'Giselle', pasos de ballet en la Gran Vía con acento de San Petesburgo
- La obra se representa en el Teatro Compac de Madrid entre el 21 y el 26 de julio
- La ejecuta el Ballet Clásico de San Petesburgo con dirección artística de A. Batalov
- Escrita por Téophile Gautier, 'Giselle' se estrenó en París en 1841
Más allá de modas y épocas, la vida, la muerte y las pasiones han vertebrado relatos desde tiempos inmemoriales. Escritas o transmitidas oralmente, en el teatro, la música, la pintura o el cine, estas narraciones conservan intacto el poder de conmoción sobre los oyentes porque hablan de la esencia común del ser humano.
Y si en lugar de palabras la historia se plasma sobre pasos de ballet, el resultado final es una experiencia inolvidable. Así lo vivieron los más de 700 espectadores que acudieron este martes al estreno de la obra Giselle en el madrileño Teatro Compac. "El público gritaba entusiasmado. Ver un espectáculo como Giselle, que ha sobrevivido 175 años es importantísimo porque es adquirir cultura centenaria, no es algo pasajero", afirma a RTVE.es Tatiana Solovieva, la productora responsable de la obra que estará en cartel desde el 21 al 26 de julio.
Giselle es una campesina a la que un trágico choque de amores imposibles lleva a la muerte. Su espíritu pasará a formar parte de las Willis, seres del más allá que seducen con su baile a los hombres que cruzan el bosque para matarlos. Una noche descubre que la víctima será su amado, el conde Albrech, y Giselle bailará hasta el amanecer para librarle del fatal destino.
El libreto fue escrito por el francés Théophile Gautier (1811-1871), basado en una historia del poeta Heinrich Heine (1797-1856). La música fue compuesta por Adolphe Adam, un artista muy sensible al feedback del público, y su estreno en París en 1841 supuso un punto de inflexión en la concepción coreográfica de la época, bajo las directrices de Perrot y Coralli.
Disciplina y sensibilidad
Pero hacer que unas zapatillas de baile conmuevan los corazones de ese aforo no es fruto de la casualidad. "Ocho años de escuela, de preparación y luego, ensayo cada día. Sin esto es imposible. Ensayamos cada día además de salir al escenario. La escuela es muy importante", describe y asevera a RTVE.es Radamaría Duminica-Razarenzo, bailarina solista e intérprete del papel de Giselle en esta función.
La artista reflexiona sobre la gestión de la conexión con el público: "(Como artista) lo vives en la obra como si fuera el último día de tu vida. Romeo y Julieta, por ejemplo, es muy trágico, así lo sientes en el escenario y ves llega al público. Giselle es igual. También me gustan las historias alegres, siempre con sonrisas, son distintas". Y añade: "Desde el ballet expresamos todo con gestos, y la gente entiende. Entre nosotros hablamos, con las manos con el alma y con el corazón". Una poesía tierna pero atlética, de cuerpos bien entrenados a los que el esfuerzo no se les nota.
"No todos pueden bailar ballet clásico -sentencia Tatiana, la productora- el clásico exige unas líneas, unos cuerpos que no exigen otros tipo de danza. Cuando los niños y jóvenes están estudiando ballet, la selección es muy estricta y se quedan solamente los mejores. El clásico es lo más difícil que se puede hacer".
A pesar de la ingravidez de los cuerpos, levantar una producción de este tipo no es tarea fácil: "Hay más de 40 personas implicadas, es bastante complejo -detalla Solovieva-, todo está pintado a mano, hay que tener talleres, gente especializada en hacer todo esto, hay que hacer vestuario. Lo más difícil es preparar el cuerpo de baile, porque son muchas personas y hay que contratar a los mejores para que el espectáculo sea como nos gustaría verlo. Además hay que ensayar y luego traerlo aquí, billetes de avion, visados, seguros, publicidad, y pagarles, claro. El resultado es que pocas veces vemos este tipo de espectáculos".
Pero para la productora, cada función es un premio y un estímulo: "Yo he visto este ballet más de 100 veces y cada vez, cuando llega el final de la primera parte, se me saltan las lágrimas. En ballet clásico, nunca ves la misma versión. Tenemos tres parejas de solistas principales y con cada una la interpretación es diferente.
La tradición de la escuela rusa
"La escuela de ballet de San Petesburgo tiene más de 230 años y está muy medido, muy calculado, muy estudiado y muy valorado todo. La garantía de traer gente de la escuela de San Petesburgo es la de traer a unos de los mejores del mundo", describe Solovieva, y añade: "Cada compañía tiene su estilo, pero lo que tienen en común en esta escuela es que cuidan mucho el ballet clásico, los detalles de estilo, de la época, de interpretación, son muy cuidadosos".
Y como muestra, Solovieva nos remite al director de la compañía, Andrey Batalov: "Fue en 1997 el tercer ganador en la historia del 'Grand Prix' de Moscú, una de las competiciones más prestigiosas del mundo; solo ha habido cuatro y él es uno de ellos. El solista principal que veremos aquí es medalla de oro en este certamen".
"Los rusos no tomamos el arte como hobby", insiste la productora. "Los que quieren ser artistas, músicos bailarines, pintores, se lo toman en serio, como una de las más difíciles profesiones. Si miras el acceso a las universidades, para una plaza de este tipo es más duro que para cualquier otra".
