Los cuadros impresionistas ocultos: del salón al museo
- Dos exposiciones parisinas muestran obras jamás expuestas del XIX
- La exhibición del Museo Marmottan es el fenómeno del año en París
- El municipio de Yerres reúne la mayor muestra de Gustave Caillebotte
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En los límites del centro de París, junto al Bois de Boulogne, el Museo Marmottan-Monet permanece aislado del gran del trajín turístico. Esta primavera, sin embargo, una exposición ha colocado en primer plano a la pinacoteca (que cumple 80 años) con el nombre de “Impresionistas en privado”. No es extraño: la muestra es una oportunidad irrepetible de acceder a obras impresionistas en manos privadas, algunas de ellas nunca expuestas en público. Abierta hasta el 6 de julio, es el corazón de un año impresionista que se redondea con la no menos única exposición de Gustave Caillebotte en Yerres (a 20 minutos al sur de París).
Cuando los pintores impresionistas no terminaban de entrar en el boyante mercado pictórico del XIX, el marchante Paul Durand-Ruel cambió su destino tras viajar a Nueva York para vender sus obras y dar comienzo a la fiebre impresionista. 140 años después, es su bisnieta, Claire Durand-Ruel Snollaerts, la encargada de comisionar la muestra del Marmottan-Monet, el gran éxito del año en la capital (junto a la exposición de Van Gogh en el Museo de Orsay) con colas no habituales en el museo. “Casi estamos teniendo demasiado éxito”, bromea Durand-Ruel Snollaerts. “Nunca es demasiado”, corrige Marianne Mathieu, directora del museo.
“A finales del XIX, unos pocos coleccionistas compraron obras preimpresionistas e impresionistas”, explica Mathieu. “Las pinturas permanecieron en familias y ahora tenemos la oportunidad de tener algunas pinturas como esas. La mayoría de ellas no se han exhibido al público en los últimos 50 u 80 años”.
La exhibición, armada en tiempo récord –ocho meses- se centra en los principales autores del movimiento, Monet, Renoir, Pisarro, Morisot; Cezanne, Caillebotte, Sisley y Degas. ¿Solo ocho meses? “En realidad, es el trabajo de una vida”, dice Mathieu sobre la labor de Durand-Ruel Snollaerts. La colección del mexicano Pérez Simón es una de las más presentes, aunque el mayor prestamista ha preferido permanecer anónimo. “No hay un perfil tipo de prestamista, tienes desde gente que ha heredado obras de los padres a jóvenes magnates que continúan comprando”. En total, 51 prestamistas, la mitad franceses y la otra mitad repartidos entre Europa, EE.UU y América latina.
“Por supuesto, hay muchas obras que todavía están en manos privadas y no sabemos dónde están”, dice Durand-Ruel Snollaerts. “Si quisiéramos hacer otra exposición tan buena como esta, podríamos hacerla de otras colecciones privadas”.
Caillebotte, en primer plano
Si Gustave Caillebotte hubiera sido pobre, sería el impresionista maldito. No vendió cuadros, su obra no fue valorada más que por sus compañeros, y su reconocimiento no llegó hasta finales del siglo XX. Sin embargo, Caillebotte no conoció penurias, fue un rico heredero que financió a sus amigos y compartió la pintura con su pasión por la navegación.
El ayuntamiento de Yerres ha apostado por restaurar y abrir al público la propiedad familiar Caillebotte con una exposición, tan extraordinaria como la del Marmottan, que recoge 43 obras del pintor hasta el 20 de julio, muchas de ellas también en manos privadas.
“Fue muy importante para el grupo porque les ayudó financieramente” explica Durand-Ruel Snollaerts.“Fue muy valiente, ya que él no se preocupaba por vender y exhibía junto a ellos pese a las malas críticas que recibían. Podría haberse mantenido al margen y ayudarles por detrás”.
En las escenas de recreo de la alta sociedad, imágenes urbanas, e incluso algún autorretrato, Caillebotte aparece ahora como el impresionista más moderno, con sus juegos de perspectivas y composiciones de apariencia fotográfica.
Una prueba más de que los impresionistas franceses siguen siendo los mayores reclamos mundiales para los visitantes de museos. “El movimiento es muy popular porque son fáciles de entender, son figurativos, luminosos y coloridos. Son pinturas que todavía nos hablan”.
Solo falta saber si les hablan también desde los salones de sus propias casas. “¡Solo tenemos pósteres!”, ríen las dos. “E imanes”.