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Raoul Dufy, la pincelada inquieta y colorida

  • El Thyssen invita a reduscubrir al artista con una amplia retrospectiva
  • Dufy es clave en el nacimiento de las vanguardias del siglo XX
  • Puede verse del 17 de febrero al 17 de mayo

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Raoul Dufy. 'Estatua con dos jarrones', 1908. Thomas Salis, Art & Design, Salzburgo.
Raoul Dufy. 'Estatua con dos jarrones', 1908. Thomas Salis, Art & Design, Salzburgo.

"(...) encuentro más interés en ser pintor que en ser hombre. ¡Si pudiese no ser más que pintor!". Este era el deseo de Raoul Dufy (1877-1953) -expresado por carta a su amigo el poeta Fernand Fleuret-, un artista clave en el nacimiento de las vanguardias del siglo XX, cuya figura cayó injustamente en declive al poco de su muerte. No obstante, a partir del cincuentenario de su muerte, su obra se ha revalorizado y ahora el Museo Thyssen de Madrid, el único que posee obra del artista normando, ha decidido "reivindicarla" con una amplia retrospectiva que podrá verse del 17 de febrero al 17 de mayo.

Veintisiete años después de la última muestra dedicada a Dufy en España -en 1989 en la Casa de las Alhajas-, el museo madrileño ha sumado a sus cuatro obras en propiedad, otras 89 piezas procedentes principalmente del Centre Pompidou y del Musée d' Art Moderne de la Ville de París para ofrecer una visión de conjunto de la trayectoria de este artista que exploró el impresionismo, el fauvismo o el cubismo hasta encontrar un estilo propio que llegó a explotar en decoraciones textiles.

"Como decía a sus más allegados, aunque la vida no siempre le había sonreído, Dufy intentó sonreír a la vida en sus pinturas", explica a RTVE.es el comisario de la exposición y conservador del Thyssen, Juan Ángel López-Manzanares, que cree que su dedicación durante gran parte de su carrera a la decoración textil y cerámica ha influido en que su pintura se haya considerado durante años como "fácil y sin la profundidad de otros artistas", dado también su faceta hedonista,

Pero, nada más lejos de la realidad: "Es uno de los artistas más serios de su época, un gran dibujante y un enorme maestro, que simplemente tenía una visión peculiar de lo que era la pintura, que, para él, debía expresar la belleza de lo que le rodeaba. Pero no por ello deja de tener hondura y profundidad", subraya el comisario de la exposición, que confía en que los visitantes se quedarán "sorprendidos por la intensidad que a veces no se espera de la obra de Dufy" .

Del impresionismo al fauvismo

Organizada cronológicamente, y suiguiendo la evolución del artista, la muestra arranca con sus primeros pasos entre el impresionismo y el fauvismo. Influenciado por Monet, Sisley o Pisarro en sus obras más tempranas, como las escenas de muelles y mercados de Marsella y Martigues, pronto se vio en la necesidad de superar el impresionismo ante la imposibilidad de captar los continuos cambios de luz y optó por ir más allá de la mera satisfacción visual.

En 1905, al contemplar en el Salón de los Independientes el cuadro de Matisse Lujo, calma y voluptuosidad (1904), quedó impactado: "Comprendí todas las nuevas razones que justificaban la pintura, y el realismo impresionista perdió para mí su encanto al contemplar el

milagro de la imaginación introducida en el dibujo y el color. Comprendí de repente la nueva mecánica de la pintura", confesó Dufy para caer irremediablemente en los brazos del lenguaje fauve y convertirse en uno de sus protagonistas más activos.

Y, aunque evolucionaría hacia otros estilos, "la intensidad del color será un leit motiv de toda su obra", apunta López-Manzanares.

Periodo constructivo y decoraciones

"Tenemos el árbol, el banco, la casa. Pero lo que me interesa, lo más difícil es lo que hay alrededor de ellos. ¿Cómo mantenerlo todo junto? Nadie lo ha hecho como Cézanne; lo que hay entre sus manzanas es tan bello e importante como las manzanas mismas". Como puede apreciarse, a Dufy, como a muchos de sus contemporáneos, también le impresionó la obra del maestro de Aix, cuyas formas geometrizadas traslada a obras como Barcos y barcas, Martigues (1907-1908) y los óleos que pintó en L'Estaque, junto a Georges Barque.

Pese a este "periodo constructivo", Dufy, a diferencia de Braque, no avanza en la senda del cubismo, pero sí que le aporta su propio lenguaje acentuando el color, como ocurre en una de sus obras fundamentales de este periodo, La gran bañista (1914), también presente en el Thyssen.

En esta sección de la muestra también se incluyen sus dibujos preparatorios y grabados para ilustrar el Bestiario o Cortejo de Orfeo de Guillaume Apollinaire. Estos trabajos que serían la antesala de su nueva aventura creativa, la del diseño de tejidos -firmó un contrato con la empresa de textiles Bianchini-Férier entre 1912 y 1928 y fue clave en el cambio del gusto de la moda-, un campo en el que pudo experimentar a gusto con el color y la fantasía decorativa. A partir de 1927 la aplicaría también a la cerámica.

Para el comisario, esta etapa decorativa marca "un punto decisivo en su obra". "Dufy recupera su libertad, su carácter más libre. Y en ese uso de los arabescos y en la frescura de sus telas va a hallar la base para su estilo maduro que empieza en los años 20", indica el comisario, que define ese estilo como una fusión de la exaltación fauvista del color y la disociación entre color y contorno de la decoración, "con un trazo muy suelto, nervioso, tendiendo al arabesco".

La fase introspectiva

La última parte de la exposición se dedica a la última etapa de su obra, en la que Dufy, uno de los pintores que mejor ha sabido captar la luz del Mediterráneo, esboza sus paisajes en bandas cromáticas y organiza las luces y las sombras en base a la luz que emana de los propios colores. También juega con la dualidad exterior-interior realizando numerosas vistas a través de ventanas y balcones abiertos, como Ventana abierta, Niza (1928).

En su última etapa, el artista francés pinta varias series dedicadas a la música, a su estudio y al carguero negro, mucho más introspectivas y que "muestran a un Dufy que casi pintaba para sí mismo" y haciendo un uso del color "monócromo, casi monumental, y un trazo muy lírico que se acerca a la música" que le rodeó en su casa durante toda su infancia. Se trata, en definitiva, de una fase en la que se ve el estilo reflexivo y de exploración continuada que siempre había estado presente en su obra.

"He hallado lo esencial de mi pintura en el camino y en la búsqueda; es eso lo que otorga a mi obra ese aire de divagación que se le podría

reprochar, pero siempre he preferido el estudio y el análisis al establecimiento y la explotación de una fórmula; que todos mis seguidores compartieran conmigo el placer de esas búsquedas; es por eso que prefi ero que se preste atención al mecanismo de mis medios más que a la anécdota, que no es el verdadero objetivo de mis cuadros; la historia en sí misma no importa; lo que importa es la manera de contarla", escribió en 1947, poco antes de morir. Y el Thyssen nos da la oportunidad de redescubrirla.