Muere el torero José María Manzanares a los 61 años
- El torero alicantino ha sido hallado sin vida en su finca de Cáceres
- Ha muerto con 61 años y fue uno de los grandes toreros de los 70, 80 y 90
- Hijo del banderillero Pepe Manzanares y padre del torero de su mismo nombre
- Su sentido artístico le convirtió en un icono del toreo de finales del siglo XX
El matador de toros retirado José María Dols Abellán, José María Manzanares (padre), ha fallecido de forma repentina a los 61 años de edad, han informado este martes a la agencia EFE fuentes familiares.
El cuerpo del torero alicantino ha sido encontrado sin vida la mañana del martes en su finca de Cáceres, donde residía, y aún se desconocen las causas de la defunción. "Nada hacía prever este fatal desenlace, pues ayer se despidió de su hijo antes de partir a México, e incluso habló con sus nietos. Estamos destrozados. Se ha ido una gran persona", han manifestado las fuentes.
José María Manzanares, padre del actual matador de toros que lleva su nombre y del rejoneador Manuel Manzanares, fue durante tres décadas de carrera uno de los mayores referentes del toreo clásico de más calidad. Nacido en Alicante el 14 de abril de 1953 es hijo del banderillero Pepe Manzanares, de quien heredó el apodo, José María Dols Abellán, que era su verdadero nombre, y aprendió desde muy niño los fundamentos de la tauromaquia.
Padre e hijo de taurinos, una vida dedicada a la lidia
Debutó de luces en la plaza jiennense de Andújar en 1969 vistiendo un traje blanco y plata que había sido de Palomo Linares, y pronto comenzó un rápido ascenso que le situó como figura de los novilleros, junto al gaditano José Luis Galloso. Su presentación en Las Ventas, el 6 de junio de 1971, culminó con una salida a hombros triunfal.
El inmediato día de San Juan tomó la alternativa en su Alicante natal, de manos de Luis Miguel Dominguín y en presencia del Viti, que le cedió la muerte de un toro de Atanasio Fernández, al que Manzanares cortó el rabo. Desde entonces, su larga carrera de matador de alternativa estuvo marcada por cimas y simas, desde sus grandes triunfos en Madrid a finales de los años setenta, cuando estuvo siempre en cabeza del escalafón, hasta el anuncio de la que fue una breve retirada en 1989.
Autor de faenas memorables en todo ese tiempo, especialmente en Sevilla, plaza de la que fue uno de los toreros predilectos, Manzanares sufrió entonces duras campañas en su contra en la prensa taurina más radical.
Reaparecido el invierno siguiente, el diestro alicantino consiguió ya en 1993 su cuarta salida a hombros en Las Ventas, después de trece años sin pasear una sola oreja a pesar de ostentar, con 61, el récord de actuaciones en el coso madrileño.
Tras una nueva despedida en el 96, aún volvió a torear el año 2000, para retirarse ya definitivamente el 1 de mayo de 2006 en la Maestranza de Sevilla, donde su hijo del mismo nombre, hoy también matador de toros, le cortó la coleta.
El arte, única ambición
Heredero estilístico de los grandes clásicos de los años cincuenta y sesenta, y en especial de Antonio Ordóñez y Paco Camino, Manzanares fue el mayor referente del toreo de calidad durante los años de la Transición política española, pero una cierta desgana competitiva le impidió llegar tan arriba como los modelos que guiaron su concepto.
El desprecio por las estadísticas y la regularidad hicieron que su excepcionales condiciones no se concretaran en una figura de época. Su verdadera ambición personal, la que le convirtió en un icono del toreo de finales del siglo XX, se centraba únicamente en el sentido artístico de la tauromaquia, obsesionado, no sin cierto narcisismo, por la profundidad y la perfección técnica y estética, concebidas como un fin y no como un medio.
Con una férrea disciplina interna, oculta tras su aire y actitud bohemia, José María Manzanares, padre, ha sido, en sus grandes tardes, uno de los toreros más deslumbrantes de las últimas décadas, siempre ajeno a modas y exigencias comerciales.
Al margen de su relación de amor y odio con Las Ventas, de las campañas en contra de cierta parte de la crítica, de sus constantes cambios de apoderamiento y de sus demonios internos, su clase y su virtuosismo técnico hicieron de su clásico estilo mediterráneo, de su forma de hacer y decir el toreo, un espejo donde se han mirado varias generaciones de toreros.