Hashem, víctima del Estado Islámico en Irak: "Les dispararon por la espalda. Conté 67 muertos"
- Amnistía Internacional recoge testimonios de supervivientes al EI
- El informe documenta una "limpieza étnica a escala histórica" en Irak
"Algunos no podían moverse y no pudieron salvarse. Esperaron tendidos en el suelo, agonizantes, a morir". Salem logró escapar de unas de las masacres que el Estado Islámico perpetra día tras día en Irak. Y su testimonio, junto al de otros supervivientes, arroja luz sobre el modo de actuación de este grupo terrorista y prueba una "limpieza étnica a escala histórica".
Así titula Amnistía Internacional su último informe (en inglés), en el que denuncia una "campaña sistemática de ejecuciones sumarias, secuestros, violaciones y torturas contra minorías étnicas y religiosas" en Irak por parte del Estado Islámico, a quien la ONU ha acusado de crímenes contra la Humanidad.
"El Estado Islámico está llevando a cabo crímenes despreciables y ha transformado las zonas rurales de Sinjar en campos de muerte empapados de sangre en su campaña brutal para borrar toda huella de los no árabes y los musulmanes no suníes", advierte Donatella Rovera, investigadora de Amnistía Internacional que actualmente se encuentra en el norte de Irak. Acusa al Gobierno iraquí de hacer la vista gorda y pide a las autoridades que se centren en "proteger a todos los civiles, sean cuales sean su etnia o su religión" y que los responsables de estos crímenes de guerra sean llevados ante la justicia.
Los insurgentes del EI, que combaten al Ejército iraquí y las milicias kurdas, han proclamado un califato en las zonas que controlan entre el norte iraquí hasta la provincia de Al-Raqa, en la región oriental de la vecina Siria. Desde que los yihadistas se hicieron fuertes en la región de Sinjar el 3 de agosto, el terror ha recorrido cada pueblo.
"No sé si están vivos o muertos"
Los habitantes de Kocho, una pequeña localidad de 1.200 habitantes, vivieron 12 días atrapados entre el miedo a ser secuestrados o asesinados. Hasta que el 15 de agosto la incertidumbre se tornó en pesadilla. Miembros del Estado Islámico irrumpieron en el pueblo e iniciaron una cacería humana. Separaron a los hombres y jóvenes de las mujeres y niños y les transportaron en camiones hasta diferentes localidades, donde les ejecutaron. Amnistía Internacional ha podido hablar con ocho supervivientes de esos “furgones de la muerte”.
“Nos bajaron del vehículo y nos obligaron a agacharnos mientras uno de ellos nos fotografiaba. Pensé que iban a dejarnos ir, pero entonces nos empezaron a disparar. Me dispararon en la rodilla pero la bala sólo me rozó. Me dejé caer hacia delante como si estuviera muerto y me quedé boca abajo sin moverme. Cuando cesaron los disparos permanecí callado y sólo cuando se fueron, escapé”, explica Elias Salah, de 59 años.
“Me hice el muerto y eso me salvó“
Este enfermero dice que sólo pudo reconocer a dos vecinos de entre los muertos: Khider, de 28 años y Ravo, de 80. No sabe qué ha sido de su familia, de su mujer y de sus siete hijos. “No sé si están vivos o muertos”, asegura.
Khider Hasan, de 17 años, iba también en uno de esos convoys. Tiene heridas de bala superficiales en su espalda. “Mi primo Ghaleb y yo fuimos empujados al mismo vehículo. Estábamos el uno junto al otro cuando nos hicieron tumbarnos boca abajo en el suelo. A él le asesinaron. Tenía mi edad y trabajaba como obrero en la construcción. No tengo noticias de lo que les ocurrió a mis padres y a mis cuatro hermanos y seis hermanas”, explica a Amnistía.
Sus testimonios coinciden y son similares al de otros supervivientes que lograron escapar de estas matanzas indiscriminadas. En Qiniyeh, el modus operandi fue el mismo. Allí se refugiaban 300 miembros de una misma tribu yazidí (una minoría kurda). La mayoría eran de la misma familia e iban de camino al Monte Sinjar pero nunca llegaron a su destino.
“Me escapé y escondí en una colina cercana (…) Ví cómo se llevaron a las mujeres en vehículos y a los hombres les condujeron a un valle. Les obligaron a arrodillarse y les dispararon por la espalda. Conté 67 cadáveres”, explica Hawwas Hashem.
"Mi bébé aún no ha nacido y ya es prisionero"
Los que han logrado sobrevivir, como Hawwas, enseñan la lista de los desaparecidos. Decenas de familiares y amigos de los que no queda rastro. En el caso de los hombres pocos confían en que aún estén vivos. En el caso de las mujeres, la ONU ha denunciado que muchas son entregadas a los combatientes, vendidas o esclavizadas por negarse a convertirse al Islam, mientras que los niños son obligados son reclutados para combatir en el frente o servir como escudos humanos.
Estos secuestros son devastadores para los yazidíes. En algunos casos afectan hasta a cuatro generaciones de la misma familia. Moshen Elias tiene que lamentar el rapto de 43 allegados. Mira la lista de esos nombres tan queridos y las lágrimas se le agolpan en los ojos en forma de recuerdos.
”Mi mujer, Nawruz. Estamos recién casados y está embarazada. Tiene 19 años. Mi madre, Shirin. Mi hermano de nueve años, Assad. Mis tres hermanas”, dice. La lista continúa. “Mi bebé aún no ha nacido y ya es prisionero. ¿Qué podemos hacer para recuperarlos”, se pregunta desesperado sin que nadie pueda darle una respuesta.
Durante el mes de agosto, al menos 1.420 personas murieron y 1.370 resultaron heridas en combates y otros actos violentos y terroristas durante el mes de agosto en Irak, según reveló este lunes la misión de Naciones Unidas en este país.