'Demonios familiares', la última vida inventada de Ana María Matute
- Destino publica este martes la novela inacabada de la Premio Cervantes 2010
- Su hijo considera que la inconclusión es "un plus para el lector"
- Su colaboradora y amiga, María Paz Ortuño, cuenta cómo se gestó la obra
- Especial Ana María Matute en RTVE.es
"Aquel día, cuando lo vio a caballo en lo alto de la tapia, Berni se enteró de que el chico de al lado se llamaba Yago y de algunas cosas más. Por ejemplo que no era hijo ni del Coronel ni de Madre ni de Mada. Era misterioso hasta en eso. Como si hubiera aparecido un buen día debajo de una de las coles del huerto, que con tanto mimo trataba Mada".
Estas son las últimas palabras que dejó escritas, solo tras superar las mil y una correcciones a las que sometía sus escritos, Ana María Matute, en su última novela, aquella que la muerte no le dejó terminar cuando la sorprendió el pasado 25 de junio, a solo un mes de cumplir los 89 años. Demonios familiares (Destino, 20€), que sale a la venta este martes, es una obra sin final, pero poco importa eso cuando se trata del punto final de una obra literaria única de una escritora indispensable para las letras hispánicas, Premio Cervantes 2010, la niña asombrada y fabuladora cuya máxima era: "El que no inventa, no vive".
"Yo no sé cómo acababa la novela porque mi madre siempre decía que si contaba los libros no tenía necesidad de escribirlos. Estaba en su cabeza, lo plasmaba en el papel y luego lo iba modificando... pero no sé cuál era el final", cuenta a RTVE.es el único hijo de Matute, Juan Pablo Goicoechea, para quien esta inconclusión es "un plus para el lector, un 'móntese usted su final'".
"Ella sabía el final de la novela. Evidentemente van variando cosas, pero ella los finales los tenía siempre muy claros", añade su amiga y colaboradora María Paz Ortuño, también editora, que ayudó a la autora con Demonios familiares y su recopilación de cuentos La puerta de la luna. Cuentos completos (2010). Ortuño, autora de una emotiva nota final sobre la escritura de esta novela inacabada, nos regala el hipotético último párrafo de la obra, un párrafo que Matute "escribió muy al principio de la novela y que podía haber sido un final".
Una novela en la cabeza
Goicoechea, que siempre acompañó a su madre en todos sus grandes momentos profesionales pero siempre se mantuvo en un discreto segundo plano -"si me viese ahora se sorprendería, porque sabía lo poco amigo que soy de aparecer públicamente", reconoce-, recuerda que esta última novela "la tenía en mente hace muchos años". "Lo que pasa es que mi madre lo pensaba mucho, y cuando lo tenía bastante cuajado, se ponía a plasmarlo en papel, y una vez empezaba a escribir, las correcciones podían ser eternas...", explica su hijo sobre el laborioso proceso que seguía su madre, que a veces podía ser tan lento que los editores se veían obligados a tomar medidas extremas: "La agente de Olvidado Rey Gudú tuvo que cogerla y secuestrarla para que lo terminase, porque a pesar de llevar 25 años con un libro, no quería soltarlos", recuerda entre risas Goicoechea..
Según Ortuño, aunque llevaba cuatro años "fabulando" sobre la novela, escribiéndola pasó dos, desde 2012, aunque los problemas de salud de esta última etapa lo complicaron todo bastante y los vértigos que sufría la impedían levantarse de la cama para poder escribir. Porque eso sí, no consentía que nadie escribiese por ella.
"Tenía un compromiso y una responsabilidad tal ante la escritura, era algo tan personal suyo..., que, un día que no se podía levantar y le dije 'díctame', me respondió que 'no', que 'en la vida'... y me miraba como diciendo, 'qué me estás diciendo', 'me estás ofendiendo'… Era un acto muy personal… La única colaboración que podías tener con ella era mecánica, de mecanografiar", revela su amiga.
Ortuño se encargaba de pasar a ordenador lo que Matute seguía escribiendo a máquina -usó primero una Olivetti y luego una Brother porque "le gustaba ver cómo iba creciendo en el papel"- y luego intercambiaban opiniones y "corregía y yo lo volvía a pasar, y ella a corregir... y así infinito porque era una persona que corregía muchísimo", coincide con Goicoechea.
Los "chutes de ánimo" de Matute
Esta última obra y otras anteriores las pergeñó la escritora en el ático de Barcelona en el que convivió los últimos 20 años de su vida con su hijo y su nuera, quizás para recuperar el tiempo perdido de la infancia de Juan Pablo, cuya custodia le fue retirada cuando este tenía 8 años y se separó de su marido, el escritor Eugenio de Goicoechea, algo impensable en aquella época, el año 1963. Durante dos años solo pudo verlo los sábados.
"Fue duro. Pero tuve la suerte de estar con mi tía y mi abuela, en las que mi padre delegó el cuidado, y fueron dos excelentes mujeres que lo hicieron muy bien y a las que mi madre siempre estuvo muy agradecida porque facilitaban el contacto entre nosotros dos. Los sábados los pasaba conmigo e íbamos sobre todo al cine o a merendar. Siempre me llamaba y luego me ha venido diciendo que se acuerda de aquel 'niño de los sabaditos' y en qué se ha convertido aquel niño de los 'sabaditos'", recuerda Juan Pablo, que aun utiliza el presente para hablar de su madre.
El día a día con la académica y Premio Cervantes era plácido y "muy fácil", cuenta Goicoechea, que asegura que Matute era "una persona muy llevable", aunque también tenía un "carácter fuerte", heredado por su hijo, al que siempre definía como "cabezón"; inevitablemente, este choque de caracteres a veces les llevaba a "un pugilato de voluntades".
A la autora también le salía la vena "rebelde" en estos últimos años en los temas relacionados con la salud y los médicos, y era su hijo el que tenía que estar tirando de ella -"era ese punto que se produce en las familias cuando los hijos acaban convirtiéndose en los padres cuando se hacen mayores"-. No obstante, Juan Pablo hacía "la vista gorda hasta cierto punto" cuando Matute, de cuando en cuando, como antes de recoger el Premio Cervantes, se tomaba uno de los 'gin tonic' que ella decía que eran su "gasolina" para que funcionase el cuerpo: "Yo comprendo que en un momento de una presentación y todo eso, necesitaba un pequeño chute de ánimo…", ríe Goicoechea, que confiesa que la obra de su madre que más le "impactó" y "disfrutó leyendo" es La torre vigía (1971), que supuso una ruptura con su línea literaria al ambientarse en la Edad Media.
Una carrera completa
Con la Guerra Civil que tanto marcó a esta niña asombrada también de trasfondo, esta novela inconclusa es el colofón a una carrera literaria plena que arrancó con solo 17 años, con Pequeño Teatro. Cabría preguntarse, ¿qué le ha quedado a Ana María Matute por hacer?
"Nada y mucho. Su carrera es una carrera completamente cerrada y completa pero si hubiese seguido 20 años hubiera seguido escribiendo y nos hubiera sorprendiendo con otras cosas. Porque no podía hacer otra cosa nada más que escribir", concluye Ortuño. Y allí, en los libros, la seguiremos encontrando; como ella quería.