Obama deja a Trump cara a cara con Rusia y China
- El ascenso de esas potencias en un mundo multipolar ha guiado su labor exterior
- En 2011 inició el giro estratégico hacia el Pacífico para contrarrestar a China
- La relación con Rusia, además, se ha agriado durante el mandato de Obama
- Siria ha sido su mayor fracaso, mientras Irán y Cuba destacan entre los éxitos
No es el final que Barack Obama: según los planes de los demócratas Hillary Clinton heredería la presidencia y, con algunos cambios en las políticas estadounidenses, el legado del primer presidente negro de la historia de Estados Unidos y premio Nobel de la Paz quedaría a salvo por algún tiempo. El 8 de noviembre de 2016 esos planes se derrumbaron, ya que Donald Trump, un intruso en el sistema político estadounidense, logró la suficiente movilización y apoyo social como para vencer a la candidata del Partido Demócrata.
Esa derrota no llevaba únicamente el nombre de Clinton; también afectaba muy directamente a Barack Obama, consciente de que gran parte de su trabajo en los últimos ocho años está ahora en riesgo de demolición. Cuando llegó a la presidencia, en enero de 2009, potencias como Rusia y RusiaChina en un mundo cada vez más multipolar, por lo que su política exterior se ha volcado en manejar esa situación.
Moscú había entrado en guerra contra Georgia y reafirmaba su control de facto en la región de Osetia del Sur. Era un serio aviso: el Kremlin está dispuesto a hacer valer su voz en lo que considera su esfera de influencia, incluso por medios militares, sin importarle la opinión de Washington y la comunidad internacional. En Irak, Obama heredaba el plan de repliegue de tropas que debe concluir en 2011 y asumía el mando de las operaciones en Afganistán, que llevaban siete años en marcha en ese momento.
Desde ese punto de partida, este es el mundo que deja Barack Obama, como comandante en jefe de la potencia hegemónica y artífice de un cambio de rumbo en las relaciones exteriores de Estados Unidos.
La desestabilización de Oriente Medio
Las primaveras árabes en el norte de África y Oriente Medio han desencadenado la desestabilización de algunos focos en esas regiones. Los casos más graves son los de Libia y Siria, que han desembocado en la intervención extranjera y en la rivalidad entre grandes potencias en busca de influencia.
La emergencia del Estado Islámico en Siria e Irak ha modificado la estrategia militar de Obama en la zona, con nuevos envíos de tropas en calidad de asesores, operaciones puntuales de las Fuerzas Especiales, bombardeos y ayuda a organizaciones armadas que Washington considera moderadas.
Además, los conflictos en Oriente Medio, especialmente en Siria e Irak, han derivado en un movimiento migratorio sin precedentes hacia la Unión Europea, que generó la crisis de los refugiados en 2015.
Ese movimiento migratorio, junto a factores sociales, políticos y económicos propios de la Unión Europea, ha contribuido a perfilar una reacción identitaria en algunos países de Europa: el populismo, el nacionalismo y los movimientos anti-establishment ganan fuerza a ambos lados del Atlántico.
El giro hacia el Pacífico
En Asia, Barack Obama ha querido desarrollar un giro estratégico cuyo alcance está en cuestión. En 2011 se anunció ese giro hacia el Pacífico, para hacer frente a la emergencia de China. La Estrategia Marítima más reciente de Estados Unidos indica que en 2020 la Armada estadounidense tendrá en la región del Índico y Asia-Pacífico el 60% de sus buques y aeronaves.
Washington espera una mayor cooperación con los aliados en esa parte del mundo y más colaboración con casi todos los países vecinos costeros de China, excepto con Rusia, Corea del Norte, Birmania y Camboya. En los últimos meses, la Casa Blanca ha sufrido un revés en Filipinas, donde el gobierno de Duterte amenaza con poner fin a la colaboración militar con Washington y se acerca a Pekín y a Moscú.
En los últimos años, Estados Unidos se ha implicado en el patrullaje marítimo en la zona ante las reivindicaciones de China, que construye islas artificiales para ganar influencia por medio de una política de hechos consumados, en un contexto de abierta competencia entre naciones en el Mar del Sur de China, por donde discurre un tercio del tráfico marítimo mundial. Varios países de la zona se han apoyado en Washington para que ejerza como fuerza de equilibrio frente a las intenciones chinas.
