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Donald Trump, el presidente de la incertidumbre

  • Es el primer inquilino de la Casa Blanca sin experiencia política o militar
  • Empresario de éxito, intentará trasladar su modelo a la gestión del país
  • Sin embargo, la mayoría de sus políticas siguen siendo una incógnita

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El nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump
El nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Todo comienzo es una esperanza. Sin embargo, Donald J. Trump, que este viernes se ha convertido en el 45º presidente de Estados Unidos, llega a la Casa Blanca envuelto en una sombra de incertidumbre, aunque solo sea por la ausencia de referencias: será el primer presidente sin experiencia política ni militar previa.

No es que Trump sea un novato, al contrario: ningún otro presidente ha jurado el cargo con 70 años, los que él cumplió el verano pasado, y el personaje es ampliamente conocido por los estadounidenses, desde su faceta como promotor inmobiliario, que le permite ser el inquilino de la Casa Blanca con mayor patrimonio personal, hasta sus andanzas como presentador de televisión, pasando por sus sonados divorcios y su familia, también célebre.

La duda estriba en cómo se desenvolverá al dirigir la primera potencia mundial, al ocupar un sillón para el que se había insinuado durante años pero que solo hace un año y medio se convirtió en una auténtica aspiración para este millonario, nacido en el distrito neoyorquino de Queens, pero aupado hasta la fama y la riqueza entre la élite de Manhattan.

Un empresario de éxito

Trump es, ante todo, un empresario de éxito. Esa es la imagen que siempre busca proyectar, porque es consciente de que su principal activo, más allá de sus propiedades inmobiliarias, más importante que toda su fortuna -que se estima en unos 3.700 millones de dólares-, es la propia marca Trump. Es habitual, en sus mitines y ruedas de prensa, que aluda a cuánto adora a los habitantes de cualquier lugar de Estados Unidos, porque allí tiene o ha hecho negocios.

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No todo es pose, por supuesto: Trump se graduó en 1968 en la escuela de negocios Wharton de la Universidad de Pensilvania, una de las más prestigiosas del país, y después logró convertir la promotora de su padre en un gran conglomerado empresarial. Es una historia con claroscuros, especialmente en los años 90, cuando estuvo cerca de la quiebra, varias de sus empresas quebraron y se vio obligado a vender propiedades y renegociar créditos.

Pero se rehizo, y su imagen de éxito se reforzó y se expandió gracias a la televisión: el programa de telerrealidad The Apprentice (El aprendiz), en el que dos equipos de emprendedores competían para ocupar un puesto en la Trump Organization, le consolidó como una celebridad nacional desde su inicio, en 2004. Ahora, a la luz de los resultados de las elecciones presidenciales, parece claro que los estadounidenses han votado para presidente a ese jefe implacable que veían en la televisión para gestionar la economía del país, en lugar de los apoltronados políticos de siempre.

El país y la empresa

Trump parece ser consciente de ese efecto y lo refuerza. En su única rueda de prensa como presidente electo, no dudó en utilizar la coletilla que hizo famosa en el programa, al advertir a sus dos hijos mayores, que van a dirigir la Trump Organization mientras él esté en la Casa Blanca, de cuál será su dictamen si no le agrada su gestión: You’re fired! (¡Estás despedido!).

De ahí también sus esfuerzos por anotarse como logros propios los recientes anuncios de empresas que planean repatriar inversiones a Estados Unidos, como Ford y General Motors: "¡Han vuelto gracias a mí!, clamaba estos días en Twitter. Su gran nicho de votos han sido los trabajadores blancos, especialmente en estados industriales castigados por la globalización como Michigan, Ohio y Minnesota, que dieron la espalda a los demócratas. Trump les está diciendo: 'ahí están los empleos que pedíais'.

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De hecho, el nuevo presidente encarna la vieja aspiración neoliberal de dirigir el estado como una empresa para eliminar las ineficiencias del sector público. Su equipo de gobierno es, en parte, un reflejo de esa idea, ya que hay predominan los empresarios multimillonarios sin experiencia política: Rex Tillerson, expresidente de Exxon Mobile y futuro secretario de Estado; Wilbur Ross, inversor y próximo secretario de Comercio; o Steve Mnuchin, un veterano de Wall Street que dirigirá el Departamento del Tesoro.

La actitud por encima de la ideología

En esa confusión entre estado y empresa se inscribe también la polémica sobre los conflictos de intereses del propio Trump, que deja la gestión en manos de sus hijos pero no la propiedad. Sus abogados han asegurado que se aislará totalmente de su negocio y han anunciado algunas líneas rojas, como no establecer nuevos negocios en el extranjero durante su presidencia, pero los expertos señalan que son insuficientes.

Trump no le ha dado mayor importancia, porque ha empeñado su palabra en ello y eso debería ser suficiente, como con cualquier asunto peliagudo que le afecte, digamos, por ejemplo, los ciberataques rusos: "Believe me" (Creedme), suele repetir. La gran cuestión es si esa seguridad en sí mismo que constituye su imagen de marca, ese mensaje de éxito, funcionará en otros ámbitos, especialmente en la sutil diplomacia internacional.

En esa primera y única rueda de prensa tras su victoria, Trump garantizó que el presidente ruso, Vladímir Putin, aunque no dijo cómo, tan solo anticipó los resultados para intentar disipar cualquiera de las dudas que han suscitado sus posibles vínculos con Rusia. Ese es el estilo.

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Ambigüedad

Sus propuestas, en este sentido, han sido deliberadamente ambiguas, como cuando dejó caer, a través de Twitter, que Estados Unidos debería “fortalecer y expandir su capacidad nuclear", si bien su equipo matizó y rebajó después el mensaje. Sus políticas no dejan de ser una incógnita, lo que genera una enorme incertidumbre en un mundo que tolera mal la falta de referencias, especialmente si se refieren al hombre más poderoso del mundo.

Al menos hasta ahora, Trump se ha comportado como presidente electo, en esencia, igual que como aspirante y candidato republicano, esto es, pisando todos los charcos, de forma que cada polémica queda borrada por la siguiente, lo que evita profundizar en las posibles incoherencias y contradicciones.

Estas son frecuentes: Trump, por ejemplo, ya ha reconocido que México no pagará la construcción del muro en la frontera, si bien ahora asegura que lo reembolsará después. También aparecen grietas con su equipo: el futuro jefe del Pentágono, James Mattis, y el de la CIA, Mike Pompeo, han advertido de la amenaza que supone Rusia frente a la tibieza del nuevo presidente, y su candidato para la Agencia de Protección Medioambiental, Scott Pruitt, admite que el cambio climático "no es un bulo".

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La era Trump

Trump, en cualquier caso, no se detiene en los detalles, se limita a reiterar que le devolverá la grandeza a Estados Unidos. Al final, como a todo presidente, se le medirá por sus resultados, por sus decisiones y por su legado, que se convierte en la obsesión de todo inquilino de la Casa Blanca; otros antes que él han sido recibidos con similar desagrado por parte del establishment y se han aupado a los libros de Historia, como Andrew Jackson a mediados del siglo XIX.

Su presidencia, sin embargo, parece abocada a una enorme contestación, lo que puede ser irritante para un tipo que no encaja demasiado bien las críticas, como revela su rifirrafe con Meryl Streep. Es el presidente con menor popularidad al jurar el cargo en al menos cuatro décadas: apenas el 40 % de los estadounidenses tienen una opinión "favorable" de él, según un sondeo de ABC y The Washington Post recogido por Efe, que recuerda que Barack Obama tenía un 79 %, George W. Bush un 62% y Bill Clinton, un 68%, mientras que su adorado Ronald Reagan estaba en el 58 %.

Pese a todo, los ciudadanos han votado, le han elegido, y ahora ocupará el cargo con mayor poder y bajo el mayor escrutinio público del mundo. Empieza la era Trump.