Cuánto vale una dedicatoria
- Los autores más vendidos acabarán con tendinitis de firmar autógrafos
- Merece la pena leer a otros no tan vendidos: Grossman, Del Corral y Castro
Los cazadores de autógrafos ya están preparados. Y no para pedirle una dedicatoria al famoso de turno sino a esos escritores que en el Día del Libro se convierten en los grandes protagonistas. Son autores que en diversos lugares de España, como en Cataluña, donde se celebra la ya mítica Diada de Sant Jordi, se parapetan tras sus obras esperando a ese fan que habrá sufrido la pertinente cola. O no, según sea el caso.
En ese instante se iniciará la liturgia habitual de todos los años. Esa que lleva al autor a preguntar el nombre del dedicado y que con mayor o menos originalidad plasmará una frase ocurrente en la primera página. La de anécdotas que esos escritores podrían contar. Entre las confusiones, los cambios de identidad, las peticiones estrambóticas y el sentido del humor de los implicados, se podría escribir un libro sobre lo que ha sucedido a lo largo de los años.
Yo he visto a la cantante María Jiménez con un tampón preparado para la ocasión, con el que estampaba sus labios a modo de beso, y así evitarse escribir nada. A Lucía Etxebarría con un divertidísimo kit de firma. A escritores dedicar el libro de otros. A María Dueñas saludar a bebés a los que les han puesto el nombre de Sira, por su famoso personaje femenino de El tiempo entre costuras, y así hasta la eternidad.
Los más vendidos, y los no tanto
Pero no quisiera perderme en la firma sino en el libro entero. Me explico. Sé que esas cosas de fans declarados son propias de autores muy conocidos con mayor o menor prestigio. Y sé que este año la citada María Dueñas, Arturo Pérez Reverte, Ken Follet o Albert Espinosa van a vender hasta lo indecible, que acabarán la jornada con tendinitis en sus muñecas y van a conseguir forrarse ellos y de paso un montón de librerías. Y todo eso me parece fantástico.
Pero siempre que visito esos lugares de firmas, me encuentro con otros escritores con cierto éxito que lamentablemente no compiten en la misma división comercial. Y, sin embargo, sus obras merecen ser leídas por todo aquel que se precie como lector.
Porque hay novelas que nos alteran las meninges con tal habilidad, que días después seguimos pensando en ellas. Pienso en Entre culebras y extraños de Celso Castro, un autor gallego que empezó como poeta maldito y que nos regala esta historia de crecimiento inolvidable.
También merece la pena que se asomen a El balcón en invierno de Luis Landero, un relato autobiográfico en el que nos cuenta la llegada de su familia a Madrid desde un pequeño pueblo extremeño con todo lo que aquel nuevo mundo significó para él.
O pueden entrar en el Gran Cabaret del habitual candidato al Premio Nobel de Literatura, el escritor israelí David Grossman, para descubrir la amistad interrumpida de un cómico monologuista y un juez jubilado, que se reencuentran en una actuación del primero para dirimir cuestiones de sus respectivos pasados.
Y, naturalmente, les debería hablar de Solo amanece si estás despierto de José Luis Rodríguez del Corral, que nos emociona con una historia de amor sevillana que transcurre en la azotea de un edificio.
Son novelas que no aparecerán en las listas de más vendidos, es más, seguro que frente a estos escritores no se formarán colas interminables de gente esperando una firma. Pero créanme, si se hacen el inmenso favor de leerlas, les dejarán una dedicatoria imborrable en el corazón.