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'El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich': el 'Führer' superyonqui

  • El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich desvela la relación de nazismo y drogas
  • RTVE.es entrevista a Norman Ohler, el autor de un libro ya bestseller en Alemania
  • Hitler estuvo enganchado al Eukodal, un opioide parecido a la heroína, y a la cocaína
  • Los Ejércitos de la Wehrmacht combatieron bajo los efectos de la metanfetamina

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Foto de archivo de Adolf Hitler saludando a las tropas alemanas durante un desfile militar.
Foto de archivo de Adolf Hitler saludando a las tropas alemanas durante un desfile militar.

Adolf Hitler acabó las últimas semanas de su vida sufriendo el síndrome de abstinencia. Su médico personal, el doctor Theo Morell, lo mantuvo activo durante los años de la Segunda Guerra Mundial suministrándole combinaciones de hasta 74 estimulantes distintos, entre ellos metanfetamina (el cristal de hoy), cocaína y, sobre todo, Eukodal, un narcótico opioide primo hermano farmacológicamente de la heroína. El Führer acabó siendo un "superyonqui".

Pero no solo él se dopaba dentro del sistema supuestamente puro y antidrogas del III Reich Nacionalsocialista, también los Ejércitos de la Wehrmacht combatieron bajo los efectos de la metanfetamina en muchas de sus grandes batallas, incluida la conquista de Francia, para la que se distribuyeron 35 millones de pastillas de pervitina (metanfetamina) entre las tropas de los tanques que avanzaron a velocidad vertiginosa por las Ardenas durante tres días y tres noches sin dormir.

Estas son, sucintamente, las sorprendentes conclusiones del trabajo de cinco años de investigación en los archivos militares alemanes y estadounidenses del escritor y periodista alemán Norman Ohler, recogidos en el libro El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich (Crítica, 330 páginas, 21,90€), que se publica ahora en España y otros 19 países después de haberse convertido en un 'bestseller' en Alemania, donde se publicó en 2015, y haber recibido los halagos de los historiadores máximas eminencias en Segunda Guerra Mundial como el británico Anthony Beevor o el alemán Hans Mommsen, colaborador en el libro.

Pero, ¿por qué hasta ahora nadie había investigado en profundidad este aspecto en una época histórica de la que se han escrito miles y miles de libros y han corrido ríos de tinta? "No estaba de moda en el mundo de la investigación histórica el enfocarse en algo tan personal como puede ser el abuso de las drogas, así que lo pasaron por alto. Creo que también tiene que ver con el hecho de que los historiadores no saben mucho de las drogas, así que piensan que no es importante; y con el hecho de que las drogas no están en el foco de nuestro análisis de procesos históricos porque fueron los propios nazis los que iniciaron una guerra contra las drogas y las estigmatizaron. Y además creo que los historiadores tenían miedo de hablar de drogas y de Hitler porque quizás esto reduciría la responsabilidad de Hitler y preferían no entrar en eso", explica en una entrevista con RTVE.es Ohler.

El politoxicómano "paciente A" del doctor Morell

Ohler, que confiesa que ha disfrutado mucho el proceso de escritura e investigación de su primer libro de no ficción, pasó meses buceando en el Archivo Federal de Alemania de Coblenza en documentos tan valiosos como los abundantes legajos llenos de anotaciones minuciosas y casi indescifrables que el doctor Morell tomaba día a día de su tratamiento del líder nazi -"el paciente A" en sus registros-, desde 1936 a 1945. Unos documentos a los que el propio Norman Ohler acabó 'enganchándose': "Llegué a esto porque un amigo dj de Berlín me contó que los nazis tomaban muchas drogas, y le creí porque él sabe mucho de historia y de drogas, son sus dos aficiones. Pero al principio pensé que sería un tema para una película o una novela, pero cuando fui a los archivos y me senté ahí por primera vez delante de las notas de Morell, me convertí en un adicto a esa investigación", cuenta con una sonrisa cómplice.

