Iván Repila: "'Prólogo para una guerra' es una gran alegoría sobre lo que está sucediendo en Europa'"
- Una novela sobre dolor, pérdida y las direcciones opuestas de Emil y el Mudo
- Emil es un arquitecto de prestigio y el Mudo, solitario, quiere desaparecer
- Una prosa poética, cargada de imágenes, metáforas y ritmo
Emil Zarco, un arquitecto de gran renombre, y el Mudo, un hombre que solo quiere desaparecer, conviven en unas coordenadas espacio-tiempo desconocidas, inexactas. No se conocen, no se imaginan, pero comparten un lastre, una carga que condicionará sus vidas y que terminará por cruzar sus caminos en direcciones opuestas.
Iván Repila (Bilbao, 1978), presenta en Prólogo para una guerra (Seix Barral) un punto de origen, una herida interna, un dolor difícil de gestionar, para proponer al lector dos caminos posibles: uno hacia la destrucción (propia y ajena) y el otro hacia la redención.
"El libro es una gran alegoría de lo que está sucediendo en Europa, que se está llenando de muros de forma vergonzante. Hay que dejar que corra el aire y ocupar el espacio que están convirtiendo en inhabitable", comenta el escritor bilbaíno en referencia al significado que se oculta tras la historia de Emil y el Mudo.
Dos personajes que, según explica el autor en una entrevista con RTVE.es, "no están basados en nadie en concreto, pero sí tienen algo de mí, de experiencias de mi vida privada", y cuyos rumbos contrarios se irán acercando hasta tocarse en algún punto. Todo ello con la arquitectura como telón de fondo.
Pares unidos por hilos invisibles
"Emil y el Mudo sufren un dolor similar que les quema por dentro, y los dos deciden silenciarse", explica Repila. El arquitecto, frustrado por la imposibilidad de llevar a cabo su pulsión por la perpetuación. El Mudo, herido por una pérdida irreparable. "Pero cada uno evoluciona de manera diferente: Emil se va encerrando, tiende a la destrucción de sí mismo y de terceros, y el Mudo se va abriendo, busca la luz".
Emil Zarco es un arquitecto ególatra, pretencioso, obsesionado con dejar su huella en el futuro y que reacciona con delirios de grandeza cuando recibe el encargo de su vida. El Mudo es un hombre solitario que se dirige hacia la desaparición y que busca la ruptura con una sociedad que entiende su dolor. Y entre ambos, un nexo de unión, una mujer. Oona, la esposa de Emil.
"Oona es un hilo invisible que está unida a Emil y se va soltando, y en cambio se va haciendo más fuerte en su unión con el Mudo. Va desapareciendo porque necesitaba que fuera un personaje con menos presencia física, como una idea, lo invisible", detalla el escritor.
Emil y su esposa Oona, el Mudo y su perro, el Mudo y Hache (compañera accidental del Mudo), Oona y el Mudo, el Mudo y Emil. Como enmarcados en un trazado arquitectónico basado en lo matemático, los personajes se relacionan de par en par a lo largo de toda la obra.
Y no solo los personajes, también determinadas situaciones aparecen enlazadas de dos en dos. "En una escena, Emil tiene sexo con Oona. Hablan, conversan, se desean, hay algo de juego entre ambos, el sexo tiene muchos matices. Y en la otra, ya sin Oona, es sexo carnal, sucio, aséptico, sin deseo, solo como algo destructivo y delirante", analiza el autor.
Ciudad y arquitectura, testigos de la batalla
Una lucha entre dos personajes antagónicos, pero también contra sí mismos de manera individual, en la que influye el entorno arquitectónico. "No tengo estudios sobre ello, pero me interesa cómo se relaciona la arquitectura con la vida de las personas. Por ejemplo, en Bilbao, las casas antiguas están des espaldas a la ría, y ahora que está más construyen mirando hacia la ría", ejemplifica el autor. "El hecho de construir una ciudad o un edificio de forma determinada, imprime carácter y una forma de ser en los ciudadanos".
"No es un libro sobre arquitectura", aclara, pero "sí me interesaba porque la arquitectura me ofrecía escenarios y matices que me resultaban útiles". Útiles, por ejemplo, para estructurar la novela siguiendo los pasos de un proyecto arquitectónico. "Se me ocurrió acompañar a Emil: a medida que él va construyendo en la novela, yo voy construyendo también mi propio edificio".
No en vano, los cinco capítulos del libro coinciden y comparten título con las fases de diseño y construcción de un edificio, partiendo del dibujo primigenio y terminando en la ocupación. "También quería entrar en la espiral de oscuridad de Emil. A medida que avanza la novela, él va perdiendo luz, y yo voy oscureciendo el relato, tanto que al final dificulta un poco la lectura, hasta desembocar ambos en algo complejo, oscuro y violento".
Atrapar al lector en el ritmo y las imágenes
En este Prólogo para una guerra, el escritor vasco mantiene las cualidades que han hecho de él una de las grandes revelaciones internacionales de la novela española de los últimos años. Una prosa de gran potencia visual, con ritmo poético y tendencia a la descripción analítica apoyada en las metáforas y las imágenes.
"En mi primer libro, Una comedia canalla (2012), no fue así. Pero en los dos últimos (El niño que robó el caballo Atila, de 2013, y Prólogo para una guerra, 2017) utilizo el lenguaje poético y las imágenes porque me permite establecer una especie juego con el lector para que desarrolle sus propias sinapsis, sus propios puentes", explica el escritor.
Dentro de ese juego, por supuesto, entra "el fraseo, cómo suenan las palabras, los sonidos. Es como una cantinela. Si consigo que el lector entre en un ritmo, luego le cuesta salir de la historia. Es como cuando tienes en la cabeza la melodía de una canción y no te la puedes sacar. Con la literatura ocurre lo mismo".
Y, de esa manera, se consigue generar "un estado mental en el que al lector le sea más accesible alcanzar la lectura simbólica o metafórica que intento incluir en mis obras. Por un lado, la historia. Por otro, la alegoría que hay detrás".