El Teatro Lara en 135 años, viaje a las entrañas de la "Bombonera"
- Un libro ilustrado recopila la historia de este castizo teatro de Madrid
- El Lara mantiene su decoración del siglo XIX de estilo barroco
Todo empezó en 1873. El adinerado carnicero Cándido Lara, dotado de un gran olfato para los negocios, encargó al arquitecto Carlos Velasco que levantara un teatro en el corazón de Malasaña (Corredera Baja de San Pablo, Madrid), inspirado en el Palais Royail de París.
La decisión no estuvo exenta de polémica porque el barrio era de muy difícil acceso con angostas callejuelas y considerado un lugar un tanto excéntrico.
Al final, el criterio del conocido como “carnicero de Antón Martín”, que se hizo millonario con varias empresas, se impuso. Lara levantó su teatro de estilo barroco.
“Por su tamaño y forma la sala recuerda a la del Variedades y por la elegancia y lujo de su decorado, a la de la Comedia. Es una preciosa bombonera”, describió el periódico La Época el día de la inauguración.
En 1880 abría su puertas el Teatro Lara, con la presencia como invitada de la futura reina Isabel II. Su dueño dio la orden de que se contratara a golpe de chequera a los actores más caros y célebres del mundillo. En su escenario se representaban obras esencialmente cómicas y del género chico.
El propietario tomó por costumbre agasajar a los autores teatrales con más éxito de público con un enorme puro al final de las representaciones, según cuentan las crónicas.
“Allí acudía un público popular del barrio, ya que en aquel momento estaba de moda el teatro por horas, que eran representaciones cortas a precios reducidos, y por otro, debido a las relaciones sociales de Lara también acudían las personalidades de la aristocracia cuando había grandes estrenos”, relata en una entrevista a RTVE.es el Cronista de la Villa, Antonio Castro, que señala que el Teatro Lara en realidad “era bastante pequeño con unas 600 localidades”, en comparación con otros de la época como el Teatro Real que tenía unas 2.000.
Como curiosidad, señalar que las entradas de butaca de patio de hace más de un siglo costaban 75 céntimos (alrededor de 25 euros es el precio en 2015).
“Su escenario es muy reducido y sorprende que se representaran escenas con diez o doce actores a la vez”, explica Castro, autor del libro Teatro de Lara, que acaba de ser publicado (240 páginas, editorial Planeta Lunwerg), en una lujosa edición con numerosas ilustraciones inéditas que recorren su andadura.
Castro, cronista de varias publicaciones sobre teatros singulares de Madrid, ha empleado tres años de trabajo en recopilar los datos históricos sobre este espacio, a instancias del tataranieto del fundador José María Muro-Lara.
El texto plasma un viaje a través del tiempo cuajado de anécdotas que recorre el origen y esplendor del proyecto, atraviesa por sus momentos de crisis, y desemboca en el concepto de multiespectáculo del siglo XXI.
Un teatro a la italiana en el corazón de Malasaña
El Teatro Lara nació con una iluminación sustentada en 23 candelabros de bronce, en una capital sin metro ni electricidad, ornamentado con pinturas alegóricas a Las Artes en su bóveda, y con tres vestíbulos que se mantienen en la actualidad. Eran antiguos patios de vecinos que tuvieron que ser cubiertos para dar salida hacia la transitada Corredera de San Pablo.
El sueño del avispado carnicero es un coqueto espacio con una estética decimonónica en rojo y dorado que respeta su aspecto original de teatro a la italiana, y que “choca” a los espectadores cuando desembarcan en sus entrañas.
El Lara es conocido por su forma como la “Bombonera”, y ha sobrevivido en sus 135 años de vida a avatares relacionados con sus propietarios, y hasta alguna leyenda como la que relata que por allí pulula el fantasma de la actriz Lola Membrives que actuó en sus escenarios durante años.
A pesar de las amenazas de derribo y los baches, el teatro permaneció nueve años cerrado en los ochenta, el espacio escénico se ha mantenido en manos de la misma familia durante más de un siglo a través de la Fundación Lara.
En sus tablas se representaron obras de los autores más populares de principios del siglo XX como Arniches, los Álvarez Quintero, Gregorio Martínez Sierra o Manuel Falla que estrenó El Amor Brujo en 1915; con ellos Cándido Lara saboreó el éxito y su teatro, la popularidad.
“Los camerinos estaban a diversas alturas y los ocupaban los actores según su prestigio. Las primeras figuras estaban más cerca del escenario para no andar tanto y cambiarse más rápido, además tenían más espacio. Los actores de reparto, sin embargo, tenían que subir y bajar”, explica Antonio Castro.
Crisis y reapertura
Tras el fallecimiento en 1915 de Cándido Lara, su heredera Milagros dejó escrito en su testamento que se derribara el inmueble pero la presión de intelectuales y vecinos consiguió pararlo.
El Teatro Lara vivió sus horas más bajas en 1985. El Ayuntamiento decidió clausurarlo por seguridad, debido a la degradación que sufría por falta de inversión.
Tras este paréntesis, vino su resurrección en 1994 de la mano de Carmen Troitiño, una nueva propietaria que lo reformó para reabrirlo; desde entonces su supervivencia parece asegurada.
A causa de su solera, el edificio ha sufrido diversas remodelaciones para adaptarlo a los avances incorporados a través del tiempo. Unas reformas que también han afectado a los asientos. En 2010 se vendieron sus butacas viejas a 350 euros la unidad.
Los compradores obtuvieron a cambio una placa con su nombre en las nuevas, que ya quedan para la posteridad. Una anécdota más que engrosa la larga lista que lleva a gala este castizo teatro.