El escritor explica que algunos historiadores ya habían revisado esa documentación, pero "cometieron errores" porque, reconoce, son documentos "difíciles de leer". "No es fácil, pero eso no excusa que historiadores de más relevancia los hubieran leído", afirma.

En El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich discurren en paralelo dos relatos: el del tratamiento médico de Hitler y cómo este fue escalando en el uso de drogas hasta convertirse en ese "superyonqui" y el del uso de drogas por el Ejército y cómo estas fueron de ayuda en algunos momentos militares clave, o también cómo se usó incluso como conejillos de indias para testarlas a presos de campos de concentración.

Se trata en realidad de dos relatos íntimamente ligados, lo que le permite a Ohler arrancar su libro con una contundente afirmación: "El nacionalsocialismo fue, literalmente, tóxico" pues, incluso, la propia población civil alemana fue una asidua consumidora de metanfetamina en el marco de un sistema, no lo olvidemos, que prohibió las drogas nada más tomar el poder en 1933. Había que emular al Führer: "Se entrega en cuerpo y alma, y disciplina tanto su cuerpo que no podemos quejarnos. No fuma ni bebe, come casi exclusivamente verdura fresca y no se acerca a ninguna mujer", decía de Hitler en 1930 un compañero de armas.

El pueblo "colocado", y el Ejército también

Así, Ohler relata cómo en 1937, el director químico de los laboratorios Temmler, Fritz Hauschild, tras oír hablar de los éxitos que en los Juegos Olímpicos de Berlín había cosechado una sustancia llamada bencedrina, una anfetamina dopante estadounidense legal en la época, halló un nuevo procedimiento para sintetizar la metanfetamina: le puso de nombre comercial "Pevertin". Había logrado sintetizar un estimulante con mucha más potencia que la bencedrina que despabilaba, llenaba de energía, agudizaba los sentidos al máximo, elevaba la autoestima y aceleraba los procesos mentales y generaba euforia, según describe el autor. Por aquel entonces, no era una prioridad investigar los efectos secundarios.

Su consumo se propagó por todas las capas sociales e, incluso, se llegaba a vender en forma de bombones. Ohler lo describe como "Nacionalsocialismo en pastillas" que permitía "funcionar en la dictadura" a una población que "cayó en un estado de dependencia cada vez mayor".

Imagen actual de los laboratorios Temmler en Berlin, donde se fabricaba la pervitina. ©Norman Ohler

En 1938, antes de la guerra, el profesor Otto Ranke, director del Instituto de Fisiología General y Defensa, se percató de este consumo masivo de pervitina, "la droga de moda" y leyó estudios que decían que este medicamento combatía el sueño, "el mayor enemigo de los soldados porque un soldado cansado no dispara con precisión y se convierte en alguien vulnerable". "Así que Ranke testeó esta pervitina en oficiales médicos y su conclusión fue que era material de alto valor militar después de analizar los informes que le mandaban los oficiales que participaban en el ataque a Polonia, que decían que la pervitina era muy buena en batalla y que ayudaba a que los soldados perdieran el miedo y fueran más eficaces. Antes del ataque a Francia ya estaba siendo oficialmente suministrada por la Wehrmacht y [para cuando comenzó la Batalla de Francia] 35 millones de pastillas fueron distribuidas a las tropas de los tanques que usaron para que pudieran resistir sin dormir durante tres días y tres noches. Esto fue muy importante al comienzo del ataque porque arrasaron durante la primera semana a los Aliados, que no contaban con el hecho de que no tuvieran que descansar, algo que Churchill pensaba que iba a ocurrir en algún momento, pero se equivocó", narra el escritor y periodista sobre ese primer uso masivo de la metanfetamina en combate que luego se haría sistemático.

Un par de años después, para el comienzo del ataque de Alemania a la Unión Soviética, la Wehrmacht y el Ministerio de Armamento y Munición del Reich, dirigido por Herman Göring -un adicto a la morfina, por cierto-, declararon la pervitina como "de vital importancia militar".

