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El miedo a la inmigración entra en campaña en el Reino Unido

  • Será un factor a la hora de votar en las elecciones del 7 de mayo
  • Tres de cada cuatro británicos cree que han llegado demasiados inmigrantes

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Un ciclista circula cerca de un cartel del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) en Aylesbury , al noroeste de Londres.
Un ciclista circula cerca de un cartel del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) en Aylesbury , al noroeste de Londres.

Las palomas no siempre son símbolo de paz: las que Banksy pintó el octubre pasado en Clacton-on-Sea no querían saber nada de exóticos pájaros extranjeros. El ayuntamiento borró el mural por “ofensivo” y “racista”, y ocho días después el partido antiinmigración UKIP ganaba allí su primer escaño en Westminster. El miedo a los inmigrantes continua muy vivo en el Reino Unido y será un factor a la hora de votar en las elecciones del 7 de mayo.

Clacton-on-Sea es el paradigma de la Inglaterra profunda, un pueblecito balneario junto al mar en lenta decadencia, lugar de retirada de jubilados de todo el país y bastión conservador durante décadas. Tan sólo el 8% de la circunscripción nació en el extranjero según el censo de 2011, 4 puntos por debajo de la media británica del 12%. Pero el debate migratorio suele guardar poca relación con la razón y mucha con las percepciones.

En un reciente sondeo, tres de cada cuatro británicos encuestados creía que desde 2004, el año en que la Unión Europea se amplió al Este, han llegado al Reino Unido demasiados inmigrantes. Se refieren a los casi 600.000 polacos y 125.000 lituanos aterrizados en las islas, junto a letones, eslovacos y húngaros en menor proporción y, desde que el año pasado se levantaron las restricciones a su libre circulación, también rumanos y búlgaros.

La construcción, los restaurantes y las empresas de servicios les han recibido con los brazos abiertos, y sin ellos no se entendería el milagro económico británico. Con su trabajo, el Reino Unido creció en 2014 un 2,6% y el paro bajó hasta el 5,7%, cifras que ya querrían para sí el resto de socios comunitarios. Con sus impuestos contribuyen a evitar más recortes de los que ha aplicado el gobierno de coalición sobre los servicios sociales.

También sostienen con su trabajo a la sanidad pública, tan querida por los británicos y que tanto sudor les costó conquistar. Sin trabajadores extranjeros el NHS sencillamente se vendría abajo. Un 26% de los médicos y 1 de cada 7 enfermeras son extranjeros, y el año pasado, ante la falta en las islas de personal cualificado, los hospitales públicos se fueron a España, Portugal, las Filipinas o Italia a reclutar a casi 6.000 enfermeras.

Pero todo eso es invisible en los Clactons de la Inglaterra profunda. Allí los inmigrantes son los mecánicos o paletas que trabajan más rápido, mejor y más barato que los locales y les dejan sin trabajo, los que saturan escuelas y hospitales, se quedan las ayudas y hablan un inglés paupérrimo. Muchos británicos ven peligrar su modo de vida y, sobre todo, se sienten abandonados por un gobierno que no toma cartas en el asunto.

El UKIP, la voz del inglés medio

Es el terreno que el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) ha regado durante años y que puede llevarle a convertirse en el tercer partido en votos en las próximas elecciones. Las medidas contra la inmigración, junto al antieuropeísmo, son las razones de ser de la formación liderada por Nigel Farage, que lentamente ha ido robando al partido conservador a sus votantes más descontentos.

Farage se presenta como el perfecto inglés medio, que dice lo que piensa mientras se toma una caña en el pub. Y lo que piensa es claro: en el Reino Unido no cabe más gente y hay que cerrar sus puertas. El país, dice, sólo aceptaría a 50.000 inmigrantes al año, cualificados y preferentemente de países de la Commonwealth, por el vínculo especial que mantienen con la exmetrópoli.

Deberían llegar hablando inglés, con un lugar donde vivir y sanidad privada, y sólo tendrían acceso a la sanidad pública y a ayudas tras 5 años de residencia. El programa del UKIP contiene tantas violaciones a la libre circulación de personas consagrada en los tratados comunitarios que es difícil decidir por dónde empezar. La consecuencia es invariable, sólo podrían imponerse esas restricciones sacando al Reino Unido de la Unión Europea.

El partido de Farage tiene el voto demasiado repartido por todo el país para dar la campanada; difícilmente llegará a los 10 diputados en un parlamento de 650 y en el tramo final de la campaña las encuestas indican un trasvase de votantes de vuelta al redil tory para evitar que el laborista Ed Miliband sea primer ministro. Pero ha forzado a los dos grandes partidos a entrar en el debate migratorio si no quieren salir escaldados en esa Inglaterra profunda.

La inmigración es un toro bravo

Los conservadores llegaron al poder en 2010 decididos a coger el toro por los cuernos y prometieron que, al final del mandato, la inmigración neta al Reino Unido –la diferencia entre los que entran y salen del país- caería por debajo de las 100.000 personas.

La inmigración ha demostrado ser un toro bravo. En 2014 fueron 298.000, haciendo añicos la promesa de un Cameron que en esta campaña ha evitado hacer de la inmigración el centro del mensaje conservador. Para Robin Niblett, director del Real Instituto de Asuntos Internacionales de Londres, “sacar a colación el tema migratorio solo sirve para dar alas al UKIP, que en ese discurso es más fuerte de lo que nunca serán los tories”.

Según Niblett, “el gobierno sólo puede reducir el número de inmigrantes comunitarios que viene al país si abandona la Unión Europea, y no quiere dar ese paso”. El ala euroescéptica del partido conservador forzó a Cameron a prometer un referéndum para decidir si el Reino Unido continúa en la UE, pero parte de la formación está horrorizada ante cualquier medida que corte el flujo migratorio que alimenta la engrasada máquina económica británica.

En la práctica, los programas conservador y laborista apenas incluyen medidas disuasorias contra los nuevos inmigrantes, como restricciones en las ayudas a los recién llegados a las islas y más intolerancia con los abusos en los servicios sociales. La dureza se queda en los discursos, pero la Inglaterra profunda espera más que palabras, y tras las elecciones del 7 de mayo continuará haciendo oír su voz.