El 'califato salafista' resiste herido dos años después
- Se cumplen dos años de la autoproclamación del Califato
- Pese a sus avances iniciales, ha perdido algunos lugares simbólicos
Abu Bakr Al Bagdadi había escogido para la presentación del Estado Islámico el mismo púlpito que usaba su predecesor, Abu Musab Al Zarqawi, durante los tiempos de Al Qaeda en Irak y la insurgencia iraquí. Era la Gran Mezquita Al Nuri de Mosul, julio de 2014. Una semana antes, Al Bagdadi había declarado el 'califato' y reclamaba el título de califa. Un cargo de gran simbolismo espiritual en la historia el mundo musulmán, de enorme significado religioso y político, y que había desaparecido en 1924 cuando Ataturk disolvió el califato otomano. Nadie, ni siquiera Osama Bin Laden, se había atrevido a reclamarlo.
Aquella fue una de las pocas apariciones mediáticas, pero estuvo representada con calculada solemnidad. Al menos tres cámaras de televisión y un equipo profesional de realización retransmitieron por internet ese momento y mensaje. Posiblemente, Occidente no supo valorar la importancia propagandística de ese gesto.
Distintos sectores del mundo musulmán, desde imanes y autoridades religiosas moderadas hasta autores salafistas, criticaron con dureza la arrogancia de Al Bagdadi al proclamarse califa. Sea como fuere, aquel momento marcaba el inicio de la gran ofensiva del DAESH y sus grandes conquistas.
La gran ofensiva inesperada
Raqqa, en Siria, cayó días después en manos del Estado Islámico y se convirtió en la capital administrativa. En Irak, el Ejército, con no más de 350.000 hombres, desestructurado y mal entrenado, se desmoronaba a los pies de DAESH. Mosul se convirtió en la capital espiritual. Ramadi y Faluya también habían habían caído. Poco después lo haría Tikrit, la ciudad de Sadam Hussein, Baiji, una ciudad con una importante refinería y 200.000 habitantes o Sinjar.
Su versatilidad miliciana, que combinaba tácticas terroristas con acciones de insurgencia o infantería profesional, le permitieron también emprender su ofensiva sobre Siria. En invierno de 2014, el Estado Islámico ya dominaba la importante ciudad de Deir Ez Zor. Su lema era permanecer y extenderse, borrar las fronteras coloniales entre Siria e Irak marcadas por los acuerdos de Sikes Pickot.
Las alianzas tribales en los terrenos conquistados les permitía la implantación de unas estructuras de gobierno basadas en la estricta aplicación de la sharía (ley islámica). Su dominio territorial, y su profesional y sofisticada estrategia mediática le hizo atraer muchos adeptos. En agosto de 2014, el número de extranjeros que habían ido a luchar con el DAESH ascendía a 2.000 voluntarios. Dos meses después, se calcula que ya duplicaban el número. A principios de 2015, el número total de milicianos era de 31.000.
Incluso el líder de Al Qaeda y sucesor formal de Bin Laden, Ayman Al Zawahiri, observaba impotente cómo un antiguo delegado de su organización en Irak le arrebataba la vanguardia de la lucha yihadista y dejaba a su organización como una fuerza de segundo nivel. Por todo el mundo, organizaciones salafistas de gran penetración local juraban lealtad al Califato y su bandera se extendía por Libia, Yemen o Afganistán. El propio Al Bagdadi se atrevió a crear 'provincias' de ese califato.
Su bandera se convirtió en una marca de ideología. En sus territorios adiestró también a jovenes que luego formaron la célula de los atentados de París o Bruselas. En otros lugares, cada ataque de lobo solitario firmaba con la bandera negra del DAESH para generar más miedo, aunque no hubiera lazos directos con la organización. Pero si 2014 y principios de 2015 fueron los meses de mayor fuerza y presencia, a partir de ahí las cosas empezaron a torcerse.
El califato retrocede
Especialmente en el último año, la fortaleza del Estado Islámico ha menguado sobre el terreno. La coalición internacional ha cosechado escasos avances, aunque algunos sí ha logrado. El departamento de Defensa de EE.UU. anunció en mayo que DAESH ha perdido el 45% del territorio en Irak y un 20% en Siria, aunque algunos analistas señalan que ese cálculo podría ser algo exagerado.
Sea como fuere, muchas de sus conquistas más simbólicas han sido recuperadas, como Palmira en Siria o, más recientemente, Faluya en Irak. Varias operaciones en marchan tratan de descabezar las dos grandes capitales del autodenominado califato: Mosul, la capital espiritual y Raqqa, la capital administrativa. También en Libia, el ejército gana terreno en su ofensiva para expulsarles de su bastión en Sirte.
El liderazgo y comandancia de DAESH, encabezado por antiguos mandos de los servicios de inteligencia y la Guardia Republicana de Sadam Hussein, lograron transformar la organización terrorista de Abu Musab Al Zarqawi en un sofisticada organización capaz de construir un protoestado. Pero los principales estrategas, entre ellos los números dos para Irak y Siria, Abu Muslim al-Turkmani y Abu Nabil al Anbari, han ido cayendo bajo las bombas de la coalición y las tropas iraquíes.
El think-tank Institute for the Study of War (ISW) apunta la posibilidad de que quiera dar una muestra de fuerza en su aniversario con una ofensiva contra "nuevos objetivos militares" y "atacando objetivos religiosos, como santurarios chiíes, o anunciando un nuevo hito político". El califato retrocede y lo sabe, y como animal herido quizá intente volver a enseñar los dientes.