La adicción de Hitler

Mientras que sus tropas consumían metanfetamina, Moller, que se había convertido en médico de cabecera de Hitler en 1936 tras aliviarle unos problemas intestinales, empezó desde 1937 a administrarle varias inyecciones al día de complejos vitamínicos y glucosa para que no quedase limitada su capacidad operativa: "Para poder mantener el brazo en alto el máximo tiempo posible durante el "saludo alemán", Hitler combinaba gimnasia extensora y tentempiés de glucosa y vitaminas", escribe Ohler.

Un paso más allá lo darían ambos en agosto de 1941, con Hitler ya dirigiendo la Segunda Guerra Mundial desde la Guarida del Lobo -donde permanecería prácticamente todo el tiempo encerrado hasta 1944-. El líder nazi cayó enfermo por primera vez en años por un ataque de disentería. Los aportes de glucosa y vitamínicos no habían servido esta vez, y Morell le inyectó una mezcla de vitamultina -un preparado mixto creación de Morell- y el esteroide Glyconorm, un preparado hormonal de fabricación propia compuesto de vísceras de animales -Hitler dejaba de ser vegetariano por vía intravenosa-, pero estaba tan nervioso que dobló la aguja durante la punción. Para aliviar el dolor le dio doce gotas de Dolantin, un opioide efectos similares a la morfina. Con todo y con eso, el Führer tuvo que guardar un cama y se enfadó muchísimo por ello -"Führer muy enfadado. Nunca lo había visto tan malhumorado conmigo", escribió el doctor-.

Para que esto no volviera a ocurrir y que "el paciente A" no quedase relegado en cama, las inyecciones comenzaron a ser "decididamente profilácticas" y empezó a suministrarle variadas sustancias, incluidas hormonas extraídas de vísceras de animales. "Con el tiempo, más de 80 preparados hormonales, esteroides, medicamentos y otros remedios enriquecían el combinado terapéutico del Führer", señala el autor, que apunta que Hitler era un "caso de politoxicomanía" aunque "no tuvo la impresión en ningún momento de ser adicto a ninguna sustancia concreta". El desenlace sería "fatal".

Opioides y cocaína para el 'Führer'

El 18 de julio de 1943, tras recibir muy malas noticias de la situación en los distintos frentes, Hitler sufrió en mitad de la noche grandes dolores que "requerían de un restablecimiento inmediato", ya que además al día siguiente tenía una importante reunión con Mussolini. Como parecía que el cóctel de vitaminas, hormonas y esteroides ya no bastaba, Morell decidió inyectar a su jefe por primera vez Eukodal, el narcótico opioide con un efecto analgésico que dobla al de la morfina con un "considerable potencial euforizante de efecto inmediato" claramente superior al de la heroína, su primo hermano farmacológico. Hitler se sintió tan bien que pidió una segunda ronda antes de ir al aeropuerto. En la reunión con Mussolini, Hitler, "artificialmente venido arriba", estuvo tres horas sin parar persuadiendo al Duce de que no abandonase la guerra, y lo consiguió. El doctor Morell anotaría en su diario: "El Führer está bien. Tampoco ha sufrido molestias durante el vuelo de vuelta. Por la noche, ya en Obersalzberg, ha declarado que el éxito de la jornada se debe a mí".

A partir de ese momento, Hitler recibió periódicamente inyecciones de Eukodal, un medicamento que los estadounidenses, cuando leyeron los documentos de Morell en la investigación que abrieron al acabar la Segunda Guerra Mundial, que no supieron descifrar y entendieron que se llamaba "Enkadol", un fármaco que no existe, según Ohler, que achaca a esto que lo pasaran por alto.

