'Las furias', la guerra de Troya familiar de Miguel del Arco
- El dramaturgo inaugura la Seminci de Valladolid con su debut cinematográfico
- Una obra coral sobre traumas familiares con resonancias de teatro clásico
- Con José Sacristán, Carmen Machi, Bárbara Lennie, Emma Suárez, Alberto San Juan, Gonzalo de Castro y Mercedes Sampietro
- RTVE.es entrevista al director
La familia Ponte Alegre es la creación del dramaturgo Miguel del Arco (Madrid, 1965) para su debut cinematográfico. Las furias, que inaugura el Festival Internacional de Cine de Valladolid, es una explosión de secretos y traumas durante una reunión familiar protagonizada por José Sacristán, Carmen Machi, Bárbara Lennie, Emma Suárez, Alberto San Juan, Gonzalo de Castro, Pere Arquillué, Mercedes Sampietro, Elisabet Gelabert y Macarena Sanz.
El título mitológico hace referencia a la ira acumulada que convive, en difícil equilibrio, con el amor mutuo de descendientes y ascendientes. El salto al cine de Del Arco, en apariencia kamikaze (nombre de su productora y divisa personal) tiene en realidad mucha red. Las furias es una continuación de su estilo teatral, con un elenco de amigos y apoyada en la herencia teatral clásica y shakespereana. Del Arco se declara un cinéfilo ecléctico. “Como en la música, que salto del Réquiem de Mozart a Beyoncé”, en el cine veo a Kiarostami y lso X-Men”, afirma. Con la participación de RTVE en la producción, Las furias se estrena el 11 de noviembre.
PREGUNTA.: ¿De dónde viene la necesidad de contar esta familia ‘troyana’?
RESPUESTA.: El origen es que un productor vio Veraneantes, la función que dirigí sobre el clásico de Gorki acerca de unos amigos de vacaciones perdidos en una isla, y le interesó mucho. Acababa de estrenarse la película francesa Pequeñas mentiras sin importancia y el productor quería algo parecido. Pero yo acababa de hablar del grupo de amigos y lo que realmente me apetecía era hablar de la familia porque es el universo que nos define. Es un sitio al que volver, pero también del que quiere diferenciarte y salir. No son las afinidades electivas que son los amigos, sino el clan que no puedes elegir.
P.: En Las furias se definen a los familiares como “víctima de la casualidad” y a la familia “como un equilibrio entre las furias y el amor”.
R.: Sí, me dicen que la película es muy intensa y pasan muchas cosas, pero si cualquiera pasa revista a una historia familiar puede recordar algún día en el que la familia sufrió una enajenación colectiva. Porque a un hermano se le fue la olla, por un parto, una muerte. Algo que de repente somete a la familia a un pressing en el que todo el mundo actúa de una manera determinada. Las cenas familiares, de hecho, casi siempre son objetos de comedia: se junta el cuñado anormal, la hermana que ha llegado, la madre enfadada con alguien. Es un momento donde esas furias y ese amor están en equilibrio y cosas muy pequeñas la desequilibran por un lado u otro.
P.: Dices que un tema más anglosajón que español.
R.: Hay peliculones pero no es una cosa tan habitual. En la filmografía estadounidense lo es más. Y eso que el núcleo familiar es mucho menos importante, parece que es una cosa que dura poco, que cuando acabas el bachillerato te vas lejos a la universidad y se acaban los lazos. Y por eso es tan importante el Día de acción de gracias, que es el regreso a casa. Nuestro núcleo es mucho más férreo y, sin embargo, creo que hemos hablado mucho menos de él o es mi sensación. No se me ocurren en la filmografía reciente muchos títulos de la familia. Y es donde converge todo.
P.: Otro asunto importante de Las furias: la necesidad y dificultad de hablar la verdad.
R.: Sí. En lo de hablar hay una cosa como de reflejo, y es algo que ha llegado a posteriori, del ruido del país que estamos construyendo. España siempre ha sido un país estridente y no solo por seamos de jaleo, gritar, hablar alto, el ruido de las calles y poco respetuosos. Sino también está calando la estridencia de los programas de prensa amarilla donde la gente se grita. También los políticos están hablando en el mismo tono. Ya no es el escuchar para ver si tienes algo que aportar, hay una falta de escucha tremenda. La palabra se usa como arma arrojadiza, para pisar al otro en lugar de elemento de comunicación. Y es algo que nos define como seres humanos porque es con lo que trasmitimos el pensamiento.
P.: Volviendo a lo que decías de películas recientes, es curioso que dos de este año, Un monstruo viene a verme, de Bayona, y Un monstruo viene a vermeJulieta
R.:Sí, más allá de la genética real, se hereda algo más. Si has crecido al lado de una madre melancólica y un padre castrante por un ego desmedido, algo se queda. Si un padre tiene la voz raspada, el niño copiará esa voz. Vocalmente nos parecemos, el ambiente se va quedando. Hay quien continúa esa saga y ahonda para hacerla mejor o peor. Y hay gente que lo que hace es salirse de la horna que le ha venido dada.
P.: Aquí, la sombra de unos padres triunfadores (interpretados por José Sacristán y Mercedes Sampietro) condiciona a sus hijos.
R.: Siempre está en la voluntad de los padres que tus hijos sean mejores que tú. A priori, porque nadie se convierte en un buen padre solo por tener un hijo. No soy padre porque no creo que tenga la generosidad para serlo. Hay que ser muy generoso, como también hay que serlo para ser maestro, enseñar, y que alguien aprense a ser mejor en una cosa que enseñas. Cuando un padre ha hecho una carrera espléndida, los hijos tienen un punto de superarlos por no avergonzarlos. Complacerles es algo que aparece de forma automática en los niños, en ese 'mira mamá lo que hago'. Me encanta que mi madre esté orgullosa, venga a mis funciones y si sale emocionada es un placer muy grato. Y cuando el ego de la madre o el padre cercena el del hijo se produce una conexión importante. Esa competición siempre está detrás.
P.: Has saltado al cine pisando tu terreno: muchos personajes con conflictos, unidad de espacio y tiempo. ¿Te has sentido fuera de tu zona de confort?
R.: Sí, permanentemente. Pero está bien. A veces digo ‘¿qué hago aquí?’, pero tengo una parte kamikaze, que es donde me gusta estar, algo que me pone las pilas para solucionar problemas. Hacer una película es un milagro, nunca pensé que fuera posible. Y por eso no escribí una película cómoda. Si llego a saber que iba a hacerse, hubiera escrito una película más fácil (risas), con menos personajes, menos exteriores, sin rodaje con animales, niños, ni el rodaje marítimo, que fue terrorífico. Alguien con más experiencia lo hubiera sacado con la gorra, pero fueron seis semanas fuera de mi zona de confort, de ‘esto lo voy a sacar por mis cojones’. No las cambio por nada.
P.: Siempre citas a la directora teatral Anne Bogart, cuando dice que “hay que hacer de los ensayos un lugar seguro para que las representaciones sean peligrosas". ¿Has llegado a ese lugar con las estrecheces del cine?
R.: Estaba rodeado de los mejores actores posibles, que además son familia. Tenía complicidad con ellos por mis rodajes anteriores. Había algo que yo quería que se diera, en esas semanas de pavor del rodaje cinematográfico, que es lo que en teatro llamamos elenco. Que el reparto estuviera preservado, que hubiera felicidad, que se creen complicidades que faciliten el trabajo. Y lo conseguimos. A pesaar de todas las dificultades, como rodar en Cantabria con días de lluvia y sol, había risas y esa parte de seguridad hacía que, aunque hubiera poco tiempo, nos atreviéramos a hacer cosas.
P.: A Pepe Sacristán, que nunca había interpretado Shakespeare, le proporcionas la oportunidad de recitar algunas de sus líneas más célebres. Tu obra siempre tiene, de hecho, vocación ‘shakespeareana’, de mezclar lo cómico y lo dramático, lo elevado y lo vulgar.
R.: Al ver a Sacristán bajo la lluvia gritando con el palo dije: madre mía que Lear haría. Es un estado en el que me encuentro muy cómodo. Veraneantes tenía esa mezcla de momentos de pura comedia y de profundidad terrorífica. El gran maestro de la mezcla de géneros es, evidentemente, Shakespeare. En este mundo tan moderno vamos a las etiquetas. A los productores les cuesta mucho porque quieren saber tu target y tu tono. Y les decía: ¿Has leído Hamlet? Termina el cuarto acto de manera terrorífica y abre el quinto, que es un acto gélido, con la escena de los enterradores que es pura sitcom. La vida es así, la vida no se detiene para contemplar la tristeza de nadie. Ya quisiéramos. Cuando tenemos la muerte delante, y una tristeza que nos parte el corazón, casi nos parece una obscenidad que la vida continúe. Pues no: en ese mismo momento hay mucha gente descojonándose y viviendo el mejor momento de su vida. Es un sitio desde el que me gusta jugar: la comedia aporreando a la tragedia y viceversa.