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La otra conquista de la Luna

  • EE.UU. quiere convertir en parques los lugares que tocaron las naves Apolo
  • La iniciativa ha abierto el debate sobre la propiedad del satélite
  • Ejemplos como la Antártida puede servir para aclarar cómo administrarlo

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Charles Conrad, tripulante del Apolo 12 en la segunda misión extravehicular en la Luna, junto a la bandera de EEUU.
Charles Conrad, tripulante del Apolo 12 en la segunda misión extravehicular en la Luna, junto a la bandera de EEUU.

El 20 de julio de 1969, un ser humano pisó por primera vez la Luna. 45 años después, un proyecto de ley en Estados Unidos pretende declarar parques nacionales los lugares en los que aterrizaron las naves Apolo. La iniciativa ha abierto el debate sobre la propiedad del satélite.

A simple vista, el exuberante Parque Nacional de Yellowstone poco tiene que ver con el desolado paisaje lunar del Mar de la Tranquilidad. Allí no existe vegetación, ni poderosos géiseres, ni fauna salvaje pastando a sus anchas, pero podrían tener algo en común si sale adelante un proyecto de ley que persigue declarar parques nacionales de EE.UU. a todos los lugares en los que aterrizaron las naves Apolo entre 1969 y 1972. La primera, el Apolo 11, alunizó hace ahora 45 años, el 20 de julio de 1969.

El astronauta Vance Brand, ya retirado, viajó en la última nave del programa, la Apolo-Soyuz, en 1975. En su caso, el aparato no tenía como objetivo llegar a la Luna, sino acoplarse por primera vez con una nave soviética, la Soyuz. Brand se muestra a favor de preservar todos los lugares de aterrizaje lunar, tal y como ha declarado a Sinc a través de un portavoz.

Uno de los grandes logros de la historia de EE.UU.

“El programa lunar Apolo fue uno de los grandes logros de la historia estadounidense”, afirma el proyecto de ley, presentado en la Cámara de Representantes del Congreso de EE UU en julio del año pasado por la representante demócrata Donna Edwars.

El documento todavía no ha sido presentado en este período de sesiones –que concluye en enero de 2015– y los expertos no confían en que prospere. "La iniciativa será revisada y se volverá a presentar”, adelanta a Sinc Beth O’Leary, arqueóloga de la Universidad de Nuevo México (EE.UU.) especializada en cuestiones espaciales.

Para que saliera adelante tendría que aprobarse por las dos cámaras del Congreso y, posteriormente, ser firmada por el presidente Barack Obama, algo muy difícil hoy por hoy.

Contrario a la ONU

El proyecto de ley pretende proteger a los lugares lunares que tocaron las naves Apolo, incluida su tripulación, de iniciativas comerciales o naciones extranjeras que ya tienen capacidad para aterrizar en la Luna, como es el caso de China. Al mismo tiempo, persigue que, a través de esta protección, reciba un mayor reconocimiento público.

En su opinión, la iniciativa está mal planteada porque no engloba a la comunidad internacional, y choca con el Tratado del Espacio Exterior de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), firmado en 1967 y al que se han adherido más de 100 países, entre ellos, Estados Unidos.

En su artículo II, el Tratado establece que el espacio ultraterrestre, incluida la Luna y otros cuerpos celestes, no podrá ser objeto de apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u ocupación, ni de ninguna otra manera.

Una posición que podría enfrentar a EE.UU. con otros estados. “Declarar estas áreas como parte de un parque nacional estadounidense podría ser percibido por otros países como un reclamo de soberanía sobre la superficie lunar, lo que contradice al Tratado de la ONU”, añade O’Leary.

Los expertos señalan que es un asunto de interés

Ambos expertos se muestran contrarios a la iniciativa legislativa, al plantearse de forma unilateral, y recuerdan que la protección de estos sitios es un asunto de interés y preocupación de toda la humanidad. “La protección debería lograrse a través de un acuerdo internacional que podría iniciar Estados Unidos”, propone Jakhu.

La protección debería lograrse a través de un acuerdo internacional

Un primer paso podría ser el conocido como Acuerdo de la Luna, que la ONU publicó en 1979, y que reconoce al satélite como una propiedad común que, como tal, debería regirse por un régimen jurídico internacional. Sin embargo, este texto solo lo han ratificado quince países.