Aunque en los documentos de Morell solo aparezcan contrastadas 24 administraciones de Eukodal hasta finales de 1944, el autor de El gran delirio sostiene que tuvieron que ser muchas más que el médico anotaría como "x" o "inyección como siempre" en un intento de codificarlo para proteger tanto a su paciente como a sí mismo de posibles ataques externos: "Intenté averiguar qué era la "x", que le suministra muchas veces, pero no puedo demostrar que era el Eukodal. Pero, si vemos lo que ocurrió el día del atentado en la Guarida del Lobo [20/07/1944], lo sufrió a las 12.42 y más adelante, a mitad del día, se reúne con Mussolini, y aparentemente está totalmente bien, pero resulta que la bomba le había reventado los dos tímpanos y tiene millones de astillas clavadas en el cuerpo. Morell le había inyectado "x" a las 11.15 horas y, de nuevo por segunda vez después del atentado antes de ir a recibir al Duce. La lesión de los tímpanos requirió de la atención del doctor Erwin Giesing, que le hace procedimientos muy dolorosos en el oído con ácido para cerrar el agujero y Hitler ni se inmuta, lo que al médico le parece increíble. Es altamente probable que esta "x" no fuese vitamina C, sino un analgésico tremendamente fuerte, y el más fuerte que hay es el Eukodal, o la morfina", responde el autor a RTVE.es en defensa de su tesis.

La llegada del doctor Giesing añadió una droga más al tratamiento de la herida de los tímpanos: cocaína. A Hitler se le administraron más de 50 dosis en 75 días. Bajo los efectos añadidos de esta droga, Hitler ordenó la segunda ofensiva de las Ardenas, que estaba claramente destinada al fracaso.

El síndrome de abstinencia de Hitler

El 2 de enero de 1945, con Hitler ya en el búnker de la Cancillería General del Reich en Berlín, es la última vez que se le suministra Eukodal, lo que Ohler achaca a la escasez de la sustancia que se estaba produciendo con los Aliados bombardeando los enclaves farmacéuticos alemanes. Esta etapa coincidiría con un grave deterioro físico y un mal estado de salud del Führer que el escritor imputa al síndrome de abstinencia.

"Podemos observar que Hitler toma muchas drogas hasta la Nochevieja y luego deja de tomarlas. Tras eso están estas imágenes de él temblando y con gran deterioro físico. Está muy claro que es el síndrome de abstinencia. Morell también escribió que el Führer se sentía muy mal y hasta su gente más cercana lo decía. Van a las farmacias a intentar encontrar algo que le ayude pero solo encuentran unas tabletas de las que nunca jamás nadie ha probado… pero le quieren dar algo, lo que fuera para que Hitler siguiera funcionando. Pero se le van cayendo los dientes y realmente entra en crisis. Es una combinación de distintos factores, porque también está perdiendo la guerra, no sale del búnker, así que en cierto modo se vuelve loco. Tuvo que ser bastante horrible para todos la vivencia en ese búnker, todos sabían que iban a morir", señala el autor.

El 17 de abril de 1945 Hitler despidió a Morell: "El mayor pecado de un camello es quedarse sin la sustancia que necesita, así que el camello se hace inútil. Hitler era muy leal, no se volvía en contra de nadie a no ser que hiciera algo que no le gustara. Así que para Morell esto fue una especie de tragedia", relata Ohler. El 30 de abril de 1945 Hitler se suicidó en el búnker. Aunque el médico de Hitler fue detenido en agosto de 1945 y estuvo preso durante dos años, los investigadores americanos no lograron sacarle gran cosa y acabaron soltándole porque tampoco había cometido ningún crimen de guerra. "Llegaron a la conclusión de que solo ayudó a Hitler a autodestruirse. Hitler tenía tendencias autodestructivas y Morell se convirtió en una especie de arma que Hitler utilizó para destruirse a sí mismo, la igual que el nazismo era un sistema autodestructivo que iba a acabar autodestruyéndose", reflexiona el escritor.

Uno de los objetivos de Norman Ohler con su libro era acabar con ciertas mitificaciones: "Cuando con 10 años le pregunté a mi abuelo sobre la época nazi, siempre la retrataba como un sistema limpio y ordenado. Así que he deconstruido algunos de los mitos que siguen pululando sobre el nazismo y sobre Hitler como el gran abstinente, así que ha sido un trabajo muy liberador", concluye Ohler, que, a la vez, confía en que este libro se convierta en un referente en escuelas y universidades y sirva para que la gente joven "tenga perspectiva sobre lo que pasaba en aquel momento".