España 1914, tal como éramos
- ¿Cómo era España en la época de la I Guerra Mundial?
- El proyecto The European Film Gateway 1914 reúne imágenes de esas fechas
- La Filmoteca Española contribuye con 53 documentos en celuloide
- Reflejan un momento de transición, antes de la República y la Guerra Civil
Mientras la vieja Europa entraba en el siglo XX rompiéndose en pedazos, España asistió oficialmente a la convulsión de la I Guerra Mundial como un espectador neutral. Así fue decretado por el recién nombrado presidente del gobierno, Eduardo Dato, tal y como reza en el BOE del 7 de agosto de 1914.
Reinaba Alfonso XIII y la guerra tomó otras formas en el país. El suministro a los combatientes estimuló una actividad económica que a la postre acabaría en desastre. Al mismo tiempo, la península y sus territorios anexos se convirtieron en plataforma y punto de encuentro del espionaje internacional.
Los intelectuales y la prensa azuzaban a la opinión pública alineándose a favor de uno u otro bando en “germanófilos” y “aliadófilos” respectivamente. El que años más tarde sería presidente de la segunda República, Azaña, criticaba esta neutralidad como la consecuencia de una patética falta de músculo y presencia.
Pero mientras Europa maduraba con sangre, las vidas cotidianas de los españoles seguían su curso. En 1914, el cinematógrafo había dejado de ser un capricho de lunáticos y consolidaba su función de notario de la realidad. A este lado de los Pirineos, aquellas películas captaron un mundo antiguo que desapareció tragado por el devenir político y nuestra propia guerra.
Dentro del marco del centenario de la I Guerra Mundial, gracias al proyecto The European Film Gateway 1914 se han digitalizado y publicado más de 650 horas de material fílmico de incalculable valor histórico. Una iniciativa impulsada por la Comisión Europea en la que también participa la Filmoteca Española. Imágenes que ahora vuelven a recordarnos que somos un peligroso animal capaz de matar de formas inverosímiles, pero también de una entrañable y cotidiana rutina cuando aparcamos el fusil.
Encadenados a la tierra
En España prendió escasamente la llama renovadora que dejaron en EE.UU. y Europa las revoluciones de los siglos XVIII y XIX. Las clases sociales continuaron siendo estancas y esa rigidez se reflejaba en la disposición de los estamentos en las celebraciones públicas, encabezados por la intocable Iglesia Católica, como esta en Calatayud.
El carácter agrícola de un país que llegó tarde a la revolución industrial, preside los usos diarios. En estas imágenes de la localidad zaragozana de Alagón, las fábricas parecen islas provisionales en un océano inmutable de campos cultivados y campesinos acarreando bultos a mano.
Entretenimientos regios y otros pasatiempos
La caza mantenía a la vieja aristocracia medieval entrenada para la guerra y distanciada de los que se dedicaban a sobrevivir. El rey cazador simplemente aprieta el gatillo mientras una legión de lacayos le carga las armas y recogen las piezas. La puesta en escena cinegética es un facsímil de la realidad inamovible de amos y siervos.
En las calles de Mataró los coros de la asociación euterpense amenizan las celebraciones religiosas compitiendo con la batuta del cura. En la playa, los bañistas se zambullen embutidos en castos trajes de baño. Es día de fiesta en la ciudad.
Algo más frío pero no menos tentador, el Cantábrico en la localidad asturiana de Llanes también acoge una multitud demasiado vestida. En blanco y negro nos llega un verde que se apagó ya hace tiempo, como los enjambres de niños cubiertos con boina, aunque los bailes regionales siguen siendo los mismos.
Y el Parque del Retiro madrileño ofrecía al ocio de todos sus tardes democráticas, para pasear y socializar, a pie o remando en su estanque.
Curas, toros, militares, y un fútbol incipiente
Entre la multitud de sombreros, los capirotes de los nazarenos parecen haber atravesado el tiempo. También los pasos sevillanos son los mismos que hoy firman la Semana Santa más fotografiada. Dueñas de las celebraciones y actos oficiales, las sotanas revolotean presidiéndolo todo, como en esta jura de bandera.