España: público fiel, bailarines desmotivados
"En Rusia, la gente respeta mucho la profesión del artista, el trabajo, y vienen siempre muy preparados. La escuela es muy buena. Cuando todos lo toman en serio, estudian bien y el nivel de exigencia es alto, el resultado es este. No es individual o suerte, es el sistema, la escuela y los valores", se reafirma Solovieva.
Añade que en su país se puede planificar una trayectoria "para toda la vida: aprender para entrar en la compañía de baile de tu ciudad. Aquí no hay compañía en la que puedan entrar, aprenden por aprender, no existe un objetivo final de trabajo, quizás solo el ballet nacional, que dirigieron figuras como Maya Plisétskaya o Nacho Duato". No obstante, para Tatiana, "en España hay muchos bailarines fantásticos de gran nivel internacional, por ejemplo Lucía Lacarra".
La solista Razarenzo coincide desde su experiencia como profesora de ballet en nuestro país: "En España hay muchas chicas a las que les gusta el ballet, pero no son capaces de terminar, se cansan, no persisten. En Rusia empiezan y tienen que acabar. Son ocho años que no pueden desaprovecharse".
Pero hacia el otro lado del telón, todo son elogios por parte de productora y artista: "El público español responde muy bien al ballet clásico. A Madrid llegan muchas compañías y cada vez es mejor", opina Radamaría. "Al principio no tenían claro qué iba a ser esto. Luego, cuando lo entendieron, el público repite y repite, repiten las mismas personas de año en año y tenemos una afición creada", afirma Solovieva, cuya empresa trae producciones rusas al Teatro Compac desde 2005.
Pero tras la reflexión, para el corazón solo cuenta una verdad, aunque sea una ficción: "Giselle muere de amor y es su espíritu quien baila. Es muy lírico, muy romántico", afirma Radamaría, sudorosa tras la representación, maquillada como un ángel ingrávido para dar luz al alma de una campesina enamorada.
La belleza se alcanza con esfuerzo
“Propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual. Esta propiedad existe en la naturaleza y en las obras literarias y artísticas”. Es la definición de belleza que ofrece la Real Academia Española de la Lengua, un significado muy completo que lleva a decir que bello es todo aquello que nos sobrecoge, nos hace exaltarnos, nos provoca fascinación y voltea nuestro estado de ánimo.
Una novela, un poema, una obra de teatro, una película, aquella canción que nos recuerda a aquella persona amada, aquella persona amada por sí misma..., y una representación de ballet. Una obra de ballet acoge en su interior multitud de elementos que conforman una imagen que hace aflorar los sentimientos: el decorado que transporta al espectador al lugar donde se desarrolla la historia, la melodía sobre la que serpentea el argumento, el vestuario de los actores…
Pero todo ello queda en un segundo plano cuando la actriz principal comienza a actuar. El tiempo parece detenerse, no existe nada más que esa bailarina “volando” sobre el escenario, desafiando a la naturaleza con su infinita elasticidad, como si en cuestión de segundos, en las tablas, una metamorfosis hubiera tenido lugar, de humano a mariposa. Y lo más difícil todavía, provocando la sensación de que no hay ningún esfuerzo en ello. Como si cualquiera pudiera hacerlo sin despeinarse.
Nada más lejos de la realidad. “Rodillas y tobillos, aunque sobre todo las rodillas” acumulan lesiones que convierten la disciplina del ballet en una tortura física para los bailarines, según afirma a RTVE.es Lorena Álvarez Menéndez, traumatóloga y especialista en el trato de patologías específicas del baile. “El ballet clásico supone un nivel más exigente que la danza contemporánea”, explica Lorena, y añade categórica: “30 años ya es una edad algo elevada para practicar el ballet clásico”. En cuanto al género más afectado, la especialista defiende que “según mi experiencia, ambos géneros sufren lesiones por igual”, siendo “los 25, 26 años las edades en las que más traumatismos se producen”.
Cuando se tiene la osadía de acercarse a charlar con un bailarín de ballet, uno espera encontrarse con un semblante impertérrito y una respiración pausada. En cambio, de la frente escapan varias perlas de sudor, y el cansancio y el esfuerzo se dejan vislumbrar por primera vez. Y en ese momento uno piensa, ¿cómo no he podido darme cuenta de esto sentado en una butaca a tan sólo unos metros debajo del escenario?
Muy sencillo. Ocho años de preparación en la escuela de ballet tienen la culpa. Una vida dedicada a alcanzar un sueño: representar en un teatro abarrotado de espectadores ansiosos por verme bailar sobre el escenario. Horas de sudor, de esfuerzo, de dolor, de acostumbrar al cuerpo a soportar posturas antinaturales, controlar la respiración, y hacerlo de manera que parezca que es lo más fácil del mundo. "Tuve una profesora que me enseñó todo, a respirar y a bailar para que no se note el esfuerzo", asegura con exquisitos jadeos Radamaría, nuestra Giselle con pasaporte ruso.
Es fascinante el camino que recorre la belleza del ballet para llegar a tal: el dolor, el esfuerzo, el sudor y el cansancio se transforman en una de las mayores representaciones estéticas. De gusano a mariposa. Como decía Platón en su obra El Banquete, “si hay algo por lo que vale la pena vivir, es por contemplar la belleza”.