La diáspora de los musulmanes birmanos
- 25.000 rohingya han huido desde enero de la actual Myammar
- Según la ONU es una de las minorías más perseguidas del mundo
- El Gobierno de Rangún ni siquiera les reconoce la nacionalidad
No se conoce su origen, ni hay un censo oficial, ni siquiera tienen nacionalidad. Son los rohingya, la minoría étnica de la provincia birmana de Rakhine, en el oeste del país que hoy se llama Myanmar, la antigua Birmania. Una comunidad de menos de un millón de musulmanes en una población de casi 54 millones, la inmensa mayoría de confesión budista, y una de las minorías más perseguidas del mundo según Naciones Unidas.
Los historiadores no consiguen ponerse de acuerdo sobre su procedencia. Algunos se remontan mil años atrás, a la llegada de los primeros musulmanes desde la península del Indostán. Otros fechan su llegada en el siglo XIX, cuando los dominadores británicos fomentaron la emigración de trabajadores agrícolas desde Bengala.
La independencia de Birmania despertó el sueño ‘rohingya’ de unirse a Pakistán oriental, la actual Bangladesh. La dura represión de la rebelión musulmana de los años 50 fue el inicio de un ciclo de persecución y ausencia casi total de derechos.
El sueño de la ciudadanía
El Gobierno de Rangún ni siquiera reconoce a esta minoría la nacionalidad birmana. Ha hecho oídos sordos a la resolución de la ONU de diciembre de 2014 en la que se exige el reconocimiento de la ciudadanía para los rohingya, formalmente apátridas que no pueden poseer tierras ni dejar sus aldeas sin autorización, sometidos con frecuencia a trabajos forzados y diana habitual de pogromos como el que en 2012 acabó con la vida de decenas de musulmanes en el norte de Rakhine.
La última afrenta ha sido la revocación del derecho a voto que el Gobierno de Myanmar había concedido a los rohingya en el referéndum de reforma de la Constitución, y que ha retirado ante las protestas de la mayoría budista, encabezadas en la calle por cientos de monjes.
Otra vuelta de tuerca a una situación desesperada, denuncian las organizaciones de derechos humanos, que ha provocado un éxodo masivo y ha convertido a los musulmanes birmanos en víctimas propiciatorias de los traficantes de seres humanos.
El negocio tras la diáspora
Los rohingyas de la diáspora se cuentan por cientos de miles en países como Bangladesh, Pakistán y Arabia Saudí, y ahora han emprendido rumbo al este. La Agencia de la ONU para los Refugiados, ACNUR, calcula que en lo que va de año al menos 25.000 personas de esta minoría étnica se han embarcado en las naves de los traficantes, el doble que en el mismo periodo de 2014. Pagan entre 100 y 1.000 dólares por alcanzar su destino, y no siempre es el que esperan. La Organización Nacional Rohingya asegura que algunos son vendidos para trabajar en barcos pesqueros o plantaciones.
“Cada año, decenas de miles de rohingyas huyen de la terrible situación de los derechos humanos en Birmania solo para caer en las manos de los traficantes de Tailandia, que abusan de ellos y los explotan”, denuncia Brad Adams, director para Asia de Human Rigths Watch. “En lugar de encerrarlos en centros de inmigración, se les debería proporcionar protección y seguridad”, añade Adams.
Solo en los últimos días más de 2.000 han conseguido alcanzar las costas de Malasia e Indonesia. Pero la Organización Internacional para la Migración teme que muchas más, hasta 8.000, estén atrapadas en embarcaciones varadas frente a Tailandia, que ha aumentado la vigilancia de sus costas tras descubrir decenas de restos humanos en un campamento abandonado en su frontera sur con Malasia.
Es el modus operandi de los traficantes, según ACNUR: retienen a los refugiados en campamentos organizados en plena jungla para extorsionar aún más a los supervivientes de la ‘travesía de la muerte’ del mar de Andamán.
Cientos de rohingya, asegura la agencia de Naciones Unidas, se han dejado desde enero la vida en sus aguas, tan lejanas pero tan letales como las del Mediterráneo para los exiliados de la miseria y la violencia.