que voy a presidir no representa opciones de partido, sino que se constituirá en gestión legítima para establecer un juego político abierto a todos. La meta última es muy concreta: que los gobiernos del futuro sean resultado de la libre voluntad de la mayoría de los españoles, y para ello solicito la colaboración de todas las fuerzas sociales.
Fruto de ese espíritu, en septiembre de 1976 el Consejo de Ministros aprueba la Ley para la Reforma Política, y Suárez sintetizó el espíritu de esta con una frase prestada de Franklin D. Roosevelt:
No hay que tener miedo a nada. El único miedo racional que nos debe asaltar es el miedo al miedo mismo.
Quién mejor que Suárez para definir qué significaba la Transición. Lo hizo en un discurso parlamentario el 6 de abril de 1978, que según sus biógrafos, salió por completo de su propia pluma.
Se nos pide que cambiemos las cañerías del agua, teniendo que dar agua todos los días; se nos pide que cambiemos los conductos de la luz, el tendido eléctrico, dando luz todos los días; se nos pide que cambiemos el techo, las paredes, las ventanas del edificio, pero sin que el viento, la nieve o el frío perjudiquen a los habitantes de este edificio; pero también se nos pide a todos que ni siquiera el polvo que levantan las obras de este edificio nos manche, y se nos pide también, en buena parte, que las inquietudes que causa esta construcción no produzcan tensiones.
Legalización del PCE, elecciones, Constitución
En plena Semana Santa de 1977, a escasos dos meses de las elecciones generales, Suárez da un golpe de mano y legaliza al Partido Comunista. Una decisión necesaria y audaz, que defendió así ante los ciudadanos en un mensaje televisado:
Yo no solo no soy comunista, sino que rechazo firmemente su ideología como la rechazan los demás miembros del gabinete que presido. Pero sí soy demócrata, y sinceramente demócrata, y por ello pienso que nuestro pueblo es suficientemente maduro, y lo demuestra a diario, como para asimiliar su propio pluralismo.
El discurso más recordado de Adolfo Suárez, con la coletilla que definió a un político y una época, lo pronunció el 13 de junio de 1977, en el cierre de campaña de las elecciones generales. Y tiene título: "Puedo prometer y prometo".
Puedo prometer, y prometo, intentar elaborar una Constitución en colaboración con todos los grupos representados en las Cortes, cualquiera que sea su número de escaños. (...) Puedo prometer, y prometo, un marco legal para institucionalizar cada región según sus propias características. Puedo prometer, y prometo, que trabajaremos con honestidad, con limpieza y de tal forma, que todos ustedes puedan controlar las acciones de Gobierno.
Puedo, en fin, prometer, y prometo, que el logro de una España para todos no se pondrá en peligro por las ambiciones de algunos y los privilegios de unos cuantos.
El 31 de octubre de 1978 se aprobó el texto de la Constitución que el 6 de diciembre fue refrendada por la inmensa mayoría de los españoles. Sentaba las bases de nuestra actual democracia, que el presidente del Gobierno definía del siguiente modo:
La democracia, por encima de sus exigencias concretas y de sus modos técnicos de realización, es un estilo de vida, una forma de entender y actualizar la convivencia política, que se gana día a día por el trabajo ilusionado, el esfuerzo integrador, la voluntad de diálogo y la capacidad de compromiso.
Tras muchas victorias y serios reveses, el 27 de enero de 1981 Adolfo Suárez, acosado por la oposición política interna y externa y ante el sordo ruido de sables del golpismo militar, decide presentar su dimisión para evitar males mayores y en defensa de la obra que había creado. Así lo explicó en otro mensaje histórico:
Como frecuentemente ocurre en la historia, la continuidad de una obra exige un cambio de personas y yo no quiero que la democracia sea una vez más un paréntesis en la historia de España.
No me voy por cansancio. No me voy porque haya sufrido un revés superior a mi capacidad de encaje. No me voy por temor al futuro. Me voy porque ya las palabras parecen no ser suficientes y es preciso demostrar con hechos lo que somos y lo que queremos.
La gran imagen asociada a Adolfo Suárez es la de su resistencia a hincar la rodilla, literalmente hablando, en el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Para Suárez, un acto consecuente con la dignidad de su cargo y su propia dignidad personal, como él mismo refería en una entrevista:
¿Valiente por qué? Yo representaba al Estado. ¿Cómo me iba a tirar al suelo?Mi única idea durante los primeros momentos del golpe fue mantener la dignidad del presidente del Gobierno de España. La dignidad de la democracia. Varias veces se me pasó por la cabeza qué dirían los titulares de los periódicos que podían hacer a mi persona si el golpe triunfaba: ‘El presidente murió de un tiro en la espalda cuando estaba tumbado en el suelo’. Eso me rebeló Si me mataban tenían que ser cara a cara. En aquellos instantes mi instinto fue dar la cara.
Suárez habla de Adolfo
En 1980, el presidente Suárez concedió una entrevista al diario ABC. Sin embargo, el Gobierno consideró que no era conveniente su publicación entonces, y no vio la luz hasta 2007. Estas son algunas de las confesiones que Suárez hizo a la periodista Josefina Martínez del Álamo.
La vida te da siempre dos opciones: la fácil y la difícil. Cuando dudes, elige siempre la difícil, porque así siempre estarás seguro de que no ha sido la comodidad la que ha elegido por ti.
Al final he llegado a la conclusión de que los políticos son hombres como los demás. En el fondo, las cualidades que verdaderamente cuentan son las humanas.
Soy un hombre absolutamente desprestigiado. Sé que he llegado a unos niveles de desprestigio bastante notables… he sufrido una enorme erosión (...) He llegado a la conclusión de que es mejor callar. Y es lo que suelo hacer.
Un político no puede ser un hombre frío. Su primera obligación no es convertirte en un autómata. Tiene que recordar que cada una de sus decisiones afecta a seres humanos. A unos beneficia y a otros perjudica. Y deber recordar siempre a los perjudicados.
Le hemos hecho creer que la democracia iba a resolver todos los grandes males que pueden existir en España… Y no era cierto. La democracia es solo un sistema de convivencia. El menos malo de los que existen.
Yo no tengo vocación de estar en la Historia. Además, creo que ya estaré; aunque solo acupe una línea (...) Cualquiera sabe lo que dirá la Historia dentro de 30 o 40 años… Por lo menos, pienso que no podrá decir que yo perseguí mis intereses. Admitirá que luché, sobre todo, por lograr esa convivencia; que intenté conciliar los intereses y los principios…, y en caso de duda, me incliné siempre por los principios.
Adolfo Suárez, arquitecto de la Transición, hacía balance personal en 1995 para Informe Semanal de su papel en el proceso de transición a la democracia, con la satisfacción del deber cumplido:
Me siento orgulloso, me siento contento con todo el pasado, lo asumo con toda plenitud y asumo, por tanto, todas las responsabilidades que de ello puedan derivarse. No solamente las que hubiera podido tener en aquella época, sino también las que he tenido después en el proceso de cambio político de un sistema autoritario a un sistema democrático en el que creo, modestamente, que jugué algún papel.
Y ante la concesión del premio Príncipe de Asturias de la Concordia en septiembre de 1996, enunciaba en una entrevista una guía para mantener eso mismo, la concordia, en la democracia:
En un sistema democrático nadie está en posesión de la verdad absoluta, el pluralismo político es absolutamente imprescindible y uno de los valores más importantes de la vida política es la confrontación de los programas y las ideas. Pero creo también que debe haber un campo muy especial en el que la inmensa mayoría de las fuerzas políticas, económicas y sociales pueden y deben llegar a un acuerdo.