Por su parte, la NASA hizo público en 2011 un documento sobre cómo proteger y preservar el valor científico e histórico de los artefactos depositados en tierra lunar por el Gobierno estadounidense.

Patrimonio de la Humanidad

También hay voces que se muestran partidarias del proyecto de ley, como Pete J. Capelotti, antropólogo de la Universidad Penn State (EE.UU.). “El proyecto debería aprobarse”, asegura a Sinc. En su libro La Arqueología Humana del Espacio (2010), Capelotti propone que estos lugares sean tratados como reservas arqueológicas.

Esta protección máxima ya existe en la Tierra a través de las figuras de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Por eso, el proyecto de ley también contempla que se presenten a este organismo para conseguir el título de Patrimonio de la Humanidad, algo irrealizable en estos momentos.

Aunque el proyecto de ley no parece que vaya a salir adelante, los expertos consideran positivo que haya abierto un debate sobre la propiedad y responsabilidad espacial.

La solución del continente helado

Otro lugar que fue tan inhóspito como la Luna hasta hace solo unas décadas también experimentó los mismos problemas de soberanía que el satélite: la Antártida. “La Luna debería ser considerada como la Antártida, una reserva internacional para la ciencia y la educación”, compara Capelotti.

La Luna debería ser como la Antártida, una reserva internacional para la ciencia

En el continente helado rige, desde 1961, el Tratado Antártico, un documento que consiguió poner de acuerdo a los países más enfrentados en esa época, Estados Unidos y la antigua Unión Soviética, sumidos entonces en plena Guerra Fría.

Su nacimiento evitó que potencias como Reino Unido, Estados Unidos o Argentina siguieran usando el territorio como zona de pruebas militares y consagró a la Antártida como un territorio utilizado exclusivamente para fines pacíficos, con libertad total para la investigación científica.

“Es único en el mundo, pues preserva el medioambiente antártico para la investigación y la ciencia y congela las reivindicaciones territoriales que existían sobre diferentes sectores de la Antártida”, indica a Sinc Juan Luis Muñoz, subdirector general de Relaciones Económicas Multilaterales y de Cooperación Aérea, Marítima y Terrestre.

Con una vigencia indefinida, el documento ha pasado de los 12 firmantes originales a 29 que tienen la condición de partes consultivas –entre ellos España, desde 1988–. A estos hay que añadir 21 países más (sin derecho a voto), lo que suma un total de 50 estados.

El dilema de los recursos

El paso del tiempo ha servido para que nuevos países ratifiquen el Tratado y para que a su alrededor surjan nuevos acuerdos y órganos articulados en el Sistema del Tratado Antártico. Uno de estos acuerdos es el Protocolo de Madrid, que prohíbe toda actividad relacionada con los recursos minerales, excepto para la investigación científica.

Preguntado por si serviría como ejemplo de cooperación internacional para la Luna, Muñoz asegura que "podría ser un modelo a tener en cuenta”. Un punto de vista compartido por López Martínez. El geólogo enumera las similitudes entre ambos territorios: son de interés común internacional, no pertenecen a ningún país, no tienen población y cuentan con dificultades de acceso y supervivencia.

Pero existen opiniones contrarias, como la del astronauta de la NASA Harrison H. Schmitt, miembro de la Apolo 17, que es, hasta hoy, la última misión tripulada enviada a la Luna. “Cometeríamos un grave error si se aplicaran parte de sus principios en la Luna.

Los océanos también siguen una regulación específica para su explotación aunque no han cosechado tan buenos resultados como la Antártida. Los principales espacios bajo jurisdicción de los propios estados son las aguas interiores, el mar territorial y zona contigua, la plataforma continental y la zona económica exclusiva.

Ya sea en los océanos, en la Antártida o en la Luna, el ser humano ha conseguido llegar a lugares antes descritos solo en libros de Julio Verne. En las aventuras del francés, la humanidad era capaz de construir submarinos y enfrentarse a monstruos. Lo más difícil no sería llegar a todos estos sitos sino administrarlos después. Lástima que no lo dejara también por escrito.