Vuelve a los cines la pasión de Leos Carax con 'Mala sangre'
- 30 años después de su rodaje se reestrena la segunda cinta del director francés
- Una poética historia de amor enmarcada en una trama de cine negro
Enfant terrible, niño mimado de la crítica, sucesor de Jean-Luc Godard… todas esas cargas (positivas o negativas, según se mire) las empezó a arrastrar Leos Carax tras sus dos primeras películas: Chico conoce chica, de 1984, y Mala sangre, su consagración como “la gran esperanza francesa” en 1986. Tres décadas después regresa Mala sangre en una versión restaurada y supervisada por el director que nos permite recuperar a un cineasta único, cuyo último trabajo Holy Motors fascinó e irritó a partes iguales hace tres años.
En Mala sangre están algunas de las claves que definen el cine de Carax: una visión poética y fatalista del amor, personajes que viven su vida al límite y un estilo que bebe del expresionismo, del cine mudo y de clásicos como Chaplin, Hitchcock o Cocteau.
Denis Lavant y Juliette Binoche protagonizan una historia que comienza y acaba como un relato de cine negro pero cuyo núcleo es profundamente romántico. Alex (Denis Lavant) es un trilero reclutado por los compinches de su fallecido padre para robar en una empresa farmacéutica. El botín será el antídoto de un nuevo virus, el STBO, que mata “a quienes hacen el amor sin ningún sentimiento”. El miedo al sida y el cambio que trajo en las relaciones personales hacían su aparición en el cine.
Alex pronto quedará fascinado por Anna (Juliette Binoche), la joven pareja del veterano organizador del golpe interpretado por Michel Piccoli. La lealtad de Anna hacia el asustado Marc, amenazado por una banda que le chantajea, pondrá a prueba a un Alex decidido a dejar atrás con el pasado tras romper con su novia (una jovencísima Julie Delpy).
Un París prácticamente deshabitado y situado en una realidad alternativa es el marco de una película que no esconde lo artificial de sus decorados y que merece ser vista en pantalla grande por una sola secuencia, la carrera-baile de un enérgico Dennis Lavant al ritmo del Modern Love de David Bowie. Una escena irónica del cine de los 80 que de alguna forma anticipa otras imágenes inolvidables creadas por Leos Carax: el baile bajo los fuegos artificiales de Los amantes del Pont-Neuf y el interludio musical del acordeón en la arriesgada Holy Motors.
Con frases que oscilan entre lo sublime y lo ridículo como “Cuando me pongo a llorar no puedo parar, es un poco como la hemofilia” y “Este espejo atrasa”, Mala sangre no es una película para todos los paladares. La segunda parte de la trilogía de Alex (también el nombre del protagonista en Chico conoce chica y Los amantes del Pont-neuf) es una reflexión sobre la pasión en la que funcionan mejor las imágenes que los diálogos. Imágenes tan potentes como el hermoso plano que cierra la película, una metáfora de los irrealizables deseos de libertad de los protagonistas.