Los niños románticos del Prado
- La Sala 60 presenta una selección de retratos infantiles del Romanticismo
- Son ocho obras de entre 1842 y 1855 expuestas hasta el 15 de octubre de 2017
- Se presenta al público el retrato de los hijos de la infanta Josefa Fernanda de Esquivel
El niño como ser inocente, próximo a la naturaleza y dotado de una sensibilidad no contaminada por los aspectos negativos de la civilización se convirtió en un tema predilecto para los artistas del Romanticismo, cuya clientela, burguesa y aristocrática, demandaba este tipo de pintura. Y sobre este género gira la nueva selección de las amplias colecciones de la pintura del siglo XIX del Museo del Prado, que presentará en su Sala 60 durante un año, desde este miércoles hasta el 15 de octubre de 2017, bajo el título La infancia descubierta. Retratos de niños en el Romanticismo español.
Se trata de ocho retratos del periodo isabelino datados entre 1842 y 1855 de los "mejores artistas del momento", empezando por los que estaban en la última época de su vida, como Vicente López, que se ven arrastrados por la nueva generación de pintores románticos, hasta estos últimos, como Carlos Luis de Ribera y Fieve y Federico Madrazo y Kuntz. "Verlas aquí reunidas nos permite contemplar en un corto periodo de tiempo una gran diversidad de planteamientos y también de maneras de ver a los niños por artistas de distintas generaciones", explica a RTVE.es el comisario de la muestra y jefe de Conservación de Pintura del siglo XIX del Museo del Prado, Javier Barón.
La pequeña muestra también sirve de excusa para presentar al público una de las últimas adquisiciones del museo, de este mismo año, el retrato de Raimundo Roberto y Fernando José, hijos de S.A.R. la infanta Josefa de Borbón (1855), de Antonio María Esquivel (1806-1857), verdadero centro de esta selección de retratos romántico de la infancia.
Niños y naturaleza
El artista de mayor edad seleccionado para la muestra, Vicente López (1772-1850), decano de los pintores del momento, aborda el retrato infantil en Luisa de Prat y Gandiola, luego marquesa de Barbançon (h. 1845), de una forma "muy particular", exlica Barón. Así, López asocia a la niña retratada a la naturaleza, con el habitual fondo de paisaje presente en casi todo este tipo de obras, aunque su tratamiento es todavía el de una "niña vestida como una dama en pequeña escala", una obra en la que se aprecia también la influencia de la pintura flamenca.
Por su parte, Rafael Tegeo (1798-1856), artista algo más joven y paisajista y retratista, funde las dos vertientes en Niña sentada en un paisaje (1842), en el que ya "la niña es verdaderamente niña con un canon y unas proporciones que ya son de la infancia".
Como artistas jóvenes ya verdaderos promotores del Romanticismo, la muestra del Prado presenta un retrato de Carlos Luis de Ribera (1815-1891) y otro de Federico Madrazo (1815-1894). El Retrato de una niña en un paisaje (1847) de Ribera muestra la influencia de la pintura francesa con una niña elegante y en un paisaje a las afueras de la ciudad, que "busca el equilibrio entre la espontaneidad, la gracia, la inocencia y la falta de contaminación por los aspectos negativos de la civilización", siguiendo los ideales de Rousseau, cuya obra Emilio, o De la Educación (1762) se había traducido al español finalmente en la segunda década del XIX.
En el retrato de Federico Flórez y Márquez (1842) de Madrazo se aprecia la importancia clave de Velázquez para el Romanticismo español, y pueden apreciarse sus influencias tanto en el fondo, como en el modelo y en su elegancia y dignidad.
Están representados también otros dos artistas de la Corte, Joaquín Espalter y Rull (1809-1880) y Luis Ferrant (1806-1868). El primero, con la pintura de los hermanos Manuel y Matilde Álvarez Amarós (1853), es un ejemplo de la tendencia de asociar a los niños en grupos, de influencia británica de retratos familiares con fondo de parque urbano. Mientras, el retrato de Isabel Aragón Rey (1854) de Ferrant, es la única obra de las ocho de Infancia descubierta que no tiene fondo de paisaje, aunque el artista reflexiona sobre las calidades táctiles de los tejidos del vestido influenciado por la Escuela del Siglo de Oro y maestros como Zurbarán, explica el comisario.
El foco romántico sevillano
Además de Madrid, foco de producción de las obras anteriores, Sevilla es el otro gran núcleo del Romanticismo español, con representantes como Esquivel y Valeriano Domínguez Bécquer (1834-1870), muy influenciados por la tradición de Murillo y sus atmósferas doradas y por el retrato británico, como se aprecia el Retrato de niña (1852) realizado por un Bécquer de tan solo 18 años.
El singular retrato Raimundo Roberto y Fernando José, hijos de S.A.R. la infanta Josefa de Borbón (1855) de Esquivel es el gran protagonista de la selección, además de paradigma de los ideales liberales rousseaunianos y de la educación libre. Los niños retratados -hijos del matrimonio morganático de la infanta con el escritor y periodista liberal cubano José Güell y Renté, que le valió el destierro de la Corte- aparecen vestidos con pieles al estilo de pobres pastores, a la vez que uno de los niños pone en libertad a los jilgueros de una jaula y en el collar del perro aparece la inscripción "LIBRE" en lo que supone una "proclama a favor del libre albedrío de los niños y sobre todo del liberalismo".
La obra podría estar inspirada además por los versos que Güell dedicó a su hijo Raimundo en su libro Lágrimas del corazón (1854): "No te importe vivir en la pobreza./Si puedes aspirar al aire puro./Y ver la luz del sol y la grandeza/De la noche que llena el cielo oscuro/[…] Y no adornes tu frente con laureles./Ni que la luz del sol nunca te vea, /Ridículo, vestido de oropeles/Ni del poder llevando la librea."
"Esa vida en la naturaleza y ese aparente rechazo de la pompa de la corte está vinculado con esa posición liberal. De algún modo reivindica esa concepción del liberalismo, de la inocencia de los niños, como moderna, en oposición al modo habitual de los retratos de niños de la familia real que también el propio Esquivel había abordado", cuenta Barón sobre esta obra de composición escultórica del pintor romántico sevillano, que ejecutó en la etapa final de su trayectoria y que fue elegida por el artista para presentarla a la prima Exposición Nacional de Bellas Artes de 1856, junta a otras dos también pertenecientes al Prado.