Túnez, la 'revolución' acosada que logra resistir
- Es la única ‘primavera árabe’ que continúa con el proyecto democrático
- Supo enfrentar los momentos críticos y evitar polarizaciones como en Egipto
- La parálisis económica y la división política son sus grandes retos
Todo nació allí y ahora Túnez se prepara para cerrar el círculo del primer tramo de su transición. Los sondeos para las elecciones presidenciales del domingo pronostican una victoria del bloque laico, lo que implicaría un cambio de etapa. Si se cumplen los pronósticos, con la caída de Ennahda, el partido islamista habría conseguido y perdido el poder estrictamente por medios democráticos. El ciclo, no obstante, deja una sociedad dividida políticamente y envuelta en una parálisis económica.
La 'revolución de los jazmines' ha demostrado tener una inusual resistencia a los viejos hábitos autocráticos que han tumbado otras transiciones de la región. A diferencia de Libia, un país al borde de la descomposición, o Egipto, que tras el camino recorrido ha regresado a la autocracia militar, la transición tunecina resiste, no sin complicaciones.
Muchos analistas destacan los factores domésticos como puntos clave en esa habilidad. Entre ellos, los altos índices de educación, la existencia de una mayor y más consolidada clase media, el papel con mayor protagonismo de la mujer o un índice de pobreza comparativamente menor al de países vecinos, como Libia o Egipto, que siguieron la senda.
“Túnez evidencia que el sueño de la democracia que estimuló la primavera árabe todavía sigue vivo”, escribía recientemente el que fuera primer ministro, Rashid Ganushi, en una carta publicada por el The Washington Post.
La transición tunecina no ha estado (ni está) exenta de peligros. El auge del islamismo radical, la irrupción del terrorismo y los asesinatos políticos y militares, la inestabilidad y baile de gobiernos y el estancamiento económico han puesto en jaque la transición. Sin embargo, ha sido “la voluntad de incluir a voces distintas” pese a la división ideológica, lo que, según los analistas, ha evitado el rotundo fracaso.
La transición acosada
Pocos pensaban en diciembre de 2010 que la inmolación del joven Mohamed Buazizi en protesta por los abusos policiales terminaría en una revuelta que tumbaría al dictador Zine el Abidine Ben Alí. Pocos imaginaron que esa llama prendería en la región y que Túnez serviría de ejemplo a sus países vecinos. Y en plena euforia revolucionaria, pocos querían creer que el ‘país de los jazmines’ sería el único que lograría salvar el proyecto democrático, no sin dificultades.
Frente a un Egipto que ha terminado en el mismo punto del que partió, la autocracia militar, una Siria atrapada en una terrible guerra civil que ha abierto un hueco para el yihadismo más extremo o una Libia al borde de la descomposición, el proceso tunecino es hoy el único referente de relativo acierto de las revueltas.
“Hay bolsas de inseguridad de inseguridad en algunas zonas del país, en la frontera con Argelia, en la frontera con Libia pero, en comparación, digamos que Túnez no está en un problema de grave inseguridad como pueda ser por ejemplo, en estos momentos, la vida cotidiana de un ciudadano libio”, señala TVE el analista del CIDOB, Eduard Soler.
Pero la de Túnez es, no obstante, una transición permanentemente acosada que intenta recorrer un camino lleno de obstáculos. En casi cuatro años, el país ha tenido cuatro líderes de gobierno diferentes. El primero, el “gobierno de unión nacional” surgido tras la huída de Ben Alí, tan solo sobrevivió unas semanas y dio paso a otro de “salvación nacional” que aguantó hasta las primeras elecciones.
En octubre de 2011, Túnez se convirtió en el primer país de las primaveras árabes que celebró unas elecciones democráticas constituyentes y Ennahda en la primera fuerza islamista que alcanzaba el poder. Con el control de 89 de los 217 escaños, el partido islamista logró una mayoría incontestable.
Encarar los momentos críticos
Pese a sus alianzas con partidos no islamistas, a Ennahda se la acusó de favorecer a los partidos salafistas y guardar una agenda oculta para islamizar al país. La polarización se incrementó con la irrupción de acciones terroristas yihadistas y, especialmente, tras el asesinato del líder político laico Chukri Bel Aid a manos de extremistas religiosos.
Aquellos asesinatos fueron críticos y fue, precisamente, la reacción política y social a esos hechos la que evitó que la división llegase a ser como el de Egipto o Libia. “Había una voluntad de hacer una transición inclusiva y de superar los momentos más críticos a través de la unión y no de la división”, señala Soler.
“Lo que hicieron esos asesinatos políticos fue una especie de catarsis en las sociedad tunecina que, junto a lo que vio con el golpe de estado en Egipto, se dio cuenta de que el camino de la división era un mal negocio para la transición”, añade Soler. La crisis provocó la dimisión el Gobierno islamista, que se echó a un lado, y la formación de un ejecutivo de tecnócratas liderado por el islamista Hamadi que también tuvo que dimitir meses después por las protestas populares. Un segundo gobierno de tecnócratas, previo pacto con la oposición laica, parece haber logrado algo de estabilidad.
Polarización ideológica
Las tensiones surgidas en estos años han dejado al país dividido políticamente en dos bandos: el islamista, y el anti-islamista. "En Túnez, vivimos la lucha de dos visiones para el futuro del país. Una es progresista y la otra, oscurantista. No sé qué programa tiene Nidaa Tunis, y me da igual. Sé que quiere frenar a los islamistas y con eso me basta", decía durante las pasadas elecciones legislativas Sanda, una joven farmacéutica que ejercía de interventora del partido Nidaa Tunis en la capital, al diario La Nación.
Casi cuatro años después de la huída de Ben Alí, las encuestas sitúan al veterano político Beyi Caid Essebsi como principal favorito. Si Essebsi ganara, la formación Nidaa Tunis se encontraría ante una situación que no se ha visto en estos los años de transición. Tras lograr 86 de los 217 escaños en las pasadas elecciones legislativas, ese heterogéneo partido se hizo con el poder legislativo. Con la victoria presidencial, controlaría también el ejecutivo.
Formada por políticos de izquierda, centro derecha y antiguos dirigentes de la época de la dictadura, lo que realmente parece unir a los miembros de Nidaa Tunis es su posición anti-islamista.
Sin embargo, esa concentración de poder recoge tan solo una posición parcial de la sociedad. No en vano, el 31,7% de la población votó islamista en las legislativas de octubre. Otro sector, más minoritario, apoya a grupos más extremos, como los salafistas o el aún más radical Hizbu Etahrir.
Estancamiento económico
Junto a la polarización ideológica, el próximo Gobierno tunecino tendrá que enfrentarse con urgencia a la gran preocupación del país: el estancamiento económico. Los distintos gobiernos no han conseguido enderezar una economía que castiga especialmente a la población más joven.
El crecimiento económico en 2013 fue del 2,7%, la mitad del registrado en décadas anteriores. El paro ya supera el 15,7%, más de un punto por encima del existente en los tiempos de Ben Alí, y en los sectores más jóvenes de la población, esa tasa se duplica. La economía no arranca y la sociedad lo padece. “El hecho de que la economía no haya mejorado, incluso de que en algunos sectores ha ido a peor, no ha provocado una nostalgia del pasado, y eso es interesante”, comentaba a TVE el analista del CIDOB, Eduard Soler.
Essebsi, el hombre que dirigió los ministerios de Defensa e Interior durante el mandato de Burguiba, que ocupó un escaño con Ben Alí, renegó de ambos y terminó siendo el primer director de orquesta de la transición, parece ser el elegido para dirigir unos tiempos que plantean no poco obstáculos.