La administración Obama diseñó el Tratado Comercial TransPacífico (TPP) para aumentar la influencia de Washington en la zona en torno a Pekín, sumando al pacto a diversas naciones de Asia y América y fortaleciendo, con el acuerdo, el interés nacional de Estados Unidos en la región. Ese tratado será cancelado por Donald Trump, aunque también Hillary Clinton propuso modificarlo durante la campaña electoral.
El fracaso de Siria
En Oriente Medio, Barack Obama ha sufrido el que probablemente es su mayor revés en política exterior. A pesar de haber fijado una línea roja al gobierno de Bachar al Asad, amenazando con la intervención militar si se detectaban ataques a la población con armas químicas, el Gobierno estadounidense no cumplió su palabra cuando salieron a la luz informes que detallaban supuestos ataques del ejército sirio utilizando este tipo de armamento.
Desde distintos sectores, dentro de Estados Unidos, se ha pedido un despliegue militar a gran escala, pero Barack Obama siempre se ha negado y ha limitado la campaña en Siria al envío de asesores, a los bombardeos y al apoyo a grupos locales. Una exposición reducida y a largo plazo para minimizar bajas y erosionar al Estado Islámico.
La estrategia limitada de Obama ha sido aprovechada por Rusia e Irán, que han tenido un papel activo apuntalando a las fuerzas de Bachar al Asad, que han logrado controlar Alepo. Así, el vacío que Obama ha dejado en la región ha sido aprovechado por adversarios principales de Estados Unidos, como Moscú y Teherán.
El choque con Rusia
Durante el comienzo de su presidencia, Obama impulsó un reajuste o reinicio de las relaciones Washington-Moscú, si bien poco tiempo después, en 2011, esa relación comenzó a resquebrajarse. Putin acusó a Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado, de promover y apoyar las protestas contra el Kremlin de diciembre de 2011. El Congreso estadounidense aprobó en 2012 la Ley Magnitsky contra cargos rusos; en respuesta a esa ley, Moscú impidió las adopciones de huérfanos rusos a familias estadounidenses.
En 2013 y 2014, la crisis en Ucrania aceleró esa deriva: el Kremlin culpaba a Washington de promover un golpe de Estado en Kiev contra sus intereses y en su "área de influencia", temiendo una incorporación de Ucrania -y Crimea- a la OTAN. Estados Unidos aprobó sanciones contra Moscú, tras la anexión de Crimea y el papel de Rusia en el este de Ucrania.
La administración Obama ha respondido a la crisis reforzando su posición de cara al futuro, para contener a Rusia en su flanco occidental. Ha reforzado su presencia militar en la zona y sus lazos con algunos países del Este de Europa y el área báltica, ha dotado de un mayor sentido a la OTAN en ese aspecto y ha establecido una alianza con Kiev, o al menos con las fuerzas políticas que a día de hoy tienen el poder. La continuidad de todos estos elementos deberá clarificarse durante la presidencia Trump.
El último capítulo de esa mala relación entre Washington y Moscú se vive aún estos días. La CIA y otros servicios de espionaje consideran que Rusia lanzó ciberataques y una campaña de desinformación en Estados Unidos para aupar a la Casa Blanca a Donald Trump, que promete una mejor relación con Rusia y que se ha rodeado de un grupo de colaboradores vinculados a Putin en mayor o menor medida.
Los éxitos en Irán y Cuba
Al margen de estos puntos principales, la presidencia Obama deja otros logros en su haber. El acuerdo nuclear con Irán es uno de ellos, a la espera de que se cumpla con detalle.
También lo es el cambio de política hacia Cuba, que adquiere un enfoque más práctico para facilitar la futura influencia de Estados Unidos en la isla, a las puertas de un inexorable relevo generacional en La Habana.
Esto puede servir para mejorar la relación entre Washington y muchas capitales del continente sudamericano, además de fortalecer su posición en una región en la que China y Rusia tejen alianzas y ganan terreno desde hace años.