Barroso: una década paradójica en Bruselas
- El portugués ha estado al frente de la Comisión Europea desde 2004
- Su carrera ha estado marcado por giros ideológicos y requiebros políticos
- El proyecto europeo ha atravesado una gran crisis durante sus mandatos
“Un gran comunicador que transmite emoción y sueños” y “una de las personas que más ha contribuido a generar sufrimiento” en el continente: las dos definiciones se refieren al mismo hombre, que está a punto de poner fin a una década al frente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, un hombre de paradojas.
Y una de las más llamativas remite al momento que catapultó a este portugués al centro de la escena internacional como antesala de su llegada a Bruselas.
Resulta que quien en los años 90 había ejercido como mediador y asesor de la ONU para la resolución de conflictos armados en África, hizo en 2003 de anfitrión para la declaración oficiosa de una guerra, la de Irak, al recibir en las Azores a Bush, Blair y Aznar siendo primer ministro de Portugal.
Un año después, los líderes de la UE tenían que ponerse de acuerdo para elegir al sucesor del italiano Romano Prodi. El favorito en las quinielas era el entoces primer ministro belga Guy Verhofstadt, pero su federalismo chocaba con el euroescepticismo británico y Blair lo vetó, imponiendo a la postre a Barroso.
En su designación oficial en el Parlamento Europeo concitó un amplísimo apoyo (413 votos contra 251)... pero esa unidad era un espejismo.
De la Constitución al Tratado de Lisboa
Sin haber cerrado la herida de Irak (cuando el bloque se rompió entre los Gobiernos que no eran partidarios de una intervención sin el aval de la ONU, fundamentalmente Francia y Alemania; y los que la promovieron, abanderados por Reino Unido y España) y justo después de haber procedido a la mayor ampliación de su historia (cuando pasó de 15 a 25 Estados miembros), Barroso promovió un ambicioso programa de reformas para la UE, pero se encontró con el rechazo del presidente francés, Jacques Chirac, quien a pesar de pertenecer a la misma familia política del centro-derecha, criticó sus “percepciones erróneas” en materia económica, según recuerda el politólogo Adriaan Schout del Instituto Holandés de Relaciones Internacionales Clingendael.
Para rematar la faena, la ratificación del Tratado para la Constitución Europea se truncó con los rechazos de Francia y Holanda en sendos referendos en junio de 2005. Fue entonces cuando Barroso plegó velas advirtiendo a su equipo de que en el nuevo contexto la Comisión tendría que adoptar un “perfil más bajo", explica el experto europeísta.
Con todo, en ese lustro sacó adelante importantes leyes, como el reglamento REACH sobre sustancias químicas (la norma más extensa de todo el derecho comunitario), que llegó a enfrentar a la Unión con otras potencias internacionales y resultó muy insuficiente para los ecologistas; o la directiva Bolkestein (o de Servicios), que cambió por completo la regulación de las actividades profesionales en el continente, y que en general fue bien recibida por las empresas y mal por los sindicatos.
El final de la legislatura estuvo marcado por la crisis financiera internacional y coincidió con la aprobación del Tratado de Lisboa, el texto con el que se superó el fracaso de la Constitución. En virtud del nuevo marco institucional, Barroso renovó su mandato (con 382 votos contra 219 en la Eurocámara) al tiempo que se estrenaba el cargo de presidente permanente del Consejo Europeo, que recayó en el belga Herman Van Rompuy, con quien desde ese momento tuvo que convivir al timón del proyecto comunitario.
Segundo mandato
En su segundo mandato al frente del considerado Ejecutivo europeo, Barroso ha tenido que compartir liderazgo con el nuevo puesto de presidente del Consejo Europeo para el que sonaba el propio Blair; pero el británico generó rechazos supuestamente por su "excesivo carisma".
Estos equilibrios de poderes (o incluso de egos) son la esencia misma de la política comunitaria...
Pero el periplo resultó tortuoso: la crisis del euro llevó pronto a una sucesión de rescates (Grecia, Irlanda, Portugal y la banca española) y con ellos vino la gran desafección de la población con respecto a Europa. Esas políticas de “ajustes”, no obstante, eran bien conocidas por Barroso, quien en su etapa en el Ejecutivo portugués ya había decretado recortes de gasto público.
Sin embargo, cuando los mandatarios de la UE crean en 2010 un grupo de Gobernanza Económica (Task Force) contra la crisis, eligen a Van Rompuy para liderarlo. Además, son tiempos en los que gana protagonismo el Banco Central Europeo, al que se encomienda la supervisión bancaria --una de las medidas estrella de este mandato--, mientras la Comisión gana muchas competencias para controlar los presupuestos de los Estados miembros.
