Gregory Peck, una estrella muy discreta
- Se cumplen 100 años del nacimiento del intérprete
- Es uno de los actores que mejor ha encarnado la honestidad en el cine
- El oro de Mackenna, Matar a un ruiseñor y Vacaciones en Roma, inolvidables
- Días de Cine le rinde homenaje en su programa de esta semana
El otro día en una comida con la gente de Días de Cine (o sea, las de todos los días) y hablando de Gregory Peck, solté una boutade de esas a las que soy tan proclive. Como ya me conocen me dejan por imposible, pero nos dimos cuenta, a la vez, de que en realidad la boutade no lo era tanto. Hablando de él dije que probablemente su peor película era Recuerda... de Alfred Hitchcock. Nos reímos, pero nos dimos cuenta al instante de que, probablemente era cierto.
Esta semana se cumplen 100 años del nacimiento de Gregory Peck (1916-2003). Fue un 5 de abril de 1916. Casualmente ese mismo día (en distintos años) nacieron otros grandes, como Spencer Tracy, Melvy Douglas o, la no menos grande, Bette Davis. Esta semana llevamos en Días de Cine (viernes, 00:50 horas y sábado, 19.00 horas) el homenaje que creemos se merece.
Uno de mis primeros recuerdos cinematográficos, y que me ha acompañado desde mi niñez, corresponde a Gregory Peck. En las sesiones clandestinas a las que mi abuela nos llevaba al Cine Usera a mis hermanos y a mí de pequeños (los miércoles, y nos colaba el responsable del cine, "el Señor Montero") pude ver El oro de Mackenna y quedé fascinado con ella.
Tendría yo unos 8 años. Y ya se me quedó grabada la canción de José Feliciano y varios momentos (para mí) irrepetibles de aquella película: la sombra de un risco marcando el camino…, un tipo ciego que años después supe que era Edward G. Robinson,... el cañón del oro,... la codicia por esas piedras amarillas…, el protagonista, un tipo que años después supe que se llamaba Gregory Peck, y sus alforjas llenas a reventar de rocas amarillas…
Esos recuerdos forman parte de mi vida desde entonces. La he visto muchas veces, por supuesto, la compré hace años en DVD y la volví a ver y la volví a disfrutar. Son recuerdos imborrables. También se llama “educación sentimental”.
Uno de los grandes
Del mismo modo que tengo esos recuerdos fijados a fuego en mi memoria, no recuerdo exactamente cuándo supe que aquel tipo que se llamaba Gregory Peck, era uno de los grandes. ¿Fue viendo El pistolero, de Henry King? ¿O Cielo amarillo, de William Wellman?, dos fabulosos westerns. En el primero asumía el rol trágico del pistolero al que todos quieren retar para pasar a la historia del oeste como “el hombre que mató a…”. Y el segundo tenía aquella mítica frase: "Un desierto es un espacio, y los espacios se cruzan".
¿Fue viéndole en Recuerda... , con sus complejos freudianos? ¿O en el Proceso Paradine?, ambas de Alfred Hitchcock. ¿O sería en la monumental Matar a un ruiseñor? Atticus Finch, figura imborrable de la historia (mucho más que de la historia del cine) que pasa por ser “el mejor padre”… Ya lo creo que sí.
No recuerdo a Gregory Peck haciendo papeles de “malo”, pues aún en El pistolero era un malo trágico a la griega, cargando con un destino que le arrastraba. Le recuerdo en Días de Gloria, de Jacques Tourneur, haciendo de partisano soviético en una bella película de propaganda bélica (era la II Guerra Mundial). Y le recuerdo, claro, de comediante perfecto en Mi desconfiada esposa (¡ayyy, aquella resaca!) y de periodista sinvergüenza pero de buen corazón en la maravillosa Vacaciones en Roma.
La honestidad en pantalla
Tengo la impresión de que, junto a Gary Cooper, Gregory Peck es el actor que mejor ha encarnado la honestidad en la pantallas. ¿Serían sus andares pausados, un poco como los de Henry Fonda? ¿O su voz profunda?
Tengo un recuerdo imborrable de muchas otras películas suyas: Los cañones de Navarone, que llenó la imaginación de algunos amigos y mía durante un buen tiemo. O El hidalgo de los mares (Captain Horatio Hornblower, el original sería "Capitán Horacio Tocatrompetas"), pero sobre todo esa maravillosa película de aventuras que se llama El mundo en sus manos, pura aventura en los mares con barcos y velas al viento, carreras, amores y esa extraña sensación de felicidad que solo el cine puede dar en las grandes películas, especialmente si las firmaba gente como Raoul Walsh.
Uno de los momentos de mi vida cinéfila que recuerdo de forma muy especial es cuando vi en la Filmoteca Nacional, allá por 1978-79, Horizontes de grandeza (The Big Country), western épico de William Wyler con aquella fabulosa música inolvidable de Jerome Moross. Además de recordar la sensación de felicidad extrema que tuve al verla, no podré olvidar jamás el atronador aplauso de toda la sala al terminar la película en una sala a reventar de ratones de filmoteca, que es lo que, para bien o para mal, era yo por aquel entonces.
Imposible en cualquier caso recordar todas las películas de Gregory Peck. Si acaso, porque va unida a una canción tan exclusiva como él mismo, aquella Yo vigilo el camino, en la que se personaje tenía algunos vericuetos morales más profundos de los habituales al ritmo de la canción de Johnny Cass “I walk the line” (título original de la película de John Frankenheimer).
Podría seguir recordando con una sonrisa, pero sería interminable. Yo sé que volveré a ver El oro de Mackenna. Y siempre tendré en mi memoria el recuerdo de haber visto películas como El pistolero, Cielo amarillo y Horizontes de grandeza en un maravilloso ciclo del western en la Filmoteca Nacional. Y nunca olvidaré la primera vez que vi Matar a un ruiseñor y saber que la imagen de Atticus Finch y de su integridad moral irá siempre acompañada por aquella melodía de Elmer Bernstein.
En Días de Cine hablamos esta semana de Gregory Peck, un “gringo viejo”, con tanta humildad como devoción.