Carlos Sobera, un 'ministro' en un lío de faldas con tintes políticos
- Protagoniza junto a Marta Torné la obra teatral El ministro
- Una comedia hilarante sobre el egoísmo y la ambición del ser humano
- La obra puede verse en el Teatro Cofidís de Madrid hasta el 11 de enero
Corrupción política, crisis económica, banca, infidelidad, odios, aspiraciones de poder y falsas apariencias. Muchos son los ingredientes que hacen de El ministro, en el Teatro Cofidís de Madrid hasta el 11 de enero, una comedia hilarante sobre el egoísmo del ser humano cuando quiere cumplir sus aspiraciones.
La obra es puro entretenimiento. Dirigida por Silvestre G. sobre el texto de Antonio Prieto (Amar en tiempos revueltos) y protagonizada por Carlos Sobera, Marta Torné (Gran Reserva: el origen), Javier Antón y Guillermo Ortega, El ministro es una comedia de enredo perfectamente tejida en tiempo real (hay un reloj en el escenario) con las agujas de un humor muy físico en el que los actores se suben unos encima de otros, se golpean, se empujan y la camisa de Sobera no deja un centímetro sin arrugar.
Diversión en lo inmoral y reprobable
Carlos Sobera encarna a Rodrigo, un ministro que aspira a ser presidente y que está encaprichado de Sandra (Torné), una joven y atractiva profesora de francés que pretende cambiar de vida a su costa el mismo día que Félix (Antón) y Yago (Ortega), dos pobres infelices con fuertes ideales antisistema, deciden dar un golpe en la sucursal bancaria de la esquina.
A partir de aquí, cualquier parecido con el mundo real es totalmente intencionado. Los chistes de actualidad, construidos para arrancar carcajadas del público, están perfectamente insertados en unos diálogos que se mezclan y se superponen sin perder nunca una de las máximas de la comedia: la claridad del mensaje.
“Cuál no sería mi sorpresa al comprobar, atónito, que lo que sucedía en El ministro y tanto me divertía, era algo inmoral y reprobable”, explica Silvestre G., que deja lo de juzgar en manos del público. “Después, ya más tranquilo, ya veré yo si necesito algún tipo de tratamiento”, bromea.
Dejarse llevar por la ambición
Metidos en este embrollo, con la policía en la calle y los ladrones en el apartamento de la profesora, todos los personajes luchan por su supervivencia por encima de todo y eso no conduce al bien común.
Todos pelean sin inocencia ni buenas intenciones por que sus sueños no se vayan al traste. La profesora trata de sobreponerse al desamor, los ladrones evitar ir a la cárcel y el ministro que todo ese lío no ponga punto y final a su prometedora carrera (y dispare la de su rival).
El amor y el dinero, el poder y la responsabilidad… En uno u otro momento los discursos se desenmascaran, las palabras se cruzan y se genera una serie de estrambóticos despropósitos guiados por la ambición.
Hacer del defecto virtud
Al sentarse en la butaca y comenzar a ver el espectáculo, el espectador puede tener una sensación extraña, como si se encontrara en un concurso de televisión.
El optar por unas caras tan televisivas es, quizás, uno de los defectos de esta obra que, sin embargo, sabe convertirlo en virtud para conseguir que el público se sienta cómodo con el montaje y se olvide de lo que ha visto antes.
Una vez superado este escollo, Sobera destaca por encima del resto del elenco con su manejo del lenguaje y los tonos del discurso. Una alocución que cambia de la declaración institucional al chascarrillo haciendo que el espectador se dé cuenta de ello.
Sin llegar a ser trascendental, Antonio Prieto consigue poner frente al espejo todos los males de la sociedad. El ministro es, ante todo, una obra divertida, a la que hay que enfrentarse sin juzgar la moral de sus personajes -bastante estereotipados- que, en menor o mayor medida, representan lo peor de las debilidades del ser humano.