Un minuto en la vida de los niños sirios refugiados en Zaatari
- Unicef les da la oportunidad de expresar sus emociones en vídeos de un minuto
- A través de la pintura, la música o el teatro dejan atrás los horrores de la guerra
- Viven desde hace más de un año en el campo de refugiados jordano de Zaatari
La mayoría nunca habían cogido una cámara de vídeo en su vida. Ya no se acuerdan apenas de cuándo fue la última vez que estuvieron frente a un televisor. Llevan más de un año en el campo de refugiados de Zaatari, en Jordania. La guerra de Siria les ha arrancado su infancia pero, afortunadamente, no su ilusión.
Unicef ha dado la oportunidad a algunos de los miles de niños refugiados en el campo jordano de Zaatari de compartir sus ideas, sus sueños, sus miedos y sus puntos de vista sobre el mundo. Y el resultado es una serie de vídeos de apenas un minuto en el que, por primera vez, vemos cómo estos pequeños afrontan el conflicto armado a través de la expresión artística. Sus emociones convertidas en pintura, teatro, música…
“Érase una vez una niña y sus juguetes, la estrella y la luna. Cada día dormía con ellas, pero un día lo perdió todo. Pasaron los días, uno tras otro y dejó su casa y llegó al campo de Zaatari. Para olvidar el pasado se centró en su futuro. Comenzó a ir al colegio y a acudir a los espacios amigos de la infancia porque quería olvidar lo que le había pasado”, cuenta Omaima, una joven para quien la guerra de Siria ha supuesto “el fin de la infancia”, pero que aún se atreve a crear y a creer en otro mundo posible.
Ghaida, junto a sus amigos, pinta un mural con un "hermoso manzano" en una de las tiendas de campaña del campamento, que da refugio a más de 85.000 personas forzadas a abandonar su hogar desde que estallara la guerra hace ya tres años.
El arte cura heridas
Para contar cómo viven los niños en Zaatari, Mazoun se ha fabricado un micrófono de cartón. “¿Cuándo fue la última vez que lloraste?”, pregunta a sus compañeros. Y, uno a uno, responden: “Cuando murió mi hermano Mustafá hace dos meses”, responde una niña. “Cuando nos marchamos de Siria”, dicen varios. “Cuando murió mi abuela!, contesta otro.
Y esta aguerrida reportera no se detiene. “¿Y la última vez que sonreíste?”. “Ayer. No. Hoy”, dice una joven con una media sonrisa. “Hace unos días”, responde otro. “Cuando jugué al fútbol con mis amigos y uno de ellos se cayó”, afirma otro joven. Entre ellos se encuentra la cantera de abogados, ingenieros, periodistas y médicos que necesita Siria para su reconstrucción. Muchos médicos que quieren curar las heridas de un conflicto que ha matado a más de 100.000 personas según la ONU. Aunque las heridas más difíciles de curar son las que no se ven.
La separación forzosa de los padres o el haber sido testigos de la violencia dejan secuelas que se manifiestan en pesadillas y en cambios de comportamiento. De los 5,5 millones de niños afectados por la guerra, dos millones necesitan tratamiento o seguimiento psicológico, según Unicef, pero un millón ni siquiera recibe ayuda humanitaria por encontrarse en zonas bajo asedio o de muy difícil acceso.
Según un informe de la ONU del pasado noviembre los niños refugiados corren el riesgo de convertirse en una generación perdida.
Pero Oday, de 13 años, trata de vivir ajeno a esas penurias. “La necesidad agudiza el ingenio”, dice. Y en su imaginación construye una piscina ficticia. Se pone las aletas y las gafas de bucear y se sumerge en un trozo de tierra seca y llena de residuos de Zaatari. ¿Quién necesita una piscina si te puedes inventar un océano?
(Firma aquí la petición de la agencia de la ONU para que acabe la violencia contra los niños y sus familias en Siria).