Roberto Torretta, el escultor de la piel
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Siempre es agradable sentarse a recordar, a pasar las hojas del álbum de fotos y rescatar momentos para disfrutarlos de nuevo. Algo así ha hecho Roberto Torretta en esta colección, revisitar su archivo y actualizar diseños de la década de los noventa.
Fueron años de un minimalismo que rompió con el derroche ochentero y que sirvió para que los diseñadores eliminaran ornamentos y se centraran en el patrón, cortando y cosiendo con esmero para que las prendas, limpias, presumieran de excelente factura, de estar bien hechas.
Torretta va más allá ahora y mejora lo inmejorable buscando la excelencia pero además añade a la colección detalles más coquetos y femeninos que aportan fragilidad a una colección de tejidos nobles y colores con mucha personalidad.
“No suelo hacer estampados pero he introducido una pincelada de estilo botánico”, dice mostrando los motivos abstractos, discretos y sutiles. No hay detalle que no haya sido cuidado, mimado: las cinturillas de los pantalones, las quillas de los vestidos, los bolsillos…
Hay texturas transparentes, pocas, y otras opacas. Tejidos mate y otros que brillan. Contrastes que aportan dinamismo a la colección, marcada como siempre por el eterno duelo entre masculino y femenino. Elegante batalla.
La carta de colores lleva negros, por supuesto, y azules claros, verdes militares y un rosa que resalta entre los demás tonos. Torretta juega a las superposiciones y apuesta por vestidos sobre pantalón, acentuando la potencia de los looks.
El diseñador ha trabajado con ganas la sastrería, añadiendo a los trajes bolsillos grandes, que recuerdan a los que llevan los pantalones cargos. No faltan sus apreciados esmóquines, pero destaca uno en cuero negro, una pieza que parece haber sido esculpida a golpe de cincel sobre la modelo.
Su hija María se mantiene a su lado. Dos generaciones que forman un tándem creativo que, además, asegura la continuidad de la casa, una casa ligada a la pasarela Cibeles desde 1996.