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El Giacometti de Geoffrey Rush aporta veteranía a una Berlinale abocada al cine social

  • Interpreta al escritor suizo en Final Portrait, de Stanley Tucci
  • Este sábado se presentan también Félicité y Wilde Maus

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Los actores Arnie Hammer y Geoffrey Rush durante una escena de 'Final Portrait'.
Los actores Arnie Hammer y Geoffrey Rush durante una escena de 'Final Portrait'.

El filme Final Portrait, con Geoffrey Rush en el papel de un Alberto Giacometti senil y brillante, ha aportado veteranía a una Berlinale cuya sección a concurso ha reflejado la vocación del festival de brindar su pantalla al cine social.

Rush,  homenajeado por el festival berlinés con una Cámara de Oro al conjunto de su carrera, ha hecho una exhibición de maestría, como puntal de un filme hecho a su medida e incluido en la sección oficial, aunque fuera de concurso.

"Preparó durante dos años su personaje. El resultado en una combinación entre el trabajo previo y un dejarse llevar, con fuertes dosis de humor, algo que Geoffrey comparte con Giacometti", explicó el estadounidense Stanley Tucci, director de la película, en la presentación a los medios que siguen el festival.

Giacometti, el creador de sublimes y esqueléticas esculturas, se ciñe en el filme al cien por cien el tópico del ególatra, déspota y viejo verde que se supone fueron casi todos los genios en su vejez, sobre todo los más mimados y cotizados en el mercado del arte.

Es un nihilista algo colérico, que se eterniza pintando el retrato del crítico estadounidense James Lord (Armie Hammer), quien día a día debe retrasar el regreso a su país para sentarse en una destartalada silla y posar.

Todo ocurre en el París de 1964, entre el taller del artista, los cafés y restaurantes que Giacometti frecuentó o sus prostíbulos, entre las rabietas de su escuálida esposa, Annette (Sylvie Testud), y su consentida amante, Caroline (Clémence Poésy), su obsesión y elixir de vida.

Cine social

El filme de Tucci -The Impostors- no compite, pero estaba predeterminado para eclipsar a las concursantes del día, la franco-senegalesa Félicité y la austríaca Wilde Maus.

La primera, dirigida por Alain Gomis, discurre entre calles, bares y camas de hospital de Kinshasa y muestra una África indolente y desesperanzada, pero en la que emerge como un milagro una precaria orquesta y coro, en medio del caos y la basura omnipresente.

"En nuestro mundo, no solo en África, necesitamos urgentemente esperanza. Mi película muestra a personas que luchan en defensa de su dignidad", explicó el realizador franco-senegalés, quien ya compitió en ese festival en 2012 con Aujourd'hui.

La lucha por la dignidad la encarna una mujer acostumbrada a no doblegarse y a la que la cámara acompaña mientras implora o exige a golpes a vecinos, patronos, parientes o exmarido el dinero que precisa para pagar la operación de su hijo adolescente.

Es una carrera contra reloj para Félicité, la cantante de un bar poblado por congoleños borrachos que manosean a las camareras, uno de los cuales demostrará que la felicidad puede consistir en lograr que un viejo frigorífico vuelva a funcionar.

Completó la jornada a concurso Wilde Maus ("Wild Mouse"), la película del austríaco Josef Hader que, si algo logró en el pase previo para los medios, fue ganarse la empatía de la Berlinale.

Su historia gira en torno a una situación que probablemente muchos temen entre la prensa especializada que sigue el festival: un crítico de prestigio -en ese caso, musical- al que despiden de la noche a la mañana porque sus columnas sesudas no son rentables.

En una Viena donde los informativos hablan a diario del drama colectivo de los refugiados o el terrorismo yihadista, al crítico no se le ocurre explicar su revés doméstico a su mujer, psicóloga, sino tratar de destrozar la vida y enseres del jefe que le despidió.

Hader va rellenando su historia con episodios y personajes muy de esa Europa bienintencionada que se ha acostumbrado a convivir con grandes tragedias colectivas y se enreda en dilemas bobos, como el vegano que exaspera a su pareja y se plantea dejar de consumir también ingredientes de Israel por los asentamientos palestinos.

El factor empatía funcionó y probablemente más de uno esperó al desenlace, ante la expectativa de que el filme resuelva la incógnita de qué hacer si el destino del protagonista acaba alcanzándole o si tratar de vengarse sobre el jefe tiene o no alguna perspectiva de éxito.