En total, seis grandes nuevas leyes europeas aprobadas en esas fechas (el denominado sixpack) vinieron a suponer una “revolución silenciosa” de la Unión Europea, como la bautizó el propio Barroso.
Una crisis y dos visiones enfrentadas
Y solo ante una convulsión así se entiende la disparidad tan grande de valoraciones que ha provocado su gestión. Para el investigador social Tom Kucharz, “Barroso ha encabezado una de las comisiones más antisociales de la historia de la UE y que más ha contribuido a generar sufrimiento, exclusión social, pobreza y desempleo”. Por eso, el coautor del libro ‘¿De qué va la Unión Europea?’, sitúa al portugués “al nivel de Leon Brittan", vicepresidente de la Comisión en los años 90.
En declaraciones a RTVE.es, Kucharz también critica a Barroso por haber “facilitado la influencia del poder financiero con el apoyo que dio para presidir el BCE a Mario Draghi, financiero procedente de Goldman Sachs y que sigue siendo miembro del Grupo de los 30, uno de los mayores lobbies del mundo”. Finalmente este militante ecologista achaca al líder saliente un “gran desinterés” para luchar contra el cambio climático.
Por contra, Susana del Río Villar, doctora en Ciencias Políticas, hace un balance “en general positivo” del mandato de Barroso. “Destacaría la puesta en marcha de programas como Europa con los ciudadanos y el nuevo Erasmus”, explica a RTVE.es la integrante de la red de expertos de la Comisión Europea.
“Con la crisis, los ciudadanos de la UE han vivido la política europea de manera muy directa por las medidas de urgencia [aplicadas], algunas acertadas, otras no tanto. [Estas] han hecho que en ocasiones los ciudadanos hayan visto una democracia europea menos abierta, aunque la realidad es que tenemos una democracia supranacional europea con gran poder”, señala Del Río, que dirige el programa para deportistas Erasmus+ del grupo AGM.
Igualmente, frente a quienes critican que las decisiones importantes se toman en cumbres a puerta cerrada de jefes de Gobierno o directamente desde Berlín, Barroso argumenta que la UE trabaja ahora con una coordinación “impensable hace poco”.
Final de mandato y complejo relevo
Con todo, quizá el momento más duro de la presidencia de Barroso llegó en octubre de 2013, cuando visitó la isla de Lampedusa unos días después del naufragio en el que murieron más de 300 migrantes y fue recibido al grito de “asesino”. Los manifestantes le recordaron que Bruselas no había conseguido cambiar la ley de extranjería italiana que aprobó el Gobierno de Berlusconi y que, entre otras cosas, criminalizaba a quienes socorriesen a los clandestinos. La UE solo le instó a Roma a cambiar la ley unos días después de esa tragedia y tras nueve años en vigor.
Hace solo unas semanas, en un discurso en Florencia, Barroso hizo balance de sus diez años en “uno de los trabajos más dificiles del mundo” intentando poner luz en esas sombras de la política comunitaria: “Es una especie de andamiaje. No es un edificio perfecto. El andamiaje debe seguir y así la construcción siempre avanzará. El edificio que hay detrás es bonito, pero no se puede ver inmediatamente”.
Siguiendo el símil, Kucharz cree que esta nueva arquitectura ha servido para imponer “principios capitalistas por encima de los derechos humanos”.
En otro balance, el politólogo holandés Adriaan Schout valora que en un contexto tan turbulento Barroso “podría haber descarrilado la integración” europea, y no ha sido así… y acaba por definirlo como un smooth operator, expresión inglesa que podría traducirse, con matices, como encantador de serpientes.
Más allá, Del Río lo define como “un gran comunicador político que tiene una capacidad enorme de llegar al ciudadano de a pie, y a sus propios colegas, combinando el mensaje político y de gestor político, con el que transmite emoción y sueños”.
Sin correr tantos riesgos, son más abundantes los comentaristas que lo definen por el “pragmatismo” que ensayó desde joven, cuando fue militante de extrema izquierda (maoísta) y poco después entró en las filas de los democristianos portugueses; perfeccionó en su etapa de jefe de la diplomacia lusa; y ha llevado a la sublimación en Bruselas.
En este aspecto será difícil de igualar por su sucesor, quien seguirá recibiendo la mismas acusaciones de falta de legitimidad si finalmente no sale elegido de entre los candidatos que se presentaron a las elecciones del 25 de mayo.
Puede que entonces se cumpla la penúltima paradoja que deja Barroso en forma de cita: “Si criticas a Bruselas de lunes a sábado, no puedes pedir a la gente que vote por la Unión Europea el domingo”... y menos si con su voto no se elige al presidente de la Comisión, algo en lo que --aquí sí--, coinciden todos los analistas consultados.
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