En Barcelona los futbolistas de lo que se intuye un Espanyol primigenio se ejercitan compartiendo metraje en este fragmento de 1911 con la huelga ferroviaria y con la llegada a la Ciudad Condal de Eduardo Dato, que firmaría tres años más tarde la neutralidad española. La cinta contiene imágenes del "Isaac Peral", el primer submarino español.
Su condición de estamento protegía al ejército en un país que no se atrevía a cuestionar lo establecido. A pesar de los recientes desastres militares y la desintegración en ultramar, los privilegiados hallaban acomodo e ingresos en la sobredimensionada oficialidad de la institución armada. Poco modernizado, inoperante en sus funciones, para las clases menos pudientes -la carne de cañón- era la puerta al matadero de las enquistadas guerras de África.
Mientras la dudosa épica militar mantenía la ambigüedad de refugio y amenaza, la fiesta de los toros surtía al pueblo de héroes y mitos. Juan Belmonte, Guerrita, Joselito "El Gallo" y tantos otros, personificaron la oportunidad de huir de la pobreza aferrado al propio esfuerzo, al valor personal.
La actividad intelectual era una prerrogativa de ricos y también otro ámbito en el que medrar, viciado de prejuicios. Las décadas siguientes verían una luz incipiente de nuevas políticas en educación, una luz que los militares africanistas se encargarían de apagar en no menos tiempo.
Y el pueblo, a esperar la siguiente desgracia
La ineptitud del gobierno alimentaba la sátira, que saltaba de la viñeta al cine, y mientras, la gran masa desprotegida que era el pueblo llano soportaba un índice de analfabetismo del 50% en 1914. Los obreros trabajaban un promedio de 65 horas semanales y las mujeres españolas daban a luz una media de cinco hijos cada una.
La inexistencia de precauciones en labores agrícolas, aún sin mecanizar y ancladas en métodos primitivos, la insalubridad laboral en las fábricas y la ausencia de un sistema sanitario eficaz, machacaban la salud de las clases más desfavorecidas, la mayoría. Esto dejaba una esperanza de vida media de poco más de 40 años.
Y cuando las catástrofes golpeaban, las estadísticas eran demoledoras y el daño obligaba a empezar desde cero como reflejan estas imágenes de una inundación en la localidad Zaragozana de Aguilón.
El despertar de la fábrica de sueños
El cine llegaba para quedarse, y su capacidad de transmitir historias de forma sencilla y directa lo convirtió en medio de comunicación de masas rápidamente. La evolución de las cámaras y el uso de la sintaxis y el montaje visual consolidado por las películas del norteamericano David Griffith abrieron la caja de Pandora.
Desde las temáticas clásicas al drama andaluz, todo cabía en aquella pequeña gran pantalla. Grandes historias como esta epopeya de Cristóbal Colón rodada en 1916, o aventuras como la de El Golfo de 1917, rodada en Bilbao, San Sebastián y Valencia.
El progreso también nos tocó
A pesar de su atraso, España no fue ajena a la inquietud por motorizarse y aplicar los avances tecnológicos. En Barcelona, Rómulo Bosch asombraba a los transeúntes con este vehículo impulsado por hélice. Y en Ferrol el acorazado Alfonso XIII se estrenaba en las aguas del Atlántico. En 1915, la cámara también asistió a la inauguración del tramo ferroviario Gallur-Egea.
Pero aún faltaba mucho para que el trabajo manual dejara de ser esencial; en la fábrica de galletas "Patria", de Zaragoza, un día como tantos era así, a pesar de la excepción que supone la visita de un equipo de rodaje.
Imágenes de un tiempo que fue antesala de la España que no pudo ser. A muchos de esos rostros los apagarían las décadas venideras y solo sobrevivirían en el celuloide que ahora vuelve a la luz. Una memoria especial porque salta por encima de la muerte física y de la intelectual, que es la muerte refinada; esa de la que solo es capaz el odio entre hermanos.