'Los Caciques': "Este país no tiene remedio"
- La obra, estrenada en 1920, mezcla la crítica social con la comedia de enredo
- La corrupción y el inmovilismo siguen siendo problemas de la España actual
- Ángel F.Montesinos adapta el texto de Arniches en el Teatro María Guerrero
"Cualquier parecido con la realidad es una mera coincidencia...o no". Así arranca Los Caciques, una obra de Carlos Arniches estrenada en 1920 por la que parece que no ha pasado el tiempo. Casi 100 años después, el texto, adaptado por Ángel F. Montesinos, destaca por su "rabiosa" actualidad y se convierte en un renovado alegato, cargado de humor, contra la política nacional.
España se reconoce a sí misma. Han pasado décadas desde que Arniches dedicó Los Caciques al rey Alfonso XIII, pero los espectadores del Teatro María Guerrero de Madrid, donde se representa hasta el 22 de noviembre, siguen sonriendo de forma cómplice ante sus inteligentes y ácidas palabras e identifican con demasiada facilidad los problemas que ya aquejaba el país hace un siglo: corrupción, nepotismo, inmovilismo...
La obra habla de cualquier ciudad española -el autor original ambientó el texto en el ficticio pueblo de Villalgancio mientras que Montesinos ha preferido omitir el topónimo-. El alcalde (Juan Calot) gobierna desde hace 30 años de forma cuestionable: ignora a sus conciudadanos, malversa fondos públicos y tiene abandonados los servicios municipales. En resumen y como explica el personaje: "haciendo lo que me ha dado la gana".
Además, sabe que el sistema está de su parte: "¿La ley? Es una cosa que me permite poner multas". Los contratiempos que alteran la tranquila y corrupta administración local llegan cuando el Gobierno decide mandar un inspector para examinar las cuentas, que Don Pedro y sus secuaces llevan de forma "especial".
Una comedia de enredos
A pesar de este trasfondo de crítica social y política, Los Caciques es una comedia de enredos. La confusión entre un pretendiente de la sobrina del alcalde, Cristina (Elena Román), con el enviado de Hacienda creará situaciones cómicas. El regidor, acompañado del secretario Rodríguez (Óscar Hernández) y del teniente alcalde Cazorla (Raúl Sanz), tratará por todos los medios de sobornar a los falsos inspectores, al tiempo que intenta destruir todas las pruebas de su nefasta gestión.
El equívoco causará carcajadas en el auditorio, sobre todo gracias a los brillantes diálogos construidos por Arniches. Están adaptados -introducen en ocasiones referencias actuales, "euros", "móviles", "ordenadores"- pero mantienen la agudeza y la gracia de la obra original, explicó Montesinos en un encuentro con el público.
Destacan los cruces entre Cazorla, un "zorro académico" empeñado en usar expresiones grandilocuentes, y el tío Pepe (Fernando Conde), un personaje descarado y espontáneo que acompaña a Alfredo, el pretendiente.
La caricatura y el humor son las "feroces" armas que utiliza Arniches para arremeter contra la política caciquil. La adaptación, que recorta hasta nueve los 23 personajes de la texto original, añade también algunos elementos audiovisuales -una gran pantalla- para crear guiños con la situación actual.
Un país sin remedio
Además de los endémicos problemas de España -para el autor ya en 1920 la corrupción era la culpable del "desastre nacional"-, el espectador puede escuchar en boca de los protagonistas sus reflexiones sobre cómo abordar la "regeneración" -una palabra que probablemente no sea la primera vez que el público escucha-. Para el alcalde, el asunto sencillo: la oposición -los otros- lo hace peor.
Otros en cambio señalan que "los españoles nunca seremos felices hasta que no acabemos de una vez para siempre con los corruptos". Sea cual sea la fórmula que se aplique, el relato se cierra de forma agridulce. Algunos encuentran su camino y "los malos" quizás paguen por alguno de sus delitos. Sin embargo, un personaje exclama "este país no tiene remedio" y el público, en silencio, asiente.