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Testigos del éxodo (IV)

"Nada puede detener la desesperación de miles de personas que huyen de bombardeos"

  • Hungría acaba de terminar la construcción de una valla en la frontera con Croacia
  • La periodista de RNE recuerda cómo ha sido el cruce de fronteras para los refugiados
  • "Nada puede detener la desesperación de miles de personas", afirma

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Refugiados caminan cerca de la frontera griega en Gevgelija, Macedonia
Refugiados caminan cerca de la frontera griega en Gevgelija, Macedonia

Hungría acaba de terminar la construcción de una valla divisoria en la frontera con Croacia, que se suma a la alambrada de cuchillas levantada el pasado mes de septiembre a lo largo de todo el límite con Serbia. Un paso más del gobierno húngaro para sellar su territorio ante la llegada masiva de refugiados y un gesto ineficaz, porque nada puede detener la desesperación de miles de personas que huyen de bombardeos, secuestros, del hambre y de la brutalidad del Estado Islámico.

Durante una semana, estuve con los miles de refugiados que diariamente llegaban caminando por la vía férrea que enlaza la última ciudad serbia, Jorgos, con Rozske, en Hungría, convertida, hasta mediados de septiembre, en la mayor puerta de entrada de migrantes a la Unión Europea. Sirios, afganos, iraquies... ninguno se planteaba retroceder por una valla.

Los refugiados sirios piden a Europa que pasen de la compasión a la acción

"Vengo aquí para vivir, porque mi casa ya no existe y para darle una vida segura", me explicaba Hannan señalando a su hijo, un niño de cuatro años, agotado, que caminaba de la mano de su abuela, sin detenerse ni protestar. Los tres salieron de la destrozada ciudad siria de Homs hace más de un mes. Habian sobrevivido a la travesía de Turquía a Grecia, cruzando el mar Egeo en una pequeña balsa. Ahora estaban en la frontera serbohúngara, tras atravesar el pais heleno, Macedonia y Serbia, a veces en autobús, en tren... la mayoría del tiempo andando. Habían gastado unos 3.000 dólares por persona, prácticamente todo su dinero, para llegar hasta aquí.

Como ellos, miles de familias con bebés en brazos, ancianos y jóvenes. Arquitectos, profesores, dentistas, médicos, músicos... La población siria más formada, desplazada a Europa.

Cuando llegan al improvisado puesto policial de Roszke, al final de los raíles, están deshidratados, exhaustos, y muchos con lesiones por caídas en las traviesas y en las piedras. Como la madre de Hamza, herida en las rodillas, que caminaba apoyándose en su hijo, un joven maestro kurdo sirio que pidió visados para viajar a Alemania, Canadá y Australia, pero siempre se los denegaron. Ahora, me decía, sólo le quedaba la ilegalidad.

La población siria más formada, desplazada a Europa

Todos ellos acabaron en el campo de refugiados de Roszke. Hacinados en tiendas de campaña, rodeados de basura, con escasas medidas higiénicas y poca comida, que la policía les lanzaba por encima de unas vallas. Tenían que permanecer allí hasta que las autoridades húngaras los distribuyeran por centros de todo el pais. Es la primera imagen de la próspera Europa en la que esperaban vivir.