Tokio, 11 años: "He visto explosiones en la mina y pienso que algún día me puede pasar a mí"
- Casi un millón de niños y niñas trabajan en minas y canteras en todo el mundo
- Soportan cargas más pesadas que ellos y están expuestos a materiales tóxicos
- Unicef nos presenta a Tokio, Isaya y Kalala, tres historias de vidas en la mina
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“En la mina he visto explotar dinamita y luego cómo se llevaban sus cuerpos en pedazos, en sacos, en carros… Igual me pasa un día a mí”, asegura tembloroso Tokio, un niño que con tan sólo 11 años no sabe lo que es vivir sin miedo.
Tiene nombre de capital del primer mundo, pero nunca ha visto un teléfono móvil o un ordenador. Nació en la comunidad de San Juan, en Bolivia. Y esta lotería biológica le ha marcado la vida.
En América Latina, más de nueve millones de personas dependen de la actividad minera artesanal y una parte importante de ellas son mujeres y, lamentablemente, niños, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Ser un niño en estas familias mineras es aprender desde pequeño a soportar las inclemencias de la vida en zonas desérticas, a grandes altitudes o en medio de la selva. Allí donde no llegan los servicios más elementales y no suele haber acceso a la escuela.
Según la OIT, los niños, niñas y adolescentes comienzan ayudando a sus madres en tareas "sencillas" de selección de desmonte minero o bateando en el río durante largas horas a la intemperie. A partir de los 12 años pasan a apoyar en la extracción del mineral en los túneles, el transporte a la superficie y su procesamiento, exponiéndose al peligro de explosiones, derrumbes, asfixia, cargas pesadas, y sustancias tóxicas como el mercurio, cianuro, ácidos y otros químicos.
La imagen de unos niños con el rostro ennegrecido y remolcando vagonetas desbordantes de carbón desde las profundidades de los túneles movió a los miembros de la OIT a adoptar Convenios contra el trabajo infantil en los albores del siglo XX. Casi cien años más tarde no han podido borrar esas imágenes.
Tokio empezó antes de los 12 años a trabajar. Baja por túneles en los que apenas cabe su cuerpo soportando cargas más pesadas que su propio peso. Y afirma, avergonzado, como quien confiesa un delito, que en ocasiones le faltan las fuerzas para entrar en la mina. “Yo, a veces me canso y ya no puedo más”, dice a Unicef.
Un millón de niños mineros
“La exposición temprana a estos riesgos afecta a los niños debido a la inmadurez de su organismo, sus mayores necesidades, menor resistencia, su alta capacidad de absorción y vulnerabilidad psicológica”, advierte la OIT.
De los 168 millones de niños y niñas que trabajan en el mundo, cerca de 1 millón lo hacen en las minas y canteras, una cifra relativamente baja si se compara con la agricultura o la industria textil, lo que hace que los niños mineros reciban tanta atención. Pero este número está en constante aumento.
En otro continente y en otra mina, Isaya (en la imagen) también ha cumplido 11 años aunque no haya podido soplar las velas. Comparte experiencia de vida con Tokio, aunque él sí tiene la suerte de poder ir a la escuela.
Estudia cuarto curso en Tarime, Tanzania. Vive con su madre y sus tres hermanos. Su padre les abandonó hace años y él tiene que trabajar para ayudar a sacar a la familia adelante.
Su madre recoge piedras en las minas y él las clasifica en busca de oro. Hay ocasiones en las que tiene que hacer esta tarea solo, durante horas, porque su madre tiene que cuidar de sus hermanas pequeñas, y va a la ciudad a tratar de vender el preciado metal muchas veces por apenas tres dólares.
“No hago esto todos los días. No siempre mi madre consigue traer piedras de las minas. Hoy empecé a las dos y terminaré pronto (a las seis)… Soy el único que puede ayudar”, asegura.
Kalala, la esperanza de otro futuro
La historia de Kalala empezó igual que las de Tokio e Isaya pero ha terminado de forma diferente. “Tenía cinco años cuando empecé a trabajar en las minas de diamantes. Trabajaba desde el amanecer hasta el atardecer con el cedazo todos los días”, explica.
El rico suelo mineral de la República Democrática del Congo produce más diamantes que cualquier otro país del mundo. Unicef calcula que cuatro de cada diez niños realiza algún tipo trabajo minero en este país.
“Encontraba diamantes casi todos los días. Con el dinero me compraba mi comida, ropa y llevaba el resto a mi casa, a mi familia”, recuerda Kalala, de 12 años.
Su padre es agricultor peros sus tierras no producen suficiente para mantener a la familia. Por eso, Kalala tuvo que ponerse a trabajar. “En las minas hay muchas actividades inmorales. Los jóvenes no sólo venden bienes, sino también sus cuerpos”, lamenta Joseph, el padre de Kalala.
Un grupo comunitario para la protección de niños llegó hace un tiempo a la mina donde Kalala y otros menores trabajaban para ofrecerles otro futuro. Un futuro. Muchos de ellos son hoy mecánicos o sastres.
“He visto un cambio en el comportamiento de mi hijo. Ahora tiene una forma distinta de ver las cosas. Ya no piensa en trabajar en las minas”, celebra Joseph. Pero, eso sí, tiene que seguir trabajando.