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'Swanlights', el arte que emana el universo interior de Antony & the Johnsons

  • Un espectáculo musical y lumínico con emociones a flor de piel
  • Swanlights llena el Teatro Real de Madrid cuatro noches seguidas
  • Antony Hegarty repasa su carrea acompañado por la Orquesta del Real

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Un momento del espectáculo 'Swanlights' de Anthony & the Johnsons en el Teatro Real de Madrid.
Un momento del espectáculo 'Swanlights' de Anthony & the Johnsons en el Teatro Real de Madrid.

El mundo interior de Antony Hegarty, alma mater de Antony & the Johnsons, es tan, tan complejo que es difícil expresar con palabras los sentimientos y sensaciones que provocan sus creaciones.

En su último espectáculo, Swanlights, Antony y algunos de 'los Johnsons' unen sus talentos a los de la orquesta del Teatro Real de Madrid. El resultado no puede ser más emocionante, intenso y sobrecogedor. Muestra de ello son las tres funciones consecutivas con lleno absoluto en El Real y la necesidad de ampliar su presencia una noche más.

A lo largo de hora y media de concierto, el artista británico repasa canciones de toda su discografía dando un giro musical hacia las arias y la ópera.

La obra fue un encargo específico del Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York a Hegarty en 2012 para una única exposición en el Radio City Music Hall de la ciudad. Posteriormente, se ha representado también en Londres, Manchester y, ahora, Madrid.

De la oscuridad a la luz

Swanlights está dividido, por así decirlo, en tres actos precedidos por una obertura en forma de performance que corre a cargo de la artista afincada en Nueva York, Johanna Constantine.

Durante las tres primeras canciones, a pesar de la oscuridad dominante, se intuye la silueta de Antony Hegarty tras un telón en el que los láser van creando manchas y figuras.

Una vez alzado este bastidor, significativamente entre las canciones "For today I am a boy" y "Everything is new", el británico permanece solo frente al público, en una postura casi hierática, con el único movimiento de sus brazos (y algún que otro giro sobre sí mismo), aún sumido en las tinieblas durante la mayoría de este segundo acto.

Ya al final de la obra, el escenario se transforma en un lugar radiante. Es entonces cuando se eleva la cortina que oculta a la orquesta del Real, dirigida de manera magistral por Rob Moose. Así, con una abrumadora ovación y dando comienzo a un último acto más luminoso, con un Antony algo menos rígido.

Ambigüedad angelical y lúgubre a la vez

Su condición de transgénero otorga a Antony Hegarty una apariencia andrógina, una sensibilidad extrema y una voz inclasificlable, grave, intensa y femenina.

La sencillez formal en las letras de algunas de sus canciones, compuestas por pocas frases que se repiten, esconde un contenido profundo y de una complejidad sentimental abrumadora.

De blanco impoluto, con una indumentaria a medio camino entre una túnica sacerdotal y un vestido de noche femenino, se percibe en el tono y timbre de su voz el sufrimiento al cantar frases como "Un día creceré y seré una preciosa mujer, pero por hoy soy un niño, soy un chico" (de la canción "For today I am a boy").

También en "me enamoré de un chico muerto, oh, tan hermoso, y le pregunté: ¿eres un hombre o una mujer?", de la canción "I fell in love with a dead boy", una de las más emocionantes y ovacionadas.

Algún día creceré y seré una preciosa mujerPero, por hoy, soy solo un niño

Incluso, en su adaptación de "Crazy in Love", festiva y fogosa en la versión original de Beyoncé, frases como "Tu amor me hace parecer loco" adquieren un cariz absolutamente diferente y estremecedor.

Espectáculo cuidado y refinado

Chris Levine en la parte artística, Paul Normandale en el diseño y Emma Weil en la dirección, son los responsables de un juego de luces que desempeña un papel fundamental, ya que guía al espectador en un viaje de sensaciones desde la más lúgubre oscuridad hasta la resplandorosa claridad.

Esa combinación de focos y láser reflejados en espejos son, además, el único acompañamiento que tiene Antony en el escenario hasta la aparición de la orquesta, por lo que acapara gran parte de la atención.

La escenografía, creada por Carl Robertshaw, representa al artista muerto, sumergido en el agua, bajo un conjunto de figuras geométricas de aspecto cristalino, que bien podrían parecer la deconstrucción cubista de un corazón congelado.

Solo al concluir la obra sonríe el artista y se dirige al público. Y lo hace para agradecer una ovación en pie que refleja, con sinceridad y pasión, la admiración de los espectadores hacia una figura única e inconfundible en el arte contemporáneo.