De la 'obamanía' al 'trumpismo'
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Resulta difícil encontrar memoria viva de un cambio tan brusco en la presidencia de los Estados Unidos como éste, de un contraste semejante al de Barack Obama y Donald Trump. Ni de Nixon-Ford a Carter, ni de Carter a Reagan, ni de Clinton a Bush hijo, ni de Bush a Obama. La política estadounidense es pendular, pero nadie vivo recuerda semejante bandazo en apenas ocho años. Y qué bandazo. De la personalidad y el Discurso de Barack Obama a Donald Trump.
Fui testigo de la sociedad que encumbró y depositó su fe en Barack Obama hace, sólo, ocho años, y he sido testigo de la sociedad que, sólo, ocho años después lo ha despachado con una bofetada, una humillación casi. Lo releva un candidato con quien ha compartido un factor, la llamada a un cambio, pero que en todo lo demás se sitúa en sus antípodas.
La 'obamanía', del resentimiento a la ilusión
Las expectativas con Barack Obama fueron excesivas porque el presidente de los Estados Unidos, aún teniendo mucho poder, no es omnipotente, pero el entusiasmo casi místico y el fenómeno, la obamanía, fueron reales. Muy reales. La euforia colectiva y desbordante en sus actos de campaña no nos la inventamos los periodistas. La movilización contra pronóstico de los electores jóvenes se produjo, y los miles y miles de ciudadanos que inundaron exultantes la avenida Michigan y el Parque Grant de Chicago la tarde-noche electoral, y la explanada del Mall en Washington cuando la toma de posesión fueron reales. Muy reales. Yo estaba allí, los vi y los escuché.
Una sociedad frustrada por dos guerras (Afganistán e Irak) que no lograba ganar y el descubrimiento para muchos de que “el mundo odiaba a los Estados Unidos”, más la guinda de la mayor crisis económica desde la Gran Depresión, hicieron que la mayoría de los electores, frente a un tercer mandato republicano tripulado por un viejo del establishment como John McCain, eligieran a ese joven político demócrata, casi desconocido, atractivo y de oratoria arrolladora. Y negro.
Un negro en la Casa Blanca
Desde Europa -y desde España- a veces se infravalora la carga emocional que el factor racial contenía. “Este es un gran país y sabía que un día elegiría a un presidente negro, pero pensaba que yo no lo vería” sentenció Condoleezza Rice, negra de Birmingham (Alabama) y republicana, mujer de confianza de George W. Bush.
Una familia negra ha habitado la casa más importante del país, construida por esclavos negros. Una descendiente de esclavos ha sido la Primera Dama del país y se va con unos índices de aprobación altísimos. Una familia negra ha sido durante ocho años lo que en los Estados Unidos llaman “la primera familia”, y lo ha sido por mayoría de votos de una sociedad donde los afroamericanos son minoría, en torno a un 12-14%, un dato, el de ser parte de una minoría, no menor.
Obama encarnó, y encarna, la realidad cada vez más diversa de un país donde, según las proyecciones demográficas, en pocas décadas los blancos no hispanos dejarán de ser mayoría. La misma identidad de Barack Obama es pura complejidad y diversidad: hijo de madre blanca de Kansas y padre negro de Kenia al que apenas conoció, criado entre Hawai e Indonesia.
El 'trumpismo', de la ilusión al resentimiento
En su primer libro de memorias (Dreams from my father, Los sueños de mi padre) Obama lleva al lector a la conclusión de que crecer y formarse en esa complejidad fomentó una personalidad reservada y muy cerebral, calibrando cada gesto y cada palabra. Representar esa complejidad fue uno de sus éxitos de efecto catártico para buena parte del país, pero también puede que haya sido decisivo para la victoria de Trump, una reacción por parte de un sector de la sociedad blanca que se siente perdedora, dejada de lado. Es legítimo plantearse, y difícil calcular, cuánto de racismo ha habido en la oposición y la respuesta contra Obama.
Frente a aquellos lemas vagos de 'Hope' (Esperanza) y 'Yes We Can' (Sí se puede, que por cierto, en español hay que atribuírselo décadas antes a la líder campesina Dolores Huerta) que miraban al futuro, ocho años después ha vencido el no menos vago 'Make America Great Again' (Hagamos de América -los EE.UU.- otra vez un gran país) que mira al pasado.
¿Exactamente -se pregunta la sociedad no blanca- a qué período de grandeza se refieren Trump y sus seguidores? Frente a aquellos coros de ilusión -sí, desproporcionada- de las huestes de Obama, el coro de la campaña de Trump ha estado lleno de abierto odio en ocasiones pidiendo la encarcelación de Hillary Clinton y que se construya ya el muro con México, muro que en algunos tramos ya existe desde hace años, por cierto. Tiene razón Donald Trump cuando acusa a la prensa de haber infravalorado su poder de atracción, que la suya era más que una campaña, que él era el líder de lo que califica de “movimiento”.
Ni post-racial ni unidos
Recuerdo uno de los muchos actos de euforia por la victoria de Barack Obama: Los alumnos, negros, de una escuela de Washington fueron a la ladera del Capitolio, sede del Congreso, y desplegaron una bandera de los Estados Unidos. “Porque por primera vez sentimos que es de verdad nuestra bandera” explicaban a quien se les acercaba a preguntar el significado de su gesto.
Algunos, con un optimismo desmedido, proclamaron que la elección de Barack Obama, el primer presidente negro de los Estados Unidos, inauguraba una era “post-racial” en el país. No ha sido así, esa afirmación no era realista como ha reconocido el propio Obama en su discurso de despedida. Y no será posible en muchos años. Durante la presidencia Obama ha habido una explosión de tragedias y enfrentamientos raciales que han dejado mucha frustración entre la población negra y, es de suponer, en Obama.
Barack Obama se dió a conocer a nivel nacional y para quienes seguimos la política estadounidense en la Convención Demócrata de 2004, cuando se proclamó candidato a John Kerry. Obama se presentó en su discurso como abogado de una sociedad menos polarizada y más unida en su diversidad, con aquel famoso “No hay una América progresista y una América conservadora, hay Los Estados Unidos de América. No hay una América negra, y una América blanca y una América latina y una América asiática, hay los Estados Unidos de América”. Y así se presentó cuatro años después como candidato a presidente, pero lo cierto es que Obama deja un país tan o más dividido y crispado que el que encontró. Y cierto es también que parte de la responsabilidad la tiene la oposición, de bloqueo casi permanente, que ha ejercido el partido republicano.
Dignidad
Barack Obama se va al término de dos mandatos enteros cumplidos, con luces y sombras, pero sin ningún escándalo grave. Ni político, ni militar, ni económico, ni sexual. Algo que hacía décadas que no ocurría.
En las primarias de 2008 una militante demócrata me explicó con una sola palabra por qué votaría por Barack Obama y no Hillary Clinton: Dignidad. Y eso es algo que sus simpatizantes, que siguen siendo legión, no dejan de repetir mientras intentan asimilar algo que les resulta increíble y duro de aceptar, que el viernes 20 de enero a las doce del mediodía en Washington Barack Obama dejará de ser su presidente y tomará el relevo Donald Trump.