'Tarde para la ira': la ópera prima maestra de Raúl Arévalo
- RTVE.es entrevista al cineasta que presenta su debut en el Festival de Venecia
- Antonio de la Torre y Luis Callejo protagonizan una historia de venganza y violencia
- Con la participación de TVE, se estrena el 9 de septiembre
El sueño de Raúl Arévalo llega a Venecia. De golpe, a uno de los principales actores del cine español de la última década hay que reconocerle también como uno de sus mejores directores. Tarde para la ira es, más que un debut, un puñetazo de autor. Un thriller de venganza intenso, cañí, hiperrealista, extremo y magistral que se posiciona como una de las grandes películas de una de las mejores añadas del cine español. Tras su presentación el 2 de septiembre en la sección Orizzonti de la Mostra, llegará a las pantallas españolas el 9 de septiembre, con la participación de TVE en la producción.
Antonio de la Torre y Luis Callejo protagonizan una espiral de venganza de la que es mejor no conocer a priori demasiado como espectador. “Si pudiera, no diría nada para promocionarla”, lamenta. Así que resumamos en que Curro (Luis Callejo) es el único encarcelado de un atraco fallido a una joyería. Ocho años después sale de la cárcel y, en su entorno de barrio, novia y amigos, ha aparecido un desconocido: José (Antonio de la Torre). Desde ahí, queda poco para que se desate la furia.
Tarde para la ira ha sido un sueño tranquilo y reposado. Arévalo (Móstoles, 1979) fue un adolescente que imaginaba películas hasta que el teatro le sedujo casi por accidente. De ahí, a la interpretación, al descubrimiento de azuloscurocasinegro (2006) y a una vertiginosa década con 23 películas, amén de series de tv y obras de teatro.
Una tranquilidad profesional que favoreció que en 2008, junto a su amigo David Pulido, comenzara a escribir una historia sin prisas ni ansiedad. O lograba libertad para hacerla, o no sería. Arévalo, en una entrevista para RTVE.es, analiza las claves de su ópera prima maestra.
La violencia
Más que una película violenta, Tarde para la ira es una película sobre la violencia. “Tengo mis arranques de ira, como cualquiera, y es un tema que me obsesiona. Más allá de que disfrute de la violencia como espectáculo de películas tipo Kill Bill, quería contar una historia de violencia seca y áspera”, recuerda sobre el origen del proyecto.
La chispa creativa surge de llevar al extremo conversaciones de bar de barrio, como el que tenían sus padres en Móstoles, cuando, tras aparecer un crimen truculento, algún parroquiano espetaba: “si a mí me hacen eso, cojo la escopeta y…”.
Explorar esos puntos suspensivos es la trama de Tarde para la ira. “Yo, que soy tan cagao, pensaba cómo sería para alguien normal enfrentarte en frío a la violencia”, explica.
Pulido, que no era guionista sino psicólogo, comenzó a orientar las pautas de un personaje que duerme la venganza. “Pronto nos dimos cuenta de que la ficción, al contrario que la vida, tiene que ser creíble, y que un personaje como el de Antonio de la Torre sería mucho más raro en la calle, parecería un psicópata, y tuvimos que hilar muy fino”.
El aprendiz
Arévalo se define como un habitante de platós. Muchas horas de vuelo bajo las órdenes de Sánchez Arévalo, Almodóvar, Cuerda o Ruiz Caldera. Años empapándose no solo de directores, sino de directores de arte, fotografía, vestuario a los que preguntaba el oficio. Ha sido un habitante inquieto y reconoce que la transición ha sido natural.
Recuerda con cariño las lecciones de El camino de los ingleses, su segunda película, dirigida por Antonio Banderas. “Banderas hablaba 24 horas al día sobre cine y referentes. Nos llevó un mes a Málaga antes de rodar y se preocupó mucho de conocernos a todos para saber nuestra formación y de qué pie cojeábamos. Nos trataba con mucha mano izquierda sin imponer su criterio”.
Cuando Tarde para la ira comenzaba a ser una realidad, se intensificó su aprendizaje: en el rodaje de La isla mínima fue la sombra de Alberto Rodríguez. “Desde que empecé a ser profesional hace 11 años me lo tomé también como un aprendizaje en la dirección y en el día a día de un set te das cuenta de que los grandes son grandes por algo”.
El actor director de actores
Luis Callejo afirma que no le gustan directores amigos, sino que le den caña. “No doy caña”, piensa Arévalo, “pero, aunque todos son amigos, mi mayor amigo, por años de relación, era Antonio de la Torre y también el que más nervioso me ponía y al que más caña daba: pagaba momentos de tensión con él como lo pagas con tu novia”.
El hecho de rodar en celuloide limitaba el número de tomas. “Como actor, entiendes mejor a tu reparto y empatizaba con el actor que me pide más tiempo, pero ahora soy más consciente de que hay tantas cosas que resolver, que el tiempo muchas veces no existe”, resume.
Manolo Solo roba la película con un papel secundario para el que Arévalo le pidió una voz completamente afónica. “Era un gran riesgo, Manolo me decía que iba a hacer el ridículo y yo le decía que iba a ser mítico”, recuerda ahora entre risas.
El espectador
De niño devoraba las estanterías de acción del videoclub y afirma que la cinefilia ‘seria’ no le llegó hasta los 15 años. “Mi padre me inculcó el cine que ahora es mi referente: las películas que producía Querejeta, Saura, Los santos inocentes (homenajeada explícitamente en la banda sonora de Lucío Godoy), El crimen de Cuenca. Películas que, como reflexión, eran muy populares y hoy en día no sé si tendrían su público”, se pregunta.
Las otras corrientes de la que bebe son, por un lado, la violencia áspera de Sam Peckinpah o Jacques Audiard y, por otro, el realismo crudo de John Cassavetes o los hermanos Dardenne.
“Si analizas el sonido de los Dardenne, te das cuenta de que suena como si grabaras con una cámara casera pero limpia y es porque todo es mentira. En España, el que más se curra el sonido es Javier Rebollo y yo quería acercarme a ese tipo de sonido”.
El barrio y el pueblo
“Defiendo el cine con identidad y he querido llevármelo a mis ambientes, mis atmósferas, los sitios donde me he criado. Rodar en el pueblo de mis padres me acercaba al cine de mis padres, de Saura, de Querejeta”, razona.
Pero al margen de la carretera y el pueblo, la película es puro barrio de periferia madrileña, de los confines de la M-30, del mundo quinqui retratado de manera hiperrealista, aunque en el marco de una trama extrema.
“Está rodada entre Usera, Vallecas y Móstoles. Y me costó encontrar la estética que buscaba, porque el típico bar de toda la vida está mutando y ya es un popurrí”, dice Arévalo.
Rodada en 16mm (que ya no se revela en España y tenían que mandar a Rumanía), el grano y la textura del celuloide casan a la perfección con la estética cañí de la película.
La ‘familia’
Le gusta citar una frase que Elías Querejeta le dijo a Gutiérrez Aragón al producirle su primera película: “No es que confíe en ti, pero te voy a poner un equipo tan bueno que la peli va a salir aunque te duermas en el combo”.
Y Arévalo ha buscado a los mejores profesionales con el añadido de que fueran también grandes amigos. “La vida real de un set con 100 egos chocando y peleando hay que vivirlo. Todo ha sido más orgánico de lo que pensaba porque me he rodeado de ‘familia’. Para bien o para mal, tuve una libertad absoluta, gracias también a mi productora Beatriz Bodega y TVE. Jugaba sin presiones, sin importarme si iba a quedar banal”.
El resultado
Arévalo casi llega a odiar su película mientras se obsesionaba en el proceso de montaje. Hasta que todo quedó bien armado y en los primeros pases se sucedían las felicitaciones sinceras de sus colegas. “Me he reconciliado con la película y me he dado cuenta de que soy más exigente como director que como actor”, afirma.
“La esencia de lo que soñaba está en la película. Y, lo más apasionante es que, durante la creación, los demás te la devuelven añadiendo lo que no habías soñado: es lo bonito del cine”.