Palmira, una joya en medio del desierto sirio
- La ciudad fue uno de los centros culturales más importantes del mundo antiguo
- En Palmira convivieron las tradiciones artísticas grecorromanas con las persas
- Ha sido conquistada por el Estado Islámico y su patrimonio está amenazado
En medio del desierto sirio, se esconde un oasis que hace 2000 años albergaba uno de los centros culturales más importantes del mundo antiguo: Palmira. Lugar de encuentro entre Occidente y Oriente, la ciudad fue un cruce de caminos entre el Mediterráneo y el Éufrates, un rincón atravesado por la Ruta de la Seda en el que se entremezclaron el arte y las tradiciones de Roma y Persia.
Una joya arqueológica que hoy tiembla. Palmira -en árabe, Tadmur- ha caído en manos del Estado Islámico. Después de que el grupo terrorista haya arrasado otras ciudades históricas como Nimrud o Hatra (ambas en Irak), la posibilidad de que sus ruinas sean destruidas ha disparado todas las alarmas.
La pérdida de Palmira, Patrimonio de la Humanidad desde 1980, puede ser la pérdida de "un tesoro irremplazable", en palabras de la Unesco, ya que la ciudad, con su valioso patrimonio artístico y cultural, es uno de los lugares más significativos de Oriente Medio.
'La perla del desierto'
Conocida como 'La perla del desierto', esta antigua ciudad de los nabateos -pueblo prerromano con capital en Petra (Jordania)-, vivió su esplendor en los siglos I y II d.C, cuando se convirtió en el perfecto lugar de descanso para las caravanas que, cargadas de perfumes, especias y sedas, recorrían las rutas comerciales entre Roma y el lejano Oriente.
Su estratégica posición y su condición de oasis (debe su nombre a las múltiples palmeras que rodean la ciudad), consiguieron que la ciudad prosperase y se alzase como centro cultural. Además, al ser frontera entre las dos grandes civilizaciones, logró impregnarse tanto de las tradiciones grecorromanas como de las persas.
Entre arcos y columnas, las ruinas de Palmira muestran un estilo propio y muy original, que combina elementos clásicos con influencias autóctonas y orientales. Su vía principal, con una impresionante columnata que recorre más de 1.100 metros, forma el eje de la ciudad y nos guía a través de los principales monumentos.
Entre ellos, destaca el templo de Baal, el más importante atractivo de Palmira. Una construcción amurallada puesta en pie en el año 32 d.C. y dedicado a Baal, dios babilonio que se identifica con el Zeus griego.
A lo largo de la imponente calle principal, se pueden observar diferentes santuarios: el templo de Bel-Shamin, que honra al dios celeste fenicio Baalshamin, o el templo de Nabu, dios babilonio de la sabiduría y la escritura. El ágora, el teatro y las termas de Diocleciano son otros de los monumentos que nos permiten recrear el esplendor de la antigua Palmira. Fuera de las murallas de la ciudad, se encuentran los restos de un acueducto romano y una inmensa necrópolis con muestras únicas de arte funerario.
El Imperio de Zenobia
A partir del siglo I, Palmira quedó bajo control romano, como parte de la provincia de Siria y llegó a contar con más de 150.000 habitantes. En otras épocas fue independiente -Adriano la convirtió en ciudad libre en el año 129-, pero cuando realmente brilló en el mapa fue durante el reinado de Zenobia, en el siglo III.
La mítica reina de Palmira se rebeló contra Roma durante su mandato y extendió el poder de la ciudad: conquistó casi toda Siria y parte de Egipto y extendió sus fronteras hasta la península de Anatolia. Sin embargo, el Imperio levantado por Zenobia sería breve. El emperador Aureliano no tardó en reconquistar los territorios y capturó a la sobenara. Fue el inicio de la decadencia de Palmira.
Siglos después, en el XVII y el XVIII, los viajeros descubrirían las ruinas en medio del desierto.
Hasta 2011, cuando estalló la guerra de Siria, esta 'perla', al nordeste de Damasco, en la provincia de Homs, fue uno de los principales centros turísticos del país. Ahora, tras más de 2.000 años en pie, sus piedras milenarias podrían sucumbir a la brutalidad del Estado Islámico.