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Teresa Romero suplicó a dos compañeros que le "ayudaran a morir" mientras estuvo ingresada por ébola

  • "Sentía que la muerte me acechaba", ha dicho la auxiliar de enfermería
  • La "llave" de su curación fue la "esperanza" que le infundieron sus compañeros
  • Tras recibir el alta, "rompió a llorar" por el recuerdo de su perro Excalibur

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La auxiliar de enfermería Teresa Romero tras recibir el alta el 5 de noviembre de 2014
La auxiliar de enfermería Teresa Romero tras recibir el alta el 5 de noviembre de 2014.

La auxiliar de enfermería Teresa Romero, primer caso de ébola infectado fuera de Africa durante el brote de hace dos años, ha admitido que mientras permaneció ingresada en el hospital Carlos III de Madrid llegó a suplicar a dos compañeros que le atendían que le "ayudaran a morir" ante la situación que estaba viviendo.

"Me faltó una línea, la cruzaba y fin... Sentía que la muerte me acechaba", ha reconocido en un artículo publicado en la revista científica Enfermería clínica, donde tres profesionales que la atendieron detallan la prevención y cuidados de enfermería que se llevaron a cabo durante su ingreso.

El artículo incluye la perspectiva de la propia Romero en una entrevista realizada en diciembre de 2015, un año después de haber estado casi un mes ingresada bajo aislamiento estricto tras haberse infectado al atender en Madrid a un misionero repatriado desde Sierra Leona.

La auxiliar relata su experiencia desde que fue trasladada en ambulancia hasta el Carlos III, donde ella trabajaba. "Había hecho ese camino miles de veces, desde la entrada del hospital hasta la sexta planta, pero esta vez lo hacía como paciente y no como trabajadora del centro", cuenta Romero, que admite que la "llave" de su curación fue la "esperanza" que le infundieron sus compañeros durante el tiempo que estuvo ingresada.

En los primeros momentos sintió "pánico" y una sensación de impotencia al verse "en un abrir y cerrar de ojos" en una habitación oscura y sin información de lo que estaba sucediendo. "Sentada en una cama que no era la mía, atormentándome y preguntándome continuamente qué es lo que me había llevado hasta allí".

De hecho, apenas un día después sintió que sus pulmones empezaban a fallar y le costaba respirar y, en esa situación de agonía, fue cuando al entrar dos compañeros a aumentar su caudal de oxígeno les suplicó que le ayudaran a morir.

De la fase más crítica admite tener muy pocos recuerdos ya que, al estar dormida, la mayor parte del tiempo no era consciente "del dolor, angustia y miedo que en ocasiones se tornaba de auténtico pánico".

Me confortaba saber que tenía conectada una bomba de morfina

"El resto del mundo no existía, solamente era yo luchando por sobrevivir. Me confortaba saber que tenía conectada una bomba de perfusión donde se podía leer la palabra morfina", ha reconocido. Durante esta etapa fue tratada con el suero de la hermana Paciencia, que había sobrevivido a la enfermedad en Liberia, y un fármaco experimental, el antiviral favipiravir, del que recuerda su "buen sabor".

Además, Romero también admite que cuando dos compañeros le comunicaron que su analítica PCR había dado negativo y ya estaba curada, en lugar de alegrarse "rompió a llorar" por el recuerdo de su perro Excalibur, al que las autoridades sanitarias habían ordenado sacrificar para evitar posibles contagios.

Los autores del estudio admiten que durante los 30 días que duró el ingreso, 25 de ellos en una habitación con presión negativa, el perfil profesional sobre el que recayeron la mayoría de intervenciones directas fue el de enfermería, tanto las entradas a la habitación como en el manejo de material contaminado.

Por ello, consideran fundamental que se creen unidades especializadas para enfermedades altamente contagiosas con entrenamiento y formación periódicos además de analizar, desde el punto de vista enfermero, éste y otros casos que permitan estandarizar la atención. Asimismo, defienden que el manejo de la comunicación en momentos de crisis es imprescindible para evitar el miedo colectivo y la estigmatización del personal.

En el artículo reconocen que todo el proceso asistencial estuvo condicionado por el riesgo de transmisión del virus, de ahí el aislamiento estricto, y recuerdan que sólo hubo un contagio entre las 762 exposiciones de 165 trabajadores que atendieron a los tres pacientes que estuvieron ingresados en el